La Mileimanía es una experiencia religiosa
La contundencia del resultado obliga a la pregunta básica. ¿Por qué ganó Milei? Creo que aquí se aplica aquello de la multicausalidad.
Contra todos los pronósticos, Milei salió primero alcanzando el 30% de los votos. No solo fue el candidato más votado sino, también, el espacio más votado. No solo salió primero a nivel general, sino que pintó de violeta el mapa argentino.
No es que los analistas políticos y los encuestadores hayamos soslayado el fenómeno Milei. Lo que casi todos erramos fue su magnitud. Lo cual no nos justifica. En tal sentido, el domingo se dio algo curioso: Javier Milei terminó siendo un “cisne negro” previamente imaginado, aunque luego descartado.
Algunas razones del voto a Milei
La contundencia del resultado obliga a la pregunta básica. ¿Por qué ganó Milei?
Creo que aquí se aplica aquello de la multicausalidad. Un esbozo asistemático, expresado en como pensamiento en voz alta, incluiría alguno de los motivos que se enumeran en los siguientes parágrafos:
La gente está harta de la política y los políticos. Milei representa a la anti política o a la anticasta. Milei era la mejor opción más allá de la grieta. Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (i.e. “Sí, soy liberal y de derecha, ¿y qué?”)
Milei consiguió mostrar la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde —y con el yeite de proclamar la justicia social del campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos argentinos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes, marginales y/o zombis sociales.
Milei es un economista que sabe de economía y dice con seguridad lo que debería hacerse. Por ende, va a ser capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía donde sus predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.
El psicoanalista Jacques Lacan teorizó sobre la noción de un “sujeto supuesto saber” para referirse al hecho simple de que las personas tendemos a atribuir saberes particulares de algún tipo a otras personas. Pero dichas atribuciones resultan a veces desmedidas. Así, los miembros de la tribu atribuían al chamán el poder de curar enfermedades. Y modernamente, mediatizado por la ciencia, ese lugar lo reservamos para el médico. Ciertamente, el médico sabe de su ciencia (obviamente, no es un chamán, sino alguien que estudió medicina para aplicarla eficientemente el arte de curar) Pero no es menos cierto que, acaso inadvertidamente, atribuimos a ese profesional cualidades que hasta podrían superar su especialidad. Porque él es el doctor; el que sabe. Lo mismo ocurre con el psicólogo terapeuta: ¿Porque alguien contaría sus más íntimos secretos a un desconocido si no supusiera que éste sabrá qué hacer con eso?
En tal sentido, parte de los votantes de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber. “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base monetaria, el circulante, la emisión y la Escuela Austríaca; pero de lo que sí estoy seguro es que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la vida. Y le creo a él y no otros porque en eso o ya fracasaron o no parece que sepan como sí sabe Milei.
Otro motivo tras el voto de Milei es casi existencial. Como si fuera un gurú de autoayuda, acaso sin proponérselo, Milei invita a quienes lo quieran oír a liberarse del yugo del “deber ser progresista”. Ese que pretende prescribir cómo se debe hablar (leguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas en los espacios ESI, a efectos de salvaguardar su salud sexual futura, etc. O nos revela el listado de los mandamientos opresores de la libertad: la patria es el otro, debés ser solidario, no debés ser exitoso, no debes perseguir tu mérito, no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar “guita”, etc.)
O, como contrapartida, Milei nos da a entender algo análogo a una tabla de “Mandamientos liberadores de la libertad personal (es decir: ni nacional, ni social)”. Por ejemplo: busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará para añadidura; intenta ser propietario, antes que proletario (Adelina Dalesio de Viola, dixit.); no es pecado ser exitoso; ganar buena “guita” brindando servicios para el prójimo no es solo bueno para vos, sino para la sociedad; no sucumbas a las trampas del “zurdaje esclavizante”, no dejes que la casta te robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios, etc.
“Es una experiencia religiosa” La “verdadera” razón del voto a Milei
El periodista me inquirió sobre lo básico: “Entonces: ¿Por qué ganó a Milei?”
Y mi mente febril, casi involuntariamente, evocó “Es una experiencia religiosa”, el título de aquella canción de Enrique Iglesias donde se compara al amor con el sentimiento religioso.
Inmediatamente mi mente descarriada parafraseó aquellos del asesor de Bill Clinton “Es la economía, estúpido, por “Es la religión, estúpido” Entonces esbocé una micro tesis. Me explico:
A modo de provocación operativa sentenciaré: “Milei ganó porque una parte importante del 30% de sus votantes estableció con él un vínculo cuasi religioso”.
En términos de liderazgo podría decirse que Milei es un líder carismático. Según el ChatGPT de openai, se trata de lo siguiente:
El liderazgo carismático es un estilo de liderazgo en el cual un líder ejerce una influencia significativa sobre sus seguidores debido a su carisma personal, carácter magnético y habilidades de comunicación convincentes. Los líderes carismáticos tienen la capacidad de inspirar y motivar a las personas a través de su presencia, discursos apasionados y visión inspiradora. Su atractivo y habilidades de persuasión les permiten generar seguidores leales y comprometidos que se sienten emocionalmente conectados con la causa o visión del líder. Este tipo de liderazgo se basa en gran medida en la personalidad y las características individuales del líder, más que en estructuras formales de poder. Los líderes carismáticos a menudo son percibidos como visionarios y agentes de cambio que pueden desafiar el statu quo y movilizar a las personas hacia metas comunes.
La cita es más que elocuente: parece que estuviera definiendo a Milei. Pero, se me objetará: ¿Qué es lo que torna cuasi religioso a un líder carismático? La respuesta es acaso sencilla: la devoción, la idolatría, los rituales, la liturgia celebratoria, la incapacidad de percibir sus errores, la paranoia sobres las consecuencias de cuestionarlo, la aceptación cómplice de sus veleidades, caprichos y trasgresiones, el aplauso obsecuente de sus extravagancias, la sumisión a acatar sus mandatos. Etcétera.
Pero acaso se preguntará el lector: Perdón, ¿está hablando sobre Milei o sobre Cristina?
Si, efectivamente, se hizo la pregunta, entonces creo que ha captado el punto de mi tesis.
El hilo invisible que une a un Javier Milei con una Cristina Kirchner es que ambos son líderes carismáticos que propician experiencias cuasi religiosas en el vínculo con sus seguidores.
Desde que el anti kirchnerismo se hartó de Cristina, ha estado buscando el mejor vehículo para ganarle y deshacer lo que supone un hechizo perverso pergeñado por ella y que pesa sobre una parte de la sociedad. Primero probó con Sergio Massa en 2013. Luego, en 2015, entendió que Mauricio Macri era más efectivo. Pero eso anduvo cierto tiempo hasta que dejó de funcionar. Y, entonces, ahora, apareció Milei.
Cuando Jaime Durán Barba le recomendó a Mauricio en 2011 que desistiera de presentarse como candidato, su argumento fue lapidario: “Es imposible ganarle a una viuda”
Aggiornada a estos tiempos una sentencia análoga a la del consultor ecuatoriano podría ser: “Es imposible ganarle a una religión, sin oponerle otra”.
El refrán popular lo dice con elocuencia: “un clavo saca a otro clavo”. Obviamente, aquí no se pretende decir que Cristina ni Milei sean clavo alguno. Solo pretende afirmarse una consecuencia obvia: “¡La única forma de erradicar de cuajo una religión es creando otra!”. No era la economía, no siquiera la Libertad (¡Viva la Libertad, carajo!). Era la religión.
Porque la religión es aquel encuentro mágico que ocurre en las sutiles esferas de la idealización. El amor es una experiencia religiosa porque es único, místico, extasiante, pasional. Y porque, como dice la sabiduría popular, es irremediablemente ciego. Es loco y es ciego. Una locura compartida. Acaso un profundo mal entendido que solo se revela cuando finaliza y se caen las máscaras.
La sentencia fácil y acrítica sostiene una simplificación: El voto de Milei tiene la cara del enojo o de la bronca. Pero eso es apenas unos de los ingredientes de un cóctel mayor.
