La lección de Perón para repensar el rol de las Fuerzas Armadas
La tragedia del submarino ARA San Juan nos obliga a mirar a un sector de la sociedad que había sido condenado y estigmatizado.
Por Julio Bárbaro (Extraído de Infobae.com)
A veces la realidad nos recuerda la "insoportable levedad del ser" a la que con tanta lucidez se refería Milan Kundera. O aquello de "la vida es una herida absurda" de nuestro Catulo. Sucede cuando el dolor nos atraviesa y se nos mezcla con el miedo, nos saca de la rutina y recuerda la verdadera dimensión de la vida. Pero en la tragedia puede ser la naturaleza o el hombre el culpable, y cuando es el hombre el dolor desnuda la esencia de esa sociedad.
En la tragedia está el error humano pero también ese lugar oscuro que ocupa lo casual, el destino, ese espacio que deja en crisis nuestra omnipotencia. La desgracia recorre la historia de la humanidad, con culpables y sin ellos, con explicaciones a veces y otras dejando todo en el espacio del misterio.
En muchos casos, las guerras terminaron consolidando a los países que las sufrieron. Algunos como los habitantes de Berlín, después de años del muro como expresión universal de la fractura, fueron capaces de gestar el milagro de empujar juntos los de ambos bandos sin olvidar la herida pero convirtiendo ese dolor en desafío para un futuro que hoy nos asombra.
A nosotros, la tragedia del submarino ARA San Juan nos obliga a mirar a un sector de la sociedad que algunos, absurdamente, habían condenado y estigmatizado. Las Fuerzas Armadas son parte esencial de nuestra realidad, con su pasado y sus dictaduras, pero como solía decir el General, "las instituciones no son ni buenas ni malas, dependen de los hombres que las integran".
Una tragedia que nos desnuda, que nos desafía a convertir ese dolor en sabiduría, en salir de la eterna tentación de terminar siempre en el barro del resentimiento. Un dolor que nos sirvió para reencontrarnos con la solidaridad de tantas naciones que a veces ni tenemos presente, que nos ubicó en el lugar del necesitado, que nos llevó a recorrer un mundo tan ignorado como esas profundidades que desafían la imaginación. El mar como un inconsciente infinito que nos obliga a buscar en el pasado los errores que en todo nos lastima el presente. Esas fuerzas desarmadas eran un espejo más de nuestra ausencia de proyecto, del sin rumbo de nuestro quejoso destino.
Ni el dolor ni la responsabilidad necesita de un bando, de un lugar en la grieta, por el contrario, quizás sólo en ella encontremos alguna responsabilidad de lo ocurrido. Hay un único destino y es colectivo -entre todos- como patriotas que nos vuelve hermanos. Que este dolor no deje de encontrar responsables, pero que su enseñanza vaya mucho más allá de esa culpa, que el dolor nos una y nos vuelva más solidarios. Será la mejor manera de estar a la altura de las circunstancias y de respetar a los ausentes y a los familiares que no pueden olvidarlos. Que el dolor nos una será la mejor manera de honrar la memoria de sus víctimas.
A veces la realidad nos recuerda la "insoportable levedad del ser" a la que con tanta lucidez se refería Milan Kundera. O aquello de "la vida es una herida absurda" de nuestro Catulo. Sucede cuando el dolor nos atraviesa y se nos mezcla con el miedo, nos saca de la rutina y recuerda la verdadera dimensión de la vida. Pero en la tragedia puede ser la naturaleza o el hombre el culpable, y cuando es el hombre el dolor desnuda la esencia de esa sociedad.
En la tragedia está el error humano pero también ese lugar oscuro que ocupa lo casual, el destino, ese espacio que deja en crisis nuestra omnipotencia. La desgracia recorre la historia de la humanidad, con culpables y sin ellos, con explicaciones a veces y otras dejando todo en el espacio del misterio.
En muchos casos, las guerras terminaron consolidando a los países que las sufrieron. Algunos como los habitantes de Berlín, después de años del muro como expresión universal de la fractura, fueron capaces de gestar el milagro de empujar juntos los de ambos bandos sin olvidar la herida pero convirtiendo ese dolor en desafío para un futuro que hoy nos asombra.
A nosotros, la tragedia del submarino ARA San Juan nos obliga a mirar a un sector de la sociedad que algunos, absurdamente, habían condenado y estigmatizado. Las Fuerzas Armadas son parte esencial de nuestra realidad, con su pasado y sus dictaduras, pero como solía decir el General, "las instituciones no son ni buenas ni malas, dependen de los hombres que las integran".
Una tragedia que nos desnuda, que nos desafía a convertir ese dolor en sabiduría, en salir de la eterna tentación de terminar siempre en el barro del resentimiento. Un dolor que nos sirvió para reencontrarnos con la solidaridad de tantas naciones que a veces ni tenemos presente, que nos ubicó en el lugar del necesitado, que nos llevó a recorrer un mundo tan ignorado como esas profundidades que desafían la imaginación. El mar como un inconsciente infinito que nos obliga a buscar en el pasado los errores que en todo nos lastima el presente. Esas fuerzas desarmadas eran un espejo más de nuestra ausencia de proyecto, del sin rumbo de nuestro quejoso destino.
Ni el dolor ni la responsabilidad necesita de un bando, de un lugar en la grieta, por el contrario, quizás sólo en ella encontremos alguna responsabilidad de lo ocurrido. Hay un único destino y es colectivo -entre todos- como patriotas que nos vuelve hermanos. Que este dolor no deje de encontrar responsables, pero que su enseñanza vaya mucho más allá de esa culpa, que el dolor nos una y nos vuelva más solidarios. Será la mejor manera de estar a la altura de las circunstancias y de respetar a los ausentes y a los familiares que no pueden olvidarlos. Que el dolor nos una será la mejor manera de honrar la memoria de sus víctimas.