La insoportable levedad de Mauricio
*Por James Neilson. Macri ganó mostrando obras y rehuyendo del debate ideológico que plantea la Casa Rosada.
En opinión de los kirchneristas más severos, los porteños cometieron un gran error en la primera vuelta electoral que se celebró en su ciudad. Cristina, con la generosidad maternal que la caracteriza, les dio una oportunidad para enmendarse, pero para disgusto de los partidarios del bien, los ingratos asquerosos se negaron a aprovecharla. Según el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, actuaron de forma tan irracional porque un trío de medios de comunicación, Perfil, Clarín y La Nación, que tapan los logros estupendos del Gobierno nacional, les lavaron los cerebros.
Los pensadores K y sus aliados de la intelectualidad patria aún no se han recuperado del estupor que se apoderó de ellos al enterarse de que más del 64 por ciento del electorado de la Capital Federal se había dejado engañar por un tipo que festeja sus triunfos miserables bailando, saltando y jugando con globos. ¿No entienden que encarna la frivolidad, la no política, un vacío existencial? Por lo pronto, el consenso es que, con la excepción de los que se opusieron a Mauricio Macri, los porteños son idiotas, en el sentido original de la palabra (quiere decir personas que no se conmueven por asuntos que suponen les son ajenos), que sencillamente no merecen tener una presidenta como Cristina.
Desde el punto de vista de los sociólogos adustos, personas como el melancólico Daniel Filmus, que se han encargado de difundir el evangelio kirchnerista, se trata de una aberración. ¿Cómo es posible –se preguntan– que la gente haya votado masivamente por alguien tan radicalmente alejado del relato nacional y popular como el ingeniero Macri? Filmus, el que dadas las circunstancias en que la Presidenta lo puso se comportó con dignidad, sugirió que después de una derrota tan contundente los kirchneristas deberían someterse a una "autocrítica", pero fue de prever que la propuesta no prosperaría. Al fin y al cabo, ningún kirchnerista auténtico se atrevería a insinuar que en ocasiones la mismísima Presidenta podría equivocarse. Para los feligreses de su iglesia particular, Cristina es infalible.
Néstor Kirchner, un político astuto que no tomaba demasiado en serio los temas ideológicos que preocupaban a su mujer, hubiera reaccionado frente al triunfo categórico de Macri con mayor ecuanimidad. Creía que le convendría que Macri se erigiera en el jefe informal de la oposición por suponer que el eventual protagonismo de un peso mosca, para más señas un "derechista" de actitudes presuntamente neoliberales, cuando no oligárquicas y filomilitares como dicen los críticos del dirigente metropolitano, le aseguraría el apoyo decidido no solo de los excluidos de la fiesta consumista que conforman la base de la clientela electoral del populismo sino también de casi todos los progresistas urbanos, lo que garantizaría a su movimiento décadas de hegemonía. Pues bien: merced al apoyo que acaban de brindarle los porteños, por un rato Macri desempeñará el papel que, antes de morir, quería conferirle el marido de Cristina.
Los demás opositores, incluyendo a quienes poco antes habían condenado a Macri por ubicarse más allá del "límite" de lo políticamente tolerable en la tan esclarecida Argentina actual, ya le han perdonado sus pecados ideológicos al darse cuenta de que "la alternativa" representada por el ingeniero dista de ser un fenómeno meramente coyuntural. Por su parte, Macri, consciente de que su influencia en el escenario nacional depende en buena medida del deseo de los candidatos presidenciales de recibir su bendición, se ha limitado a afirmar que no es su intención votar por Cristina en octubre. Parecería que los operadores del PRO están pesando las ventajas de respaldar a Eduardo Duhalde, cuyas acciones han subido últimamente, pero el jefe querrá hacerse rogar.
Puede que Macri nunca llegue a mudarse a la Casa Rosada –aunque dice tener ganas, sabe que le queda muy lejos– pero no sorprendería en absoluto que en los años próximos lo hiciera alguien de perfil parecido. Admiradora confesa de Hegel, Cristina entenderá que una tesis, en este caso la suya, genera una antítesis, seguida por una síntesis que a su vez servirá de tesis, de suerte que tarde o temprano, la reacción contra el kirchnerismo producirá una mayoría comprometida con algo muy diferente, algo tan diferente como el macrismo.
La reacción contra el kirchnerismo, y contra el fervor ideológico de los iluminados, ya está en marcha. El gobernador bonaerense Daniel Scioli, un político que tiene mucho más en común con Macri que con Cristina y los militantes juveniles de La Cámpora que juegan al setentismo, ha tomado nota del cambio de clima; para subrayar su falta de fanatismo sectario, visitó hace poco el programa televisivo de aquella derechista notoria Susana Giménez. De haberlo hecho Scioli un par de semanas antes, los escuderos de la Presidenta lo hubieran vituperado con su ferocidad habitual por su gesto de lesa majestad, pero ya saben que si no fuera por él correrían el riesgo de perder no solo en una provincia decisiva sino también en el país en su conjunto.
Los partidarios de la Presidenta –y los estrategas de Macri– rezan para que el cambio de clima que se ha detectado no alcance los reductos kirchneristas del conurbano hiperpoblado antes de las elecciones del domingo final de octubre, pero en la Argentina las mutaciones de esta clase pueden darse con rapidez desconcertante. Lo descubrieron Néstor Kirchner cuando, en los días que siguieron a las elecciones presidenciales del 2003 en que tuvo que conformarse con un magro 22 por ciento de los votos, se convirtió en el político más popular del país y Cristina cuando el deceso prematuro de su cónyuge hizo aumentar de manera igualmente dramática su índice de aprobación, transformándola en la Presidenta que "ya ganó", que ha sido a partir de aquel momento tan impactante.
En cierto modo, Macri coincide con sus detractores. Sabe que su éxito no se debe a su hipotética ubicación ideológica, un asunto que según parece no le interesa, o a las eventuales bondades de su gestión como alcalde de la ciudad más emblemática del Cono Sur, sino a lo que llama su "forma de hacer política". Subraya la importancia del "diálogo, la no confrontación, la buena convivencia, el respeto por el otro", es decir, el compromiso con "los valores centrales de la sociedad, que vienen antes de la ideología y de la política", valores que, es innecesario decirlo, desprecian los habitantes del mundo K.
Si nos atenemos a la experiencia de los países europeos, la postura de Macri es mucho más "moderna" que la de Cristina y sus cohortes que quisieran resucitar la cultura política de hace casi medio siglo para que el país, luego de regresar a marzo de 1976, opte por el camino que, de no haber sido por los militares, pudo haber tomado. Dicho planteo es absurdo. Mal que les pese a la Presidenta y a los integrantes de su guardia pretoriana intelectual que sienten nostalgia por la efervescencia febril de sus tiempos estudiantiles, para la mayoría las fantasías ideológicas de aquel entonces son antiguallas inservibles. Lo poco que es rescatable ya se ha visto incorporado al acervo común; lo demás, y es mucho, ha sido depositado en el basural en que se pudren juntos textos marxistas y lucubraciones teológicas de épocas irremediablemente idas.
Los kirchneristas quieren creerse protagonistas de una epopeya que modifique para siempre la Argentina, pero es evidente que están más interesados en lo que dicen tener en mente que en medidas concretas destinadas a transformarla en realidad. En su universo, todo es declamatorio, verbal; suponen que los fines que se atribuyen son tan espléndidos que lo demás carece de significado. La falta de realismo así supuesta está detrás de la torpeza tragicómica de la gestión del gobierno de Cristina que, día tras día, se las ingenia para perpetuar nuevas barbaridades, como las que tantos problemas han causado en los diversos planes de vivienda, han hecho del fútbol estatizado un hazmerreír mundial y han amenazado con torpedear las elecciones primarias previstas para dentro de un par de semanas. Como señaló Macri, Cristina y sus colaboradores se ocupan persiguiendo "fantasmas del pasado" en lugar de "poner más eje en el tiempo presente".
A diferencia de muchos dirigentes opositores que comparten con los kirchneristas la propensión a prestar más atención a abstracciones que a asuntos más terrenales, Macri no toma la política por una lucha permanente entre "relatos" épicos, ideologías o filosofías. Prefiere privilegiar los intentos pragmáticos, exitosos o no, por "solucionar los problemas de la gente". Su visión dista de ser heroica. Antes bien, es banal, pero tiene su atractivo para los abrumados por años de palabrería portentosa que no quieren seguir escuchando sermones similares aunque fueran en clave radical o peronista federal. Por lo menos, es lo que piensan casi dos tercios de los porteños que en teoría constituyen el electorado más "progresista" del país y una proporción todavía mayor de los santafesinos, sobre todo los que votaron por Miguel del Sel, el candidato "de Macri" que, más aún que su sponsor, simbolizaba lo que los kirchneristas califican despectivamente de "no política", manifestando así su desdén por quienes se resisten a subordinar todo a los enfrentamientos ideológicos.