La hora de los malos
Antes de estallar la crisis del sobreendeudamiento, muchos dirigentes políticos y comentaristas de los países ricos parecieron compartir con los kirchneristas la opinión de que el Fondo Monetario Internacional era una institución anticuada cuyas recetas casi siempre resultaron contraproducentes, de suerte que sería mejor desmantelarlo, pero desde entonces la mayoría ha modificado su punto de vista.
En la reunión del G20 que acaba de celebrarse en París, los ministros de Economía de los países miembros, entre ellos la Argentina, coincidieron en que el FMI tendría que desempeñar un papel protagónico en los esfuerzos por mantener a flote tanto a los "periféricos" europeos Grecia, Portugal, España e Irlanda, como a otros que podrían necesitar ayuda financiera. Para hacerlo, empero, el Fondo precisará contar con mucho más dinero, pero escasean los países cuyos gobiernos están dispuestos a comprometerse a darle el apoyo que está reclamando.
Aunque los integrantes de la agrupación conocida como BRIC –Brasil, Rusia, India, China y la recién incorporada Sudáfrica– insisten en que a raíz de los cambios de la balanza de poder económico que está produciéndose los países emergentes deberían asumir el mando del FMI, a menos que acepten aportar tanto como los norteamericanos, europeos y japoneses, sus aspiraciones en tal sentido no podrán sino verse frustradas.
Bien que mal, la reputación del FMI depende más del estado de la economía internacional que de los eventuales méritos o defectos de las medidas, por lo común antipáticas, que suele proponer. Cuando existía la impresión de que todo iba viento en popa, que gracias en parte a los artilugios inventados por los financistas el mundo había ingresado en una etapa tal vez definitiva de crecimiento sostenible, era muy fácil indignarse por la costumbre de los técnicos del Fondo de exigirles ajustes severos a los países en apuros, pero al difundirse la sensación de que sería peligroso continuar acumulando deudas enormes como en los buenos tiempos y que, de todos modos, dejar caer a más bancos grandes tendría consecuencias desafortunadas, se consolidó pronto el consenso de que el FMI era imprescindible. Asimismo, aunque últimamente se ha hablado mucho de la necesidad de reformarlo radicalmente a fin de adecuarlo a las nuevas circunstancias, la verdad es que su "filosofía" sigue siendo la de siempre. Por lo demás, si de "dureza" se trata, los gobiernos de países como Alemania e incluso Francia han resultado ser mucho más duros que el FMI frente a los periféricos europeos, comenzando con Grecia.
Por desgracia, no hay soluciones indoloras para los problemas económicos de países que se han endeudado hasta el cuello. A menos que otros estén dispuestos a entregarles subsidios cada vez mayores, no tienen más alternativa que gastar menos y ahorrar más mientras procuren aumentar su productividad. Por razones evidentes, los políticos locales atribuirán las penurias resultantes al dogmatismo presuntamente insensato del máximo símbolo del mal económico –el FMI– o, en el caso de Grecia, al rigor inhumano de los alemanes, afirmando que deberían haber opciones más inteligentes que las supuestas por ajustes que requieren la reducción del gasto público, pero hasta ahora han fracasado todos los intentos de formular planes destinados a permitir que los distintos países puedan seguir como antes.
Aunque es natural que los dirigentes se esfuercen por endosar a otros la responsabilidad de medidas que les costarán popularidad –de ahí el éxito político de los ataques furibundos contra el FMI por parte de Néstor Kirchner, su esposa y otros voceros oficiales– y que por diversos motivos amplios sectores colaboren con sus intentos de figurar como víctimas de la estupidez ajena, como en efecto sucedió en nuestro país luego de la debacle que siguió al colapso de la convertibilidad, sólo se trata de una forma de arreglárselas para mitigar el impacto en el sistema político del choque entre las ilusiones de la gente y la a menudo cruel realidad. En este ámbito, nuestros dirigentes han sido muy exitosos, motivo por el cual es de prever que, en los años próximos, los imiten sus homólogos de Europa y Estados Unidos, donde para muchos encontrar a chivos expiatorios por la crisis económica y social que está agravándose por momentos ya es prioritario.