La muerte no puede resultar un espectáculo
*Por Carlos Gherardi. La decisión de la BBC de Londres de transmitir por televisión la muerte, provocada por un suicidio asistido , de un paciente inglés portador de una enfermedad terminal y ocurrida en una clínica de Suiza ha conmovido al mundo.
En la construcción de esta conmoción participa la muerte voluntaria , que no es dato de la modernidad porque ya Herodoto, quinientos años antes Cristo, escribió que "cuando la vida es una pesada carga, la muerte se convierte en un ansiado refugio para el hombre". El suicidio en sí mismo ha atravesado en la historia del hombre los avatares de la reprobación de muchas culturas como producto de un análisis simplificador.
Pecado, crimen y psicosis fueron calificaciones sucesivas que el suicidio recibió históricamente ignorando quizá que el sentido de la vida le pertenece en exclusividad a cada uno, quien en ejercicio de su libertad preservará su propia dignidad.
En la sociedad contemporánea, la muerte voluntaria se reactualiza con el rechazo al tratamiento, cuando la medicina ofrece alternativas terapéuticas que no todos los pacientes pueden soportar en mérito de la calidad de vida que cada uno elige para sí mismo. Pero lo más impresionante de este hecho televisivo es la dramática materialización de lo que Paula Sibilia ha caracterizado magistralmente como la "intimidad como espectáculo" . Esta exhibición del morir resulta una forma de exposición de las subjetividades que siempre quedaron confinadas a un espacio interior que preservaba la intimidad, la reflexión y el pensamiento dentro de una interioridad creadora y fructífera.
Esta actual "tiranía de la privacidad" (Sibilia) y hasta el reduccionismo histriónico a que son llevados los problemas del hombre no parecen ser adecuados para situaciones que exigen una profunda y serena meditación antes que una excitante y atractiva pulsión. Sin embargo, la inundación actual del fenómeno cultural de los blogs, Youtube, Facebook y reality shows anuncia un cambio en la comunicación social que se observa más cercano a la decadencia que al progreso intelectual.
Por otra parte, sobre la transmisión pública de esta muerte por suicidio asistido se han escuchado tanto voces en pro de un realismo que no debiera evitarse como críticas de quienes rechazan una eventual campaña de inducción al público para adherir a estas prácticas de muerte voluntaria. Pienso que no debe creerse fácilmente que la difusión de un hecho íntimo tan grave como una muerte real se legitima moralmente sólo por ser atractivo y que tampoco una cuestión tan grave y compleja como la decisión de morir voluntariamente pueda fácilmente ser influida con acudir a la banalización de su transmisión por televisión .
Me inclino a pensar que esta transmisión y sus diversas interpretaciones revelan tristemente la superficialidad con que se habla o piensa sobre situaciones tan difíciles y personales como la muerte voluntaria, ahora mucho más complejas y frecuentes por el imperativo tecnocientífico aplicado a la medicina contemporánea.
El importante "costo moral" del progreso de la tecnología aplicada a la enfermedad no se resuelve ni se mejora con la tecnología aplicada a los medios que estimulan los sentidos en lugar de facilitar el pensamiento y la razón.