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La integración regional frente a las mentes minúsculas

¿Cuál ha sido en realidad el protagonismo de nuestras dirigencias políticas en la defensa de una imprescindible concepción regional e integradora?

¿Cuáles han sido sus desatenciones políticas estratégicas por visiones de vuelo gallináceo? ¿Siempre la culpa estuvo afuera, en las mezquindades del vecino?

El esfuerzo del mundo globalizado por aprovechar los recursos escasos para mejorar la condición de vida de su población, tiene como instrumento estratégico la integración de bloques, regiones, que remplacen las limitaciones de los Estados vecinales y complementen las naciones.

La misma OMC -Organización Mundial del Comercio- registra formalmente una extensa lista que en 2010 sobrepasaba las 420 agrupaciones regionales, incluso colindantes internacionales.
Es que entra en la compleja escena mundial el Estado-Región, que intenta aprovechar sus afinidades, disipar sus choques para potenciar su eficacia social y política. Sin embargo, esa concepción estratégica demanda nuevos liderazgos, nuevas concepciones de las relaciones mundiales, que se debieran sustentar en una transformación cultural interna.

A mediados de los ’90, la Argentina y Chile -tras siglos de recelos y mezquindades inexplicables en pueblos de culturas y orígenes comunes- empezaron a revertir sus historias y decidieron encarar un proceso de integración. Implicaría "agujerear la barrera de la cordillera con pasos que abrieran el cauce de la asociación cultural, social y económica". Se plantearon más de 20 posibilidades de pasos con infraestructura para la apertura y se priorizaron las más urgentes, abriendo un proceso que debía integrarnos de Atlántico a Pacífico y viceversa.

No todos entendieron el mensaje, a uno y otro lado de la cordillera. Tampoco aquí, en la Región. Aún hoy persisten miras de corta proyección en las dirigencias, que han intentado arrimar agua a pequeños molinos, estancos, en detrimento de la propuesta de estadistas que ven avanzar el mundo, más allá del ombligo del barrio.

Esto fue evidente en las disputas pigmeas de algunos de los que acompañaron a la presidenta argentina y al primer mandatario chileno en el último encuentro en Santiago: en lugar de armonizar la idea integradora regional, se montaron descaradas presiones para un aprovechamiento meramente político de anuncios en torno a cuál túnel o cuál paso cordillerano se hacía avanzar primero.

Tales son los casos del mentado proyecto del paso por Agua Negra, en San Juan-Coquimbo, el de Pehuenche, la vieja propuesta de Las Leñas, el emprendimiento privado -con garantía binacional- de Túnel de Baja Altura por debajo del actual Cristo Redentor. El ineludible concepto de complementariedad de unos y otros cruces fue subalternizado por las apetencias políticas de proyectos sectoriales.

Desde estas mismas líneas editoriales hemos demandado muchas veces conciencia de ese fenómeno mundial que no toda la dirigencia política entiende y hemos reclamado una conducta estratégica acorde con esa necesidad vital del Oeste argentino. Además de aquellos compromisos de Frei y Menem, en 1997, en la bodega Trivento, todavía hay rescoldos de los anuncios de Néstor Kirchner y de Michelle Bachelet cuando prometieron restablecer el Trasandino.
 
Y allá, en el histórico Maipú -el del abrazo de San Martín y O’Higgins- todavía recuerdan el énfasis de Cristina y Michele, en 2009, cuando firmaron la integración de los Entes Binacionales: pretendían avanzar en aquello de "agujerear la cordillera y derribar la roca que nos separa".

Agua Negra, el Túnel Ferroviario de Baja Altura, El Pehuenche -compromiso argentino demorado hace 20 años-, la propuesta de Las Leñas -otros 20 años de ideas sin proyecto concreto- y los otros pasos al sur y al norte de Mendoza-San Juan son todos complementarios. No se obstruyen, no compiten en la integración, la consolidarían. Allí, también es donde creemos debe estar la Mendoza del futuro.