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La historia de vida de Olga Garaventa, la última mujer de Sandro, y cómo vive hoy sin el cantante

A punto de culminar la exitosa serie de Telefe "Sandro de América", la última mujer del cantante habló desde la casa de Banfield.

Por Marina Zucchi, extraído del diario Clarín

La primera vez que presenció un recital de Sandro fue en el viejo estadio de San Lorenzo. Tenía 17 años y no entendía aquel fenómeno desesperante, pero su hermano la convenció. La voz de "El Gitano" se escuchaba opacada por los gritos de 50 mil personas como en convulsión. En eso, en una "ola de éxtasis", Olga fue atropellada "sin querer" por "Las nenas".

-Nunca más a un recital de Sandro- juró.

(Treinta y cuatro años después, se casó con él).

Jamás lo llamó Sandro. Para ella, él era "Roberto". Para él, ella era "Mamita". Desde la muerte del cantante, el 4 de enero de 2010, apenas lo soñó dos veces. "La última fue hace unos días. Estaba con la bata roja, los lentes de sol y sonriente", cuenta en "la fortaleza" de Banfield, detrás de ese paredón de piedras que por décadas generó el enigma periodístico más grande de la República Argentina.

-¿Será una señal haber soñado con él?

-Pienso que sí. Que será para que yo me quede tranquila de que está bien...

María Olga Garaventa recibe a Clarín en la cocina. En las paredes hay cuadros frutales que Sandro pintó con un programa de computación. Para no acabar con el misterio, apenas deja ver recovecos de la mansión de estilo francés que Sánchez compró a la familia Fernández Barrios, después de prometerle a su mamá que "el palacio" sería suyo.

Olga habla con timidez y se acaricia la alianza egipcia que nunca más se quitó desde la boda, en abril de 2007. Los periodistas la buscan para hablar de él, pero la deuda es la historia de vida que ella no contó. ¿Quién era ella antes de Sandro? ¿Quién es ahora, que vive como en un museo? ¿Cómo siente la mujer que evita los discos de "El Gitano" para no llorar?

Hija de Santiago Garaventa, cuenta que antes de los seis años ya sabía lo que era perder. Su padre, genovés dueño de una carbonería en Claypole, murió, por lo que la familia -hermano y madre española- se vio obligada a cambiar la dirección en varios sentidos: nuevo rubro comercial familiar (un bazar) y mudanza. Del hogar en Viamonte (entre Carlos Pellegrini y Suipacha), pasaron a una casa en Boedo.

Clase media, colegio privado -el Instituto Santa María de Caballito-, hasta los 32 años Olga no trabajó. Fue madre de Manuela a los 23 años. Dos años después nació Pablo. Ya separada, Garaventa salió al mercado laboral como colaboradora en casas de familia. En 1992 pasó a trabajar para Aldo Aresi, el representante de Sandro. Se encargaba del mantenimiento en El castillo, la oficina del "Gitano", en Boedo. Recién en 1994 cruzó por primera vez a quien sería su esposo.

"¿Cómo soy? Una persona tranquila, sin un gran temperamento, no soy de dar notas. Yo no nací en ese mundo", desliza. No cambió de lugar ni un objeto desde que "Sandro abandonó el envase". Teje al crochet. De a ratos, los dibujos de hilado en el aire le permiten "distraer" la ausencia. Pero no está sola: la gran parte del tiempo malcría a Malena (14), a Valentina (12) y a Ema (2), sus nietas. A los pies la acompaña una labradora, Lulú. Antes también habitaban la casa Lorenzo, el loro, y Blackie, la perra, ambas mascotas de Roberto, que ya murieron.

-¿Tenías miedo de enamorarte de Sandro?

-Miedo no. Pero no fue fácil. Era sencillo, de gran corazón, pero uno piensa de antemano que personas así tal vez tienen otra manera de sentir y querer.

-¿Y durante tu juventud, qué lugar ocupaba el mito de Sandro?

-Nunca fui fan de él. Al único recital que fui, a los 17 años, fue porque me hermano me dijo: "¿No querés que vayamos?". Tenía tanta promoción... Y en esa euforia recibí un cachetazo sin querer. Dije: "Acá hay mucha agitación. No vengo más". Después lo veía por televisión.

