La grandeza de Roger Federer
Por Bárbara Cabo. En la apertura de los Juegos Olímpicos, el tenista tuvo una actitud que me llevó a escribir esta columna. Entrá y enterate a qué hago referencia.
Por Bárbara Cabo
@BarbiCabo
bcabo@diarioveloz.com
El viernes pasado tuve el agrado de ver un espectáculo que seguramente recordaré por siempre: la apertura de los Juegos Olímpicos en Londres. Pocas veces me vi tan deslumbrada por la organización de un evento como el que se llevó a cabo. Me parecía impresionante por varias cuestiones. Sería una mentira decir que no me cuestioné la cantidad de dinero que los ingleses debieron gastar para semejante apertura, pero además hubieron otras cosas que me impresionaron y que van más allá del de cualquier tipo de cuestión monetaria.
Que en siete años un país lograra tal nivel de organización y dedicación por su Nación muestra un amor por la patria pocas veces vista, porque si hubo algo que salió mínimamente mal, realmente yo no me di cuenta. Cuando hay que ser justo, hay ser justo y los ingleses, que no son de mi más absoluto agrado por cuestiones obvias, me dejaron realmente pasmada con el magnífico acontecimiento que realizaron. Sin embargo decidí escribir esta nota por otra razón.
Para quienes no saben, el tenista Roger Federer tuvo, una vez más, un acto de grandeza único. El número uno del mundo, quien ya había llevado la bandera de su país dos veces en los Olímpicos anteriores, decidió que esta vez fuera su compañero de dobles, Stanislas Wawrinka, el que tuviera el honor de caminar con el símbolo que representa a Suiza. El impecable deportista pensó que ya habían sido demasiadas las oportunidades en que pudo estar en ese lugar y pensó que era justo que fuera otro el que viviera el momento único que significa representar a un país frente a miles de millones de personas.
Remarco esto porque en una de las tantas discusiones que uno tiene con otras personas acerca de qué significa verdaderamente ser un deportista, para mi entran en cuestión varias cosas que van más allá de ser el mejor del mundo, y que tiene que ver con la generosidad que tuvo el suizo. La actitud del joven de 30 años remarca verdaderamente lo que implica ser un ídolo en todos los sentidos. Ni ser el mejor de la historia del tenis, ni haber superado todos los récords de ese deporte se comparan con el acto de grandeza que tuvo Roger Federer. Sin mucho más por decir, espero que quienes lean esta nota logren entender a qué me refiero cuando digo que un deportista enserio es aquel que va mucho más allá de sus actitudes dentro de una cancha.
@BarbiCabo
bcabo@diarioveloz.com
El viernes pasado tuve el agrado de ver un espectáculo que seguramente recordaré por siempre: la apertura de los Juegos Olímpicos en Londres. Pocas veces me vi tan deslumbrada por la organización de un evento como el que se llevó a cabo. Me parecía impresionante por varias cuestiones. Sería una mentira decir que no me cuestioné la cantidad de dinero que los ingleses debieron gastar para semejante apertura, pero además hubