La lección de los japoneses
La población de Japón ha dado un ejemplo al mundo y a nuestro país al reaccionar con calma y altruismo en medio de la catástrofe.
La reacción del pueblo japonés frente a la adversidad merece la admiración de todos. Al mismo tiempo, nos muestra a los argentinos que nuestra sociedad no sólo se encuentra en las antípodas de la japonesa en términos geográficos, sino también en materia de altruismo, abnegación, orden y cultura.
Tras uno de los terremotos más fuertes de la historia del mundo, con secuelas tan complejas e inéditas como las que afectaron las instalaciones nucleares, la calma, la disciplina, la honestidad, la sencillez, el orden, la solidaridad, el estoicismo y el espíritu de generosidad y entrega, de los que el mundo entero fue testigo en el sufrido pueblo japonés, conformaron una ejemplar lección social, digna ciertamente de imitación, que no debe dejarse pasar sin aplausos y un sincero reconocimiento.
Los dispositivos, planes de respuesta y evacuación, personal y equipos que habían sido previstos y afectados para enfrentar la posibilidad de una terrible emergencia no sólo estaban listos, sino que funcionaron de acuerdo con lo anticipado en las enormemente complicadas tareas de rescate y asistencia que debieron acometerse rápidamente.
En el particular capítulo nuclear, la actitud de coraje y abnegación del personal y de los técnicos de las plantas merece la admiración de todos. Decenas de operarios de la planta de Fukushima no han dudado en arriesgar sus vidas para enfriar los reactores y así tratar de salvar a millones de compatriotas, sabedores, por supuesto, de que estaban arriesgando no sólo su salud, sino definitivamente la vida, porque la radiación continúa su lenta tarea destructiva muchas veces hasta el final.
Los edificios en pie fueron además evidencia de la existencia de estándares de construcción adecuados para las emergencias sísmicas y, más aún, del respeto riguroso de éstos por parte tanto de los administradores como de los administrados.
En cambio, parecería que las barreras oportunamente edificadas contra el peligro de un tsunami (en algunos casos de hasta 8 metros de alto) deberán ser revisadas, porque resultaron ineficaces, pues nunca se previó que podía haber olas más altas aún.
No hay dudas, sin embargo, de que el pueblo japonés sacará enseñanzas de la enorme tragedia que le ha tocado vivir, aprendiendo todo lo que pueda de ella, de manera que mañana, si la naturaleza se ensaña otra vez con el país oriental, la reacción de su sociedad sea todavía más admirable que la que acabamos de presenciar.
Los argentinos tenemos mucho que aprender de los japoneses. Cabe imaginar cuáles podrían haber sido las reacciones de nuestra sociedad ante una catástrofe similar o incluso mucho menor: desorden, caos, saqueos, improvisación, estafas.
Sólo cabe recordar, a modo de ejemplo, que en 1994, cuando se atentó contra la sede de la AMIA, las autoridades respondieron con una absoluta falta de coordinación y con llamativa torpeza, pese a que dos años antes la voladura de la embajada de Israel había demostrado que era preciso adoptar recaudos para afrontar graves atentados y emergencias de esa clase.
La serenidad con que reaccionó la sociedad japonesa no sólo es consecuencia de décadas de preparación y entrenamiento, sino también de la más absoluta confianza en un Estado que funciona y que merece confianza. Los japoneses saben que lo que ordenan sus dirigentes en esta emergencia apunta al bien común. En tal sentido, el orden que puede apreciarse en la fotografía que muestra a sufridos japoneses que aguardan con paciencia para llenar con agua sus bidones es todo un ejemplo.