-¿Y qué te pasaba cuando lo veías por TV?

-Lo que más me gustaba era el mensaje que dejaba cuando hablaba. Eso me deslumbraba. Las canciones también, pero me gustaba más cómo se expresaba. Era profundo. Y discos tenía poquitos. También tenía los de Palito Ortega.

-¿A la distancia lo ves como un cuento de hadas?

-Siempre digo que fue como un brazo electrónico que me sacó de mi casa y me trajo aquí, a encontrarme con una persona totalmente diferente a lo que estaba acostumbrada. Una creía que conocía mucho. Al lado de él, no conocías nada. Lo del brazo electrónico quizás es una definición brusca, pero es así, como un cuento de hadas. Que a los 50 te vaya a aparecer una persona así cuando nunca lo imaginaste... Si tenés 20 es una cosa. Yo tenía 49. Estaba de vuelta de muchas cosas. No me podía ilusionar. Pienso que fue el brazo de Dios. En el libro de la vida estaba escrito que iba a conocerlo.

-¿Qué creés que lo enamoró de vos?

-Mi transparencia. Él en eso tenía mucho conocimiento. Y mi manera de ser.

-¿Qué te pasó la primera vez que lo viste?

-Él estaba en el depósito de instrumentos musicales y mi trato fue de igual a igual. Educadamente lo saludé, sin ninguna exclamación. Eso lo tomó muy en cuenta.

-¿Cuándo empezó a mirarte distinto?

-En 2004. Se iba a Rosario, a un show. Lo pasa a buscar el representante y lo saludo. Le digo: "Éxitos". Cuando levanto la vista, veo una expresión diferente. Dije: "Debe estar con la adrenalina a full". Lo tomé por ese lado. Pensé: "Tal vez no tendría que haber bajado a saludarlo". Y después me llamó: "Tengo un beso encadenado y la llave de ese beso está en tu boca". Contesté: "Gracias". Corté. Y pensé: "Se equivocó de persona".

Grimau como Sandro y Muriel Santa Ana como Garaventa.

-¿Y?

-Y me vuelve a llamar. Ahí me preocupé: ¿Qué viene detrás de todo eso? Fueron seis meses de hablar por teléfono. No nos podíamos ver por su estado de salud y porque él tenía una familia todavía. Yo era muy respetuosa con eso. De los seis meses hubo un impasse de dos, en los que pensé: "Tal vez yo era una oreja y él se tranquilizó y ya está". Yo tampoco estaba muy decidida.

-¿Por qué?

-Yo pensaba: "¿Cómo se va a fijar en mí habiendo tantas mujeres?". ¿Cómo iba a poner el ojo en mi persona? El 23 de octubre de 2004 vino directamente con una decisión firme. Él era más a la antigua, no era del beso enseguida, ni de avanzar de golpe. Entre nosotros era todo más tranquilo y firme. Yo me enamoré de Roberto, no de Sandro. Y en diciembre dijo: "Vas a trabajar hasta el 31 de enero de 2005 y después te venís a casa". Le anticipé: "Mirá que yo soy esto. Vas a ver esto siempre. No tengo revés".

-¿Vos querías casarte?

-Yo pensaba que no hacía falta. Nos debíamos respeto igual. Pero hacía un año que él se quería casar. Un 6 de marzo, cuando se descompone aquí, muy grave, lo llevo al Instituto del Diagnóstico. Y me dice: "¿Cuántas veces me has salvado la vida? Ahora es el momento de dar el sí. No quiero esperar". Y le pidió la mano a mi hijo.

-Mantenés la casa intacta. ¿No te entristece un poco atarte a tanto pasado? ¿Hacés terapia?

-No podría modificar nada. El museo no está plasmado todavía, pero es como si lo fuera. Y no hago terapia. Sé que los psicólogos tienen su secreto profesional, pero desconfío de hablar con un extraño.

-¿Qué creés que pensaría él de la serie de Telefe y de tu forma de continuar su legado?

-El tratamiento de la serie está muy bueno. Hay ficción, como en toda novela. Él estaría feliz por lo que uno hace de respetar su buen nombre.

-¿Pensás que Sandro era feliz? La serie nos deja esa duda...

-Por ahí en su momento se sintió vacío y solo. Pero mientras estuvo conmigo fue feliz.