Una persona que ha perdido su rumbo existencial transita solitaria por una plaza de barrio. Y de pronto algún pastor de turno narra la retahíla de siempre: “Yo estaba perdido, desesperanzado, angustiado, deprimido, hasta que el Señor se me reveló. Y lo dejé entrar en mi corazón. Y, entonces, conocí su gloria” La persona perdida no puede dejar de sucumbir al relato. Porque está herida, porque se siente vencida. Y transmuta así su decepción en ilusión.
Mi hermano Gustavo solía recordarme una frase de Ernesto Sábato: “Los desesperanzados se reclutan entre los ex esperanzados. Porque para ser un desesperanzado es necesario haber tenido antes alguna esperanza y, luego, haberla perdido”. Y, curiosamente. agregaba Sábato, “los desesperanzados, de tanto en tanto, necesitan volver a revocar su esperanza. Acaso por aquello de que (¡menos mal!) la ilusión es lo que ultimo que se pierde.
Mi profesor de marketing me lo explico alguna vez en una síntesis magistral: El marketing es el arte de propiciar el encuentro entre la oferta y la demanda. En términos psicológicos, la oferta equivalía a la promesa. Y la demanda a la ilusión.
Y agregaba que, en esencia, no hay una diferencia estructural entre vender, seducir y hacer política: todas son variantes de propiciar ese encuentro entre promesa e ilusión. Entre alguien que quiere querer y alguien que ofrece lo que aquel quiere.
En mis cursos de liderazgo político lo tomo como punto de partida: “Sin promesa, no hay campaña”.
Porque si el candidato no es capaz de tocar en el votante algo del orden de la ilusión, entonces no habrá voto. Las ilusiones pueden ser muchas y variadas. Pero todas derivan de una fundamental: el deseo legítimo de aspirar a una vida mejor.
Lo demás son detalles. En marketing, por ejemplo, se tratan las “razones para creer”. Porque sin razones para creer, sin argumentos de verosimilitud, las promesas se tornan esotéricas. En cambio, con el ropaje argumental del qué, el cómo, el cuándo, el para qué y el con qué, las promesas se transforman en propuestas. Y Milei las hizo.
La Mileimanía: O de la política en clave de rockstar
Suele decirse que Milei es como un rockstar: la gente se le acerca, se aglomera para verlo, para tocarlo, para pedirle una selfie. No es casual que Milei deba andar con guardaespaldas. Como los rockstars. Porque las pasiones de los fanáticos pueden desbordarse.
Quizás resulte abusivo decir que la idolatría es una experiencia religiosa. Cambiemos entonces la proposición operativa:
“Javier Milei es un personaje. Como un rockstar. Como un ídolo deportivo”.
Sus seguidores entonces se comportan con “pasión tribunera”. Con el entusiasmo envolvente de ser uno con la cofradía. Sea la de los fans. Sea la de la hinchada. Y la idolatría se alimenta de puestas en escenas, de rituales, de emblemas, de lemas. ¡Viva la libertad carajo! Y los aprendices de leones rugen.
El festejo del domingo en el bunker de Milei trasmitía esa esencia. Alegría desbordante, bailes, música, movimiento. Semejaba a las de Mauricio, allá lejos y hace tiempo. O a los actos de Cristina.
Ya lo sabemos. Sin cánticos no hay hinchadas. Y sin hinchada no hay partido.
Me tocó ser de una generación cercana a la Beatlemanía. Aunque era un niño, alcanzaba a intuir la naturaleza y dimensión del fenómeno. Gritos, histerias, emulación, veneración.
La Beatlemanía, como tantos otros fenómenos sociales masivos, se propagó por el mundo. Y cambió la juventud para siempre.
Por cierto, Milei no es Lennon ni McCartney. Tampoco Messi ni “El Dibu”. Pero su onda expansiva tiñó de violeta el mapa argentino. No es poco.
Su viralidad fue capilar, no concentrada. Llegó a las grandes urbes, a los pequeños pueblos y a los ignotos barrios. Y no se sabe en qué momento de su ciclo de propagación se encuentra. Por eso es difícil determinar el potencial probable entre su piso y su techo.
Para analizar, en el último apartado me referiré a una teoría clásica sobre la adopción de innovaciones que aplica al caso.
¡Milei se puso de moda. La casta pasó de moda!
Concluiré el artículo con este último análisis. Aunque revelaré una pequeña trampa: se trata de un fragmento de un trabajo inédito escrito en octubre de 2017, luego del triunfo de Cambiamos en las elecciones legislativas generales de aquel año. Aquí solo me limité a cambiar la palabra “Cambiemos” por “Milei, y “El kirchnerismo” y “Unidad Ciudadana”, por “La casta”. El resultado obtenido, que a continuación se transcribe, me asombró.
Según la célebre sentencia de Karl Marx “La historia ocurre dos veces, una vez como tragedia y la otra como farsa”. Quizás, para completar la idea, quepan un par de opciones más para la historia: 1) Que se repita sin sentido y 2) Que simplemente se repita y punto. Espero que el lector saque sus conclusiones Va el texto final:
El consultor simplista lo sentenció sin dudar: “¡Milei ganó porque se puso de moda; la casta, en cambio, quedó demodé!”
El consultor intelectual (¡y algo pretencioso!) lo expresaría en otros términos: “Existe un momento en que la sociedad avizora un cambio de paradigma; entonces el orden instaurado cede paso al advenimiento de una nueva matriz de pensamiento político que sepulta al orden anterior”.
El consultor reflexivo ensaya el viejo arte de linkear ideas para producir analogías. Entonces surge un bosquejo conjetural, un garabato explicativo: “El cambio político, como la moda, o como el ciclo de la innovación y obsolescencia, nace, crece, se consolida y entre en declive hasta que sobreviene su inexorable ocaso”.
En 1962, el sociólogo Everett Rogers describió el ciclo de adopción y difusión de la innovación (recordemos que la innovación es un cambio superlativo) a través de un modelo en forma de campana de Gauss, donde se diferenciaban cinco grupos de personas en función del tiempo requerido para adoptar una innovación: los innovadores, los primeros adoptantes, la mayoría precoz, la mayoría tardía y los rezagados. Un siglo antes el sociólogo Gabriel Tarde ya había postulado una teoría similar a la que denominó la "Ley de imitación"
Conforme al modelo, al inicio, una pequeña minoría se anima a probar la novedad asumiendo los riesgos concomitantes. Conforme a cuál sea la metáfora, diríase que esa minoría está conformada por quienes, haciendo punta, son capaces de tirarse a la pileta, aún a riesgo de que no haya agua; o bien (figura de otros tiempos), son los primeros en animarse a sacar a bailar a su partenaire, aun riesgo de quedar expuestos ante la mirada de los demás. A continuación, una primera oleada de imitadores (v.g. los adoptadores tempranos) se atreve también a plegarse a la incipiente moda. Pero el cambio termina consolidándose recién en una tercera etapa, cuando la mayoría temprana acompaña a los primeros adelantados, para también navegar la ola rupturista.
El ciclo de adopción de las innovaciones en clave esquemática
Ciertamente, ya lo sabemos: existe un momento clave, de delgado equilibrio, en que esa mayoría adopta el rumbo. Y el instante de catalización semeja un juego de espejos. Entonces se miran unos a otros, antes de lanzarse definitivamente a la pileta. Acaso en ese momento no se atiende a si habrá o no agua, porque lo la mirada se centra en determinar si los otros se atreverán a saltar. “Si los otros se animan, también me animo”. Entonces la moda se consolida. Mientras que, por similar mecanismo, lo viejo comienza a tornase obsoleto.
Seguramente, el camino es dual. Para que nazca lo nuevo tiene que morir lo viejo. En el barrio decíamos “eso ya se está quemado”. En lo que se denominaba la “high” se expresaba lo mismo en lógica binaria: lo In y lo Out.
Para que hubiera ola violeta fue necesario comenzar a sepultar la ola celeste y blanca de Unión por la Patria y la ola amarilla de Juntos por el Cambio. En los barrios de la sorpresa lo dicen o piensan con vehemencia: “¡La casta ya fue: ¡Viva la Libertad, Carajo!”
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