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La modernidad en crisis

*Por Juan Maya. El debate sobre el fin de la modernidad y la crisis de valores esenciales cobra mayor relevancia en la primera década del siglo XXI. No es casual: su tema central es la discusión sobre el mundo de las ideas que constituyen los fundamentos que legitiman esta sociedad.

 Las nociones de cambio social y progreso humano han variado conceptualmente. No es el fin de la historia; en todo caso, es el comienzo de otra. Incluso algunos sostienen que no estamos en una época de cambio sino más bien en un cambio de época.

Estamos terminando la primera década del nuevo milenio y en general los hombres del pensamiento, cuando se refieren a este nuevo siglo, hablan de la posmodernidad, lo cual implica la existencia hasta ahora de una modernidad. Según muchas tesis historiográficas, la condición moderna se inicia con el llamado Renacimiento en los siglos XV y XVI, ideologías de libertad y de individualidad creadora.

El saber crítico corona el siglo XVIII, el siglo del Iluminismo, período en que comienzan definitivamente las estructuras capitalistas que predominarán durante los siguientes doscientos años.

Hoy más que nunca esta cultura capitalista se encuentra a flor de piel y forma parte del sentido común de hombres y mujeres. Simultáneamente, la sociedad experimenta una crisis de valores ante la cual algunos pensadores sostienen que la vida actual muestra una fragmentación del hombre moderno manejado por lógicas "tecnourbano-masivoconsumistas". Por su parte, la condición posmoderna, según esta posición, estaría expresada por el desencantamiento de esa existencia dominada por la tecnología y el consumo.

Ricos, famosos y pobres, sin esperanza

Es obvio, pero por las dudas hay que señalar que no es lo mismo hablar de modernidad desde los países llamados "centrales" que desde la Argentina. La concepción moderna tiene aquí otros significados: irracionalidad exasperante entre discurso y realidad. Irrupciones industrialistas conviviendo con pobreza y marginalidad. Apariencia de desarrollo en contextos infrahumanizados. Argentina vivió el siglo pasado y el comienzo del presente inmersa en una realidad de mutaciones, agotamientos y reformulaciones.

La vida moderna es contradictoria: por un lado el desarrollo industrial y científico desató una variedad de fuerzas que ninguna época de la historia humana sospechó con los beneficios que la tecnología y el progreso en general suponen para el hombre. Por otro lado, hay síntomas de decadencia que rebasan las orgías del Imperio Romano.

El desorden en todas las relaciones sociales y la incertidumbre distinguen este principio de siglo. Entre nosotros, el siglo XXI está a pleno, sin embargo en algunas ocasiones parece que hemos perdido el hábito de mirar hacia adelante. Somos propensos a las obsesiones retrospectivas más que a los ejercicios de anticipación. A menudo retrocedemos y nos hundimos en las ciénagas del siglo XX.

Las señales de la calle

"Ser moderno es experimentar la vida como un torbellino –sostiene Marshall Berman–, es encontrar al mundo de uno en perpetua desintegración y renovación, penas y angustias, ambigüedad y contradicción". "Todo lo que consideramos sólido en nuestra existencia se desvanece en el aire", señala el filósofo marxista norteamericano de origen judío.

El Kaiser Carabela y el Torino eran espléndidos coches símbolos de dos épocas del país. Eran los tiempos en que un trabajador podía identificar su juventud y su energía sexual con aquello que producía. Cuando se movía la gran línea de producción provocaba emoción formar parte de ella; los trabajadores de Córdoba, Rosario o el Gran Buenos Aires podían sentirse la vanguardia del movimiento obrero organizado y éste, aún, la "columna vertebral".

Hoy aquel mundo está derrumbado. La desocupación ocupó el espacio. El país que aquellos trabajadores construían o creían estar construyendo se fue con el viento. Ya no son jóvenes, ni fuertes ni orgullosos, muchos ni siquiera empleados. Algunos cobran las migajas de un plan social y otros son abandonados con una urgencia desesperada.

Modernidad, progreso y futuro

Después de la Revolución Francesa el concepto de "Modernidad" estuvo vinculado con el progreso indefinido de la sociedad. En esta época esa idea está muy cuestionada. En la sociedad actual hay pérdida de valores fundamentales como la solidaridad, la justicia social, la libertad y la autoridad moral. Es previsible que la corrupción continúe mientras este modelo económico a escala mundial, según los resultados a la vista, siga dividiendo la sociedad entre los que tienen y los que son excluidos. Basta ver las revueltas en Grecia y Londres –que hacían recordar a nuestro propio diciembre del 2001–, los indignados en España o los conflictos en Portugal, entre otros países, sin hablar del riesgo de default de Estados Unidos y sus consecuencias para el planeta entero.

La intervención del Estado se reveló como una herramienta para resolver esos problemas en nuestro país a contramano de las recetas clásicas del FMI. Es evidente que si Europa y Norteamérica le hacen caso al Fondo Monetario aplicando más recesión y más ajuste a la economía la crisis persistirá y se agudizará, como quedó demostrado largamente con el ejemplo argentino. Cada contexto es distinto, las recientes rebeliones en el mundo árabe son también signos de un cambio de época. Hay señales que hacen suponer que un mundo diferente y menos decadente es posible.

De todos modos es un reto que pone como siempre al hombre en el centro de las cuestiones. ¿Servirán los valores y las competencias de siempre para enfrentar los nuevos problemas del siglo XXI? ¿Qué sociedad será la que surja? Una sociedad donde el libre desarrollo de cada uno sea la condición básica del libre desarrollo de todos es posible si nuestros dirigentes entienden la nueva realidad y se ponen a la cabeza de este cambio paradigmático.