Sociedad
La lucha incansable de los bomberos voluntarios de la Villa 31: no tienen agua en el cuartel y usan cascos de obra
El jefe del cuerpo dice que el barrio "es el lugar ideal para ser bombero”. Dos miembros se contagiaran coronavirus.
Ubicados “calle nueva detrás de la terminal de micros”, el cuartel de bomberos voluntarios del Barrio 31 era antes un kiosco de droga. Tiene doce metros cuadrados y está ubicado en una calle sin nombre. La calle en la que está ubicado, es una arteria de 500 metros sin intersecciones: hace un año no había luz, hace un año violaban a una joven bajo la complicidad de la oscuridad. Hoy la gente que se sumerge en este largo pasillo sin salidas intermedias no se arrepiente: lo hace segura porque, en el medio del trayecto, están los bomberos voluntarios de la villa.
Son los bomberos que no tienen agua. Dependen de los vecinos para hidratarse y de la fortuna para apagar los incendios. A veces acuden para complementar el trabajo de bomberos municipales, otras veces, cuando éstos se demoran por razones logísticas, el trabajo se circunscribe al esfuerzo de los voluntarios. Los cochebomba llegan hasta la mitad de la villa, “no pasan del playón”. La laberíntica morfología del lugar restringe los desplazamientos: los bomberos voluntarios corren o andan en bicicleta. La efectividad de los camiones de bomberos en el Barrio 31 se reduce notablemente.
“La otra forma de apagar un incendio -dice Horacio Viale, jefe del cuartel- es con hidrantes de piso, pero muchas veces nuestros hidrantes no tienen agua ni presión”. Cada 200 metros hay uno. Allí colocan un dispositivo que llaman columna, desde donde encajan los tramos de las mangueras. Cuando los siniestros ocurren a mitad de camino entre dos hidrantes, deben asociar cuatro tramos y forzar la presión del agua. La expansión vertical de los asentamientos generó que los usuarios de pisos elevados instalaran bombas centrífugas en las redes subterráneas para tener canillas que funcionen. “A las dos de la mañana tenemos una excelente presión de agua, pero a las seis de la tarde es imposible”, comparó Viale.
El abastecimiento está siempre comprometido. Desde que comenzó la cuarentena, la falta de agua en el barrio de emergencia de Retiro ocupó -como nunca antes- estado público. Las muertes de Ramona Medina, voz y protagonista de un video que viralizó la problemática, y de Víctor Giracoy, referente histórico del comedor “Estrella de Belén”, estimuló la reacción de los gobiernos. “Hasta hace un mes veníamos laburando sin agua. Ahora mágicamente abrieron una canilla, pero ni siquiera es un hilo de agua. Para un incendio grande no nos alcanza”, explicó el jefe del cuartel.
Los bomberos voluntarios del Barrio 31 existen hace quince meses. Oficialmente tienen 162 personas certificadas en el padrón, pero en este momento 74 ofician de voluntarios: hay más de 30 bomberos con licencia por tratarse de población de riesgo, por presentar enfermedades preexistentes o por estar a cargo de hijos pequeños. El mismo Horacio Viale padece neumonía no viral y tuvo que someterse a un hisopado que dio negativo.
Entre los más de cuatro mil infectados de coronavirus en las villas porteñas, dos eran bomberos voluntarios del Barrio Padre Mugica: Susana y Ezequiel, madre e hijo. Estuvieron 18 días internados en el Hospital Rivadavia. Ya recibieron el alta médica y volvieron a trabajar en guardias desde su casa, una precaria construcción dentro del Barrio 31. De los seis hijos de Susana, cinco se contagiaron. Todos se recuperaron, aunque no haya ningún comprobante que lo acredite. La madre de 43 años, oriunda de Jujuy, es cocinera de vocación: cocina para personas en situación de calle en la plaza de Pompeya y dentro de la villa. Se hizo bombera hace diez meses porque quería ayudar a las personas.
“Me crié en Jujuy en un ambiente muy solidario. Me hice bombera porque me di cuenta que llegan los bomberos y a las mujeres o los que no tenemos fuerzas nos piden que nos corramos. Y no: yo quería salvar a los nenes, a las familias, a los animales”, argumentó. Mientras estuvo internada con su hijo de 17 años -bombero voluntario cadete- participaron de una clase de Zoom sobre psicología en catástrofes. “Hay gente que está muy enganchada. Están comprometidos con la causa. Entienden que ser bombero es una forma de ayudar a la comunidad”, interpretó Horacio Viale.
Pero el compromiso no sustituye las deudas históricas. En el Barrio 31, los bomberos no disponen de trajes estructurales. La Policía Federal les donó cinco uniformes viejos de incendio básico. Ya ni siquiera están completos: hay más chaquetones que pantalones. Usan borcegos, botas y pantalones de fajina personales. No tienen guantes, matafuegos o equipos autónomos que, sin embargo, desestiman porque no son prácticos para subir las escaleras angostas en forma de caracol características del barrio. Los cascos que usan son de obra. Los profesionales son dos y su precio de 6.000 pesos es excluyente.
En el cuartel no tienen suministro de luz; el espacio es precario y minúsculo. Alquilan un baño químico por 3.500 pesos la semana, dinero que sacan de su propio bolsillo. Viale le rogó a las autoridades de “El Portal”, las oficinas de la Secretaría de Planificación de la Ciudad de Buenos Aires, la donación de un baño químico, uno de los que se utilizaron en obras recientes. “Se negaron a prestarnos uno. No nos dan nada. Tengo notas suplicando que ayuden a una bombera que no tiene para comer y no me responden. No sé cuál es el problema”, cuestionó. En el orden de las promesas, también está la entrega de un predio grande. “Pero curiosamente siempre falta una firma”, dijo el bombero. Durante la entrevista con Infobae, sostuvo en reiteradas ocasiones que su posición es apolítica: “Yo me saco una foto con cualquiera que venga a donarnos un paquete de fideos”.
Este medio consultó al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por las denuncias del jefe del cuartel. Desde los organismos porteños vinculados a la asistencia del Barrio 31, explicaron que dentro del mismo área geográfica se encuentra el destacamento Retiro, dependiente de la Estación 4ta de Recoleta y con asiento en la terminal de ómnibus, lindero a una de las fronteras de la villa de emergencia. “Este destacamento cuenta con personal las 24 horas y está preparado para hacer una rápida y primaria intervención en el barrio”, apuntaron. “Esa información es real -validó Viale-. Como también es real que no ingresan al barrio o que ingresan hasta donde pueden. A veces han perdido materiales o herramientas que las gente nos la entrega a nosotros”.
Los bomberos voluntarios emprendieron una campaña solidaria el último día de mayo: el objetivo es juntar mil kilos de mercadería para donar en la comunidad. “La cosa es ayudar”, sintetizó Viale. No importa qué tipo de mercadería: alimentos no perecederos, arroz, fideos, polenta, legumbres secas, leche, cacao, sal, verduras o artículos de limpieza. “Lo que sea de primera necesidad y rápido para entregar”, apuntó. No importa tampoco cuánto. “Si llegamos a 800 kilos vamos a más que felices y lo vamos a repartir igual”, acreditó. Por ahora consiguieron más de 110 kilos y estiman alcanzar el techo de su propuesta en una semana. Como no tienen espacio físico para albergar la mercadería, cada vez que reciben donaciones, las fraccionan y distribuyen. “Mil kilos no es tanto pero creo que al menos vamos a poder poner un plato de comida en la mesa de la gente necesitada”.
La consigna madre es colaborar con la comunidad. Y entre la comunidad, están, claro, los propios bomberos voluntarios. “En esta cuarentena, a la gente que labura por día se les presentó un inconveniente: no tienen para comer. Todos los bomberos trabajamos, todos somos voluntarios. Yo soy chofer de taxi por ejemplo. Tenemos muchos chicos sin trabajo y, aunque no estemos encerrados, los controles se agudizaron y no pueden salir a laburar. Tenemos un psicólogo, dos electricistas, dos peluqueras, muchos albañiles y gente que labura de lo que puede”, enumeró el jefe del cuartel.
