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La incierta ilusión populista

Por Carlos Floria* El populismo, expresión discutida, no pierde actualidad. Entre nosotros y en situaciones nacionales diversas en casi todo el mundo, esa metáfora del acontecimiento es temporal y plural; en consecuencia, cuando nos referimos al populismo estamos evocando "los populismos".

En el punto de partida se da, pues, un concepto elástico introducido sin beneficio de inventario por la ciencia política, curioso por contener el destino del modelo transitorio y la sugerencia de un pueblo mítico, desde un concepto incierto y si se quiere inconstante, que impulsa pretensiones de futuros impredecibles; se manifiesta en muchos ejemplos, tantos que se ha ensayado ya un tramo de historia mundial y comparada de populismos contemporáneos.

No hace mucho, un funcionario del campo económico aludió al tema, alentando la ilusión de un populismo extendido? Ilusión que considera, como según parece también la propia jefa del Estado, necesaria y positiva. Lo que es, por lo menos, discutible. En primer lugar, porque no hemos sido capaces hasta ahora de consolidar una legitimidad democrático-pluralista como creencia colectiva. Es decir, no descansamos en la creencia que ha alentado uno de los mejores edificios políticos consagrados en la experiencia moderna y contemporánea. Por tolerantes que seamos en nuestros propios juicios, saltamos, en rigor, de formas de convivencia política rústicas, de discutible calidad, si alguna, a otras análogas.

Un planteo como el de Laclau, por ejemplo, toma prestado del marxismo el concepto de "hegemonía", y de Althusser el de "interpelación", y deduce que el populismo consiste en interpelaciones populares-democráticas en ensamble sintético, en oposición a la ideología dominante. Definición extensa que termina considerando líderes "populistas" a gentes tan diferentes como Hitler, Mussolini, de Gaulle, Perón, el senador McCarthy, Khadafy, Castro, Le Pen. En consecuencia, la "ilusión populista" (la expresión es de Taguieff) consiste en que la característica formal más específica de los populismos es su alta compatibilidad con no importa qué ideología política (de derecha o de izquierda, reaccionaria o progresista, reformista o revolucionaria), con no importa qué programa económico (de dirigismo estático o neoliberal), con bases sociales diversas y diversos tipos de regímenes.

En fin, una fiesta para la arbitrariedad, un rechazo a las mediaciones y una apelación a lo primordial. Y esto es también relevante: su condición de emergencia es una crisis de legitimidad política. Fenómeno transitorio, aunque con pretensión de permanencia, se trata de un fenómeno político inestable que navega entre una suerte de "hiperdemocratismo", de pseudodemocratismo y de antidemocratismo, camuflado por declaraciones de buenas intenciones desde un poder político al cabo caprichoso y autoritario, deformación indefinida de una "sombra de democracia".

El término populismo, en el lenguaje ordinario de hoy, hace coexistir en tensión la idea de "demofilia" y aquella de "demagogia", así como lo populista termina manifestándose como recusación a la democracia representativa: una apelación a la democracia "real", pero al cabo constituyente de un acto de "demagogia", testimoniado, por ejemplo, en la retórica peronista llamada "histórica", anclada en la lógica del conductor del pueblo, del demagogo.

Como ha escrito Alain Touraine -aplicado por años a los casos latinoamericanos, incluido el nuestro- la ambigüedad del populismo consiste en que se presenta a la vez como manipulación de masas y función protestataria. Eso ha contribuido a lo que ensayistas brasileños, sobre todo, han denominado la reacción elitista contra el autoritarismo populista sudamericano, que ha pecado -téngase también en cuenta- por caer en la simplificación del fenómeno, pues el populismo es una manera de manipulación de las clases populares, pero también un modo de expresión de sus inquietudes.

El brasileño Weffort, interpretando la política de Getulio Vargas, vio al populismo como una forma de legitimación encarnada en lo que se llamó "política de compromiso", en la que el líder populista se definía mediador para asegurar al Estado una "mínima legitimidad".

Pero no nos entreguemos a una supuesta preferencia por un sistema populista. En realidad, el populismo se define por oposición al sistema político, sea porque es demasiado cerrado, sea porque aparece incapaz de hacer frente a una crisis nacional mayor. El populismo no constituye por sí mismo ni una teoría política ni un programa económico. Sin embargo, suele convertirse en una coartada para autoritarismos disfrazados.