La manzana podrida
*Por Ernesto Tenembaum. Dicen que va invicto en todas las elecciones a las que se presentó en su provincia sin ser peronista. Y que se trata de una provincia grande, de tradición peronista.
Hay que frenarlo antes de que sea tarde. Yo sé por qué lo digo. Esas cosas empiezan pero nunca se sabe dónde terminan. El tipo tiene una insoportable cara de yo no fui. No le sacás una definición tajante ni que lo exprimas. Jamás va a aparecer en los títulos, porque no responderá ni cuando lo ataque –en una de sus tantas demostraciones de talento inigualable– el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Desde los tiempos de la Alianza que no aparecía alguien tan aburrido, insípido, educado.
Pero nada de eso es lo peor.
Dicen que va invicto en todas las elecciones a las que se presentó en su provincia –internas abiertas, cerradas, municipales, provinciales– sin ser peronista. Y que se trata de una provincia grande, de tradición peronista. Dicen que nunca tuvo una frase altisonante contra Cristina ni Néstor Kirchner, pero tampoco se convirtió a esa curiosa religión progre en la que todo aquel que critica al Gobierno es cómplice de todo.
Que construyó junto a su partido un sistema de salud pública como no hay otro en el país y otro de transporte público similar. Que su política social le da una base de apoyo muy sólida. Que no robó, no se enriqueció, que no hay ninguna denuncia en ese sentido contra el resto de sus partidarios, que a su alrededor no se escucha esa frase tan típica en los últimos tiempos por parte de personas impensadas, que se han resignado a tantas cosas: "¿Y qué querés? ¿Que hagan política sin plata? ¿Que sean pobres?".
Que no intentó una reforma constitucional para reelegirse. Que fue a internas y ungió a un sucesor, o será que formó equipos. Que todo ese proceso lo hizo por medio de un sistema electoral novedoso que evita, hasta donde sea posible, el fraude. Que nunca financió una red de medios y periodistas para que lo defiendan de sus supuestos enemigos porque la plata, creen por allá, está para otra cosa.
Y que pese a todo eso, gana elecciones.
O sea, es un pésimo ejemplo.
Un gorila.
Está por demostrar, a punto de hacerlo, que se puede hacer política y ser eficiente sin necesidad de transar con mafias de todo tipo.
Y no porque vaya a ganar las presidenciales. Eso es imposible. Cristina está imparable. Gana caminando. El pueblo ya la compró. Además, ya lo conocemos –al pueblo–. No se detiene en detalles menores como la honestidad o la buena gestión.
Ni siquiera es peligroso porque vaya a presentarse.
Hay que pararlo porque es un mal ejemplo. Puede ocurrir que muchas personas saquen conclusiones equivocadas. Por ejemplo, que empiecen a pensar que entre los conservadores promercado de Macri y De Narváez, y la estructura del PJ clásico, con CFK y Scioli y los caciques de todo tipo, y las declaraciones juradas, y el Indec, y la Federal que mató, y el festival de subsidios a personas muy pero muy extrañas, y el sistema de salud pública y de transporte bien pero bien noventistas, entre esas dos opciones existe la posibilidad de construir algo distinto, que no sea sólo testimonial, y que haya demostrado la capacidad de gobernar la provincia y revalidar títulos una y otra vez.
O sea: que todas las recomendaciones maquiavélicas de estos últimos veinte años, de que el fin justifica los medios, de que la mafia es condición imprescindible para gobernar, que la corrupción es casi-casi un hecho elogiable "porque así es el poder, ¿viste?", podrían –eventualmente– estar puestos en tela de juicio. Y que entonces podría conmoverse la base misma de la identidad a la que, con tantas dificultades, nos aferramos estos años.
Por eso, pongámonos a revisar. Que los muchachos empiecen a trabajar duro. Algo hay que encontrarle: una amigo de un amigo que tenga un campo donde exploten gente, una foto con una mucama nigeriana, una cuenta falsa en el exterior –de esas que le tiramos por la cabeza a Olivera o a Juez–, o un juez amigo que lo engrampe con la droga. No importa que esto sea verdadero o falso. Lo que importa es que lo instalemos (y para eso no nos faltan amigos bien dispuestos en tantos medios de comunicación). El tipo parece tan puro que cualquier pequeña manchita se va a notar mucho. Ya lo dijo Beliz. No se puede entrar a un barrial con zapatitos blancos.
Es más: quizá podemos usar a un radical para lanzar la estocada. Al fin y al cabo ellos están más preocupados que nosotros.
Sé que no es ético lo que estoy proponiendo. Pero, ¿qué es la ética en política? No hay otra ética que la relación entre medios y fines. La cosa es así: nosotros estamos construyendo un país libre, donde las corporaciones y la derecha no manejen la Casa Rosada. Toda grieta que se abra es tremenda porque le hace el juego a la derecha. La honestidad de este tipo, la transparencia y la eficiencia que le reconocen hasta sus adversarios, nos ponen en tela de juicio a todos. Y por eso, son funcionales a las corporaciones, a la derecha, al capitalismo salvaje y a la década del noventa. Por eso, es necesario mancharlo. Porque, si todos los que peleamos poder estamos sucios, está claro que es condición sine qua non para pelear poder: estar sucios. Además, es la esencia argentina: el poder es sucio. La esencia uruguaya es que los dirigentes pueden ser honestos. Ellos nacieron así. Pero nosotros no. Todos chorean porque no tienen alternativa.
Busquémosle algo.
Es la única manera, porque ni siquiera podemos decir que es de derecha. La agenda parlamentaria de su gente no es un punto débil: apoyaron la ley de medios, la estatización de las AFJP, la asignación por hijo, el control de las prepagas, el matrimonio gay mientras que, al mismo tiempo, pedían la normalización del Indec, la democratización del Consejo de la Magistratura, el 82 por ciento móvil a los jubilados.
Hasta en eso nos pueden ganar: en su provincia, el tipo paga ese 82 por ciento móvil sin que haya ningún escándalo. Lo paga. Sólo para jorobarnos.
Y además, parece que todos viven en paz: nadie se odia con nadie, más allá de lo normal, se pueden discutir las medidas de gobierno sin que los disidentes se transformen en enemigos execrables.
O sea: hay que pararlo.
En el pasado no hay nada a la vista: no estuvo con Menem, ni con la Alianza, no tiene economistas neoliberales, no participó de las privatizaciones, vive en la misma casa.
Of. Va a ser difícil. Pero algo habrá.
Porque, aunque no gane –y no tiene ninguna posibilidad de ganar– genera preguntas incómodas.
Y, si algo no queremos, son preguntas incómodas.
Vamos en el tren de la victoria.
Las preguntas incómodas le hacen el juego a la derecha. Y a Clarín. Y a Techint.
Los enemigos son terribles.
La duda es, en este contexto, la jactancia de los intelectuales.
Y nosotros, de jactancia, no tenemos nada.