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La muerte de un indignado

*Por Gabriel Bustos Herrera. Estaba a pocas horas de una gambeta absurda de su destino. Era docente universitario, abogado, empresario naviero, gran deportista y cabeza de una increíble fundación privada ("Levantemos Chile") que estaba reconstruyendo escuelas, hospitales, plazas y hasta pymes, todas en el piso después del terremoto y el tsunami de 2010.

Al amanecer del viernes, Felipe Cubillos, muy animado, subió al turbohélice de la FACH rumbo a la isla Robinson Crusoe. Lo acompañaban un grupo de la TV nacional, funcionarios y directivos de la Fundación que presidía. Volaban para habilitar la reconstrucción de la escuela de la isla, destruida con el terremoto de 2010.

Las calles de Santiago todavía mostraban los restos de barricadas humeantes y resabios del fuego. Rondaban testimonios del joven muerto en la refriega, decenas de heridos y centenares de detenidos; vidrieras rotas, autos incendiados, destrozos en colegios, bienes públicos y pequeños negocios. La mayoría del estudiantado chileno -sumados sindicatos, la central obrera y toda la oposición política- le exigen a Sebastián Piñera "una enseñanza gratuita y de calidad para todos los chilenos".

Siguen siendo horas frenéticas: grupos de centro-izquierda, las centrales obreras y la oposición política -que viene de ser gobierno durante 20 años con la Concertación- impulsan el movimiento contra el nuevo gobierno de centro-derecha del empresario, que habita La Moneda desde hace poco más de un año y medio. Para gozo de la televisión y las revistas, la reacción es animada por líderes del Partido Comunista y liderada por la bellísima Camila Vallejos como emblema.

No es poco lo que le enrostran a Piñera: una antigua educación pública degradada y la enseñanza privada elitista e inaccesible para 95% de los chilenos ("pésima y desigual", escribió el martes 30, Felipe Cubillos antes del vuelo fatal).

El navegante indignado. Felipe Cubillos -que en 2008 fue tapa de los diarios del mundo cuando, solo, dio la vuelta al mundo en un pequeño yate- le dejó al diario La Segunda, una carta: estaba indignado, confesaba.

"Soy un indignado, porque muchos de los parlamentarios han renunciado al liderazgo y responsabilidad que les otorgamos en las urnas. Indignado cuando veo a docentes y profesores defender una supuesta calidad de la educación, cuando en realidad se niegan a evaluarse. Indignado, porque no discutimos las profundas razones de la pésima y desigual educación que les estamos entregando a nuestros jóvenes y porque llevamos muchos años usando a la educación como caballito de batalla de la política de turno".

Dueño de una empresa dedicada al traslado de salmones, entre otros emprendimientos, Cubillos fue decano de la Escuela de Economía de la Universidad Diego Portales. Era profesor universitario y empresario atípico, con un empuje social que los medios definían como de "gran compromiso público".

Se definía como un liberal, pero era un empecinado emprendedor. Se convirtió en símbolo de la participación privada de Chile después del terremoto -aquella mañana del 27 de febrero de 2010- cuando se subió a los escombros y generó la Fundación Levantemos Chile. Con ayuda de sus redes y de sus talentos se puso a reconstruir escuelas, comedores, sedes sociales, hospitales y una infinidad de pequeños comercios e industrias, destruidos por el terremoto.

Ese viernes 2, cuando amanecía en la costa y mientras su carta revolucionaba la política, la enseñanza, el empresariado y el periodismo, subió a un turbohélice de la Fuerza Aérea chilena junto a un grupo de periodistas de la televisión (incluido el ídolo popular Felipe Camiroaga), asistentes sociales y técnicos. Iba entusiasmado: era el toque final a una de sus emblemáticas reconstrucciones, la escuela de la isla Robinson, unos 700 kilómetros mar adentro del borde del Pacífico, en el archipiélago Juan Fernández.

Una tormenta sacudía ya las costas del archipiélago.

Políticos, pseudo empresarios. "Estoy indignado porque hemos caído en la política de las encuestas y el Twitter ¿Y si los políticos apagan sus computadores y se dedican a defender sus convicciones? Somos pocos los que en estos tiempos creemos en la libertad para emprender, para equivocarse, para educar bien y a todos, para enseñar y para aprender", se podía leer en su carta de La Segunda, cuando ya el turbohélice volaba hacia el vórtice de vientos.

"Pertenezco a ese grupo de chilenos que nos hemos dedicado a ayudar a levantar a Chile. Pero soy un indignado: trabajamos sin descanso para que ningún niño chileno perdiera su año escolar. Un año después, miles de nuestros jóvenes están a punto de perderlo. Soy un indignado, porque logramos levantar escuelas caídas para que nuestros niños pudieran estudiar, pero, un año después, otros las queman. Soy un indignado, porque trabajamos sin descanso para levantar los pequeños comercios devastados por el terremoto y un año después, veo a cientos de comerciantes que sufren los destrozos de sus locales en cada protesta callejera".

"Soy un indignado, porque un joven inocente ha perdido su vida en las calles de Santiago. Ojalá tengamos mesura para condenar un hecho puntual y no a una institución entera. Soy un indignado, porque vimos cómo nuestros carabineros evitaban los saqueos en los días del terremoto, y ahora vemos cómo delincuentes, escondidos entre los estudiantes, los atacan sin piedad en cada protesta".

"Soy un indignado porque, hemos tenido avances notables en las últimas décadas y hoy nadie se atreve a reconocerlos. Soy un indignado por esos pseudo empresarios que engañan a la gente, sobre todo a los más pobres, renegociándoles sus condiciones sin ni siquiera preguntarles".

Era ya el mediodía del viernes cuando los radares confirmaban la desaparición del avión en el que iban los de Levantemos Chile.

Pensé en la carta de Cubillos. Y en el "Así no va más", el libro en el que Córdoba reseña la deliberada ausencia de una profunda reforma político-electoral y desnuda la desconfianza de la gente con sus políticos, "ajena a las preocupaciones reales de sus representados". Como aquí, claro.

Pensé en nuestra enseñanza pública degradada y lejos de las exigencias del mundo; en los 40.000 o 50.000 adolescentes/jóvenes que en las calles de Mendoza ni trabajan ni estudian, marginados del mundo real; en los esquives miserables de campaña; en los compromisos empresarios olvidados desde aquellos tiempos de la vieja estirpe de emprendedores comprometidos con las cosas comunes; en los acuerdos de la Agenda de los Mendocinos: en los reclamos de liderazgo para las grandes epopeyas, como las que hicieron grande a Mendoza décadas atrás. Otros políticos, otros empresarios, otros educadores.

El viernes 2, en la tarde, ya se sabía del destino, de la tragedia. Muchos, en Chile y aquí releímos la carta del Indignado. Y algo sigue ardiéndonos todavía.