“La campaña para conseguir mil kilos de mercadería es para que no le pase a la gente lo que nos pasó a nosotros -explicó Susana-. Cuando me mandaron a hacer la cuarentena de quince días, me dieron una caja de leche, un aceite de 900, dos paquetes de fideos, una harina y una lata de duraznos. Me pareció un chiste. Decí que hay vecinos, compañeros y amigos que me alcanzaron cosas para mí y para mis hijos. Lo que queremos hacer en el destacamento es que las familias no queden sin nada”.
El cuerpo de bomberos voluntarios del Barrio 31 ya intervino en más de 100 siniestros, desde accidentes viales hasta incendios. “Día por medio algo grave pasa”, dijo Viale. Certificó que hace dos meses no reciben heridos de bala y aclaró que son hoy la única guardia sanitaria que atiende las 24 horas, dado que los hospitales cierran a las seis de la tarde y las ambulancias no ingresan a cualquier punto del barrio. Actualmente hacen tareas de prevención con vigilancia en la utilización de tapabocas o barbijos y el cumplimiento del distanciamiento social, actúan en evacuaciones de contagiados, en curaciones de heridos y en incendios.
“Estamos en un lugar donde la violencia abunda: tenemos muchos robos y muchas peleas por drogas. Había una época en la que teníamos un muerto por día”, relató el jefe de los bomberos voluntarios. Cuando fundaron el cuartel, los confundían con policías y los insultaban. Ahora, según Viale, los respetan bastante, “por más que tengamos que repetirles que se pongan el barbijo”, explica a Infobae.
Más allá de no tener agua corriente o electricidad, de obligarlos a alquilar un baño químico, de ocupar un espacio reducido o de no disponer del equipamiento necesario, Horacio Viale rescata el espíritu de los bomberos voluntarios. “Estamos en un lugar heavy, es cierto, pero para el bombero es precioso. Porque tenés contacto con la gente, porque podés ayudar realmente. Si bien la función social es igual a la de cualquier lado, nosotros tenemos un vínculo con la población que no tiene el resto. No estamos adentro del cuartel, estamos en la calle y hablamos siempre con los vecinos. El Barrio 31 es el lugar ideal para ser bombero”.
Son los bomberos que no tienen agua. Dependen de los vecinos para hidratarse y de la fortuna para apagar los incendios. A veces acuden para complementar el trabajo de bomberos municipales, otras veces, cuando éstos se demoran por razones logísticas, el trabajo se circunscribe al esfuerzo de los voluntarios. Los cochebomba llegan hasta la mitad de la villa, “no pasan del playón”. La laberíntica morfología del lugar restringe los desplazamientos: los bomberos voluntarios corren o andan en bicicleta. La efectividad de los camiones de bomberos en el Barrio 31 se reduce notablemente.
“La otra forma de apagar un incendio -dice Horacio Viale, jefe del cuartel- es con hidrantes de piso, pero muchas veces nuestros hidrantes no tienen agua ni presión”. Cada 200 metros hay uno. Allí colocan un dispositivo que llaman columna, desde donde encajan los tramos de las mangueras. Cuando los siniestros ocurren a mitad de camino entre dos hidrantes, deben asociar cuatro tramos y forzar la presión del agua. La expansión vertical de los asentamientos generó que los usuarios de pisos elevados instalaran bombas centrífugas en las redes subterráneas para tener canillas que funcionen. “A las dos de la mañana tenemos una excelente presión de agua, pero a las seis de la tarde es imposible”, comparó Viale.
El abastecimiento está siempre comprometido. Desde que comenzó la cuarentena, la falta de agua en el barrio de emergencia de Retiro ocupó -como nunca antes- estado público. Las muertes de Ramona Medina, voz y protagonista de un video que viralizó la problemática, y de Víctor Giracoy, referente histórico del comedor “Estrella de Belén”, estimuló la reacción de los gobiernos. “Hasta hace un mes veníamos laburando sin agua. Ahora mágicamente abrieron una canilla, pero ni siquiera es un hilo de agua. Para un incendio grande no nos alcanza”, explicó el jefe del cuartel.
Los bomberos voluntarios del Barrio 31 existen hace quince meses. Oficialmente tienen 162 personas certificadas en el padrón, pero en este momento 74 ofician de voluntarios: hay más de 30 bomberos con licencia por tratarse de población de riesgo, por presentar enfermedades preexistentes o por estar a cargo de hijos pequeños. El mismo Horacio Viale padece neumonía no viral y tuvo que someterse a un hisopado que dio negativo.
Entre los más de cuatro mil infectados de coronavirus en las villas porteñas, dos eran bomberos voluntarios del Barrio Padre Mugica: Susana y Ezequiel, madre e hijo. Estuvieron 18 días internados en el Hospital Rivadavia. Ya recibieron el alta médica y volvieron a trabajar en guardias desde su casa, una precaria construcción dentro del Barrio 31. De los seis hijos de Susana, cinco se contagiaron. Todos se recuperaron, aunque no haya ningún comprobante que lo acredite. La madre de 43 años, oriunda de Jujuy, es cocinera de vocación: cocina para personas en situación de calle en la plaza de Pompeya y dentro de la villa. Se hizo bombera hace diez meses porque quería ayudar a las personas.
“Me crié en Jujuy en un ambiente muy solidario. Me hice bombera porque me di cuenta que llegan los bomberos y a las mujeres o los que no tenemos fuerzas nos piden que nos corramos. Y no: yo quería salvar a los nenes, a las familias, a los animales”, argumentó. Mientras estuvo internada con su hijo de 17 años -bombero voluntario cadete- participaron de una clase de Zoom sobre psicología en catástrofes. “Hay gente que está muy enganchada. Están comprometidos con la causa. Entienden que ser bombero es una forma de ayudar a la comunidad”, interpretó Horacio Viale.
Pero el compromiso no sustituye las deudas históricas. En el Barrio 31, los bomberos no disponen de trajes estructurales. La Policía Federal les donó cinco uniformes viejos de incendio básico. Ya ni siquiera están completos: hay más chaquetones que pantalones. Usan borcegos, botas y pantalones de fajina personales. No tienen guantes, matafuegos o equipos autónomos que, sin embargo, desestiman porque no son prácticos para subir las escaleras angostas en forma de caracol características del barrio. Los cascos que usan son de obra. Los profesionales son dos y su precio de 6.000 pesos es excluyente.
En el cuartel no tienen suministro de luz; el espacio es precario y minúsculo. Alquilan un baño químico por 3.500 pesos la semana, dinero que sacan de su propio bolsillo. Viale le rogó a las autoridades de “El Portal”, las oficinas de la Secretaría de Planificación de la Ciudad de Buenos Aires, la donación de un baño químico, uno de los que se utilizaron en obras recientes. “Se negaron a prestarnos uno. No nos dan nada. Tengo notas suplicando que ayuden a una bombera que no tiene para comer y no me responden. No sé cuál es el problema”, cuestionó. En el orden de las promesas, también está la entrega de un predio grande. “Pero curiosamente siempre falta una firma”, dijo el bombero. Durante la entrevista con Infobae, sostuvo en reiteradas ocasiones que su posición es apolítica: “Yo me saco una foto con cualquiera que venga a donarnos un paquete de fideos”.
Este medio consultó al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por las denuncias del jefe del cuartel. Desde los organismos porteños vinculados a la asistencia del Barrio 31, explicaron que dentro del mismo área geográfica se encuentra el destacamento Retiro, dependiente de la Estación 4ta de Recoleta y con asiento en la terminal de ómnibus, lindero a una de las fronteras de la villa de emergencia. “Este destacamento cuenta con personal las 24 horas y está preparado para hacer una rápida y primaria intervención en el barrio”, apuntaron. “Esa información es real -validó Viale-. Como también es real que no ingresan al barrio o que ingresan hasta donde pueden. A veces han perdido materiales o herramientas que las gente nos la entrega a nosotros”.
Los bomberos voluntarios emprendieron una campaña solidaria el último día de mayo: el objetivo es juntar mil kilos de mercadería para donar en la comunidad. “La cosa es ayudar”, sintetizó Viale. No importa qué tipo de mercadería: alimentos no perecederos, arroz, fideos, polenta, legumbres secas, leche, cacao, sal, verduras o artículos de limpieza. “Lo que sea de primera necesidad y rápido para entregar”, apuntó. No importa tampoco cuánto. “Si llegamos a 800 kilos vamos a más que felices y lo vamos a repartir igual”, acreditó. Por ahora consiguieron más de 110 kilos y estiman alcanzar el techo de su propuesta en una semana. Como no tienen espacio físico para albergar la mercadería, cada vez que reciben donaciones, las fraccionan y distribuyen. “Mil kilos no es tanto pero creo que al menos vamos a poder poner un plato de comida en la mesa de la gente necesitada”.
La consigna madre es colaborar con la comunidad. Y entre la comunidad, están, claro, los propios bomberos voluntarios. “En esta cuarentena, a la gente que labura por día se les presentó un inconveniente: no tienen para comer. Todos los bomberos trabajamos, todos somos voluntarios. Yo soy chofer de taxi por ejemplo. Tenemos muchos chicos sin trabajo y, aunque no estemos encerrados, los controles se agudizaron y no pueden salir a laburar. Tenemos un psicólogo, dos electricistas, dos peluqueras, muchos albañiles y gente que labura de lo que puede”, enumeró el jefe del cuartel.
“La campaña para conseguir mil kilos de mercadería es para que no le pase a la gente lo que nos pasó a nosotros -explicó Susana-. Cuando me mandaron a hacer la cuarentena de quince días, me dieron una caja de leche, un aceite de 900, dos paquetes de fideos, una harina y una lata de duraznos. Me pareció un chiste. Decí que hay vecinos, compañeros y amigos que me alcanzaron cosas para mí y para mis hijos. Lo que queremos hacer en el destacamento es que las familias no queden sin nada”.
El cuerpo de bomberos voluntarios del Barrio 31 ya intervino en más de 100 siniestros, desde accidentes viales hasta incendios. “Día por medio algo grave pasa”, dijo Viale. Certificó que hace dos meses no reciben heridos de bala y aclaró que son hoy la única guardia sanitaria que atiende las 24 horas, dado que los hospitales cierran a las seis de la tarde y las ambulancias no ingresan a cualquier punto del barrio. Actualmente hacen tareas de prevención con vigilancia en la utilización de tapabocas o barbijos y el cumplimiento del distanciamiento social, actúan en evacuaciones de contagiados, en curaciones de heridos y en incendios.
“Estamos en un lugar donde la violencia abunda: tenemos muchos robos y muchas peleas por drogas. Había una época en la que teníamos un muerto por día”, relató el jefe de los bomberos voluntarios. Cuando fundaron el cuartel, los confundían con policías y los insultaban. Ahora, según Viale, los respetan bastante, “por más que tengamos que repetirles que se pongan el barbijo”, explica a Infobae.
Más allá de no tener agua corriente o electricidad, de obligarlos a alquilar un baño químico, de ocupar un espacio reducido o de no disponer del equipamiento necesario, Horacio Viale rescata el espíritu de los bomberos voluntarios. “Estamos en un lugar heavy, es cierto, pero para el bombero es precioso. Porque tenés contacto con la gente, porque podés ayudar realmente. Si bien la función social es igual a la de cualquier lado, nosotros tenemos un vínculo con la población que no tiene el resto. No estamos adentro del cuartel, estamos en la calle y hablamos siempre con los vecinos. El Barrio 31 es el lugar ideal para ser bombero”.
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