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La honradez y el bien común en la política

Con mucha frecuencia se suele escuchar que el fundamento de la política es el bien común. Esta debe estar sustentada en el diálogo, la participación, la tolerancia y la solidaridad. Se supone que aquel que se dedica a esta actividad lo hace porque lo impulsa una vocación de servicio, es decir trabajar por el bienestar de los demás, de la sociedad.

En los últimos lustros, la palabra corrupción viene ganando cada vez más espacios en todos los ámbitos. Aunque esta es inherente al ser humano, el abuso del poder público para beneficio personal ocupa a menudo los titulares de los diarios. Funcionarios de alto rango acusados de haber recibido coimas o que han aprovechado su cargo para enriquecerse son las acusaciones más frecuentes, cuyas denuncias no siempre se encuentran con una Justicia expeditiva.

Las denuncias de soborno, por cierto, son muy difíciles de comprobar, tanto que llevaron a la renuncia de un vicepresidente argentino en octubre de 2000 por la falta de respaldo político para investigar hechos de tal naturaleza en el Senado de la Nación. La pesquisa posterior se diluyó con el correr de los años y quedó prácticamente en la nada. En época de elecciones, abundan las denuncias de bolsonerismo político de cualquier índole para conseguir votos, pero una vez conseguido el objetivo, una buena parte de los dirigentes suele olvidarse de sus promesas.

La semana pasada, en la sede de una fundación, en arzobispo de Tucumán se reunió con varias figuras del espectro político del oficialismo y de la oposición. Dijo que la Iglesia no debe reemplazar al Estado, pero sí involucrarse con las necesidades de la gente; y que no debe meterse en la política, pero sí reforzar los valores.

Les pidió a los representantes del pueblo presentes un mayor compromiso social. "Es indispensable que se considere al poder político como un servicio y que los políticos sean honrados, que trabajen para el bien común y no para el personal", afirmó; y en relación con el clima de constante conflicto rescató la importancia de la "amistad social" por sobre la confrontación, y del diálogo como expresión de la civilización. "Porque hay que pasar de un modelo de conflicto a otro de convivencia", sostuvo.

A comienzos de octubre pasado, durante una recorrida por los barrios ubicados en ambas márgenes del río Salí, conmovido por el drama social, el prelado había dicho: "En La Costanera hay demasiados carteles pintados en las paredes con los nombres de políticos. Yo creo que a este barrio no le hace falta que vengan a ponerle letreros, sino que realmente den soluciones a la gente que vive en la miseria".

Al pedido de honradez y de convivencia civilizada entre los sectores políticos formuladas por el arzobispo, nos parece importante hacer hincapié en que se necesita un mayor compromiso de los dirigentes con la comunidad. Ocupar un cargo público debería implicar para cualquier ciudadano una distinción, el orgullo de haber sido elegido para trabajar por el bienestar del prójimo. No debería significar, desde ningún punto de vista, un premio económico ni la posibilidad de construir o consolidar un patrimonio personal.

La persona que ocupa un cargo público debe dar un ejemplo constante de probidad en todos sus actos y rendir cuenta de su trabajo a la ciudadanía. Aunque sean palabras largamente repetidas -pero no siempre llevadas a la práctica- conviene recordar que los intereses partidarios y personales nunca deben estar por sobre los del pueblo.

Sus representantes no deben valerse del poder circunstancial para conseguir o mantener privilegios. "Respetar la ley es respetarse a uno mismo", solía decir Sócrates. Sin diálogo, sin comunicación, sin tolerancia, sin la búsqueda consensos, sin transparencia en los actos, no se puede haber una democracia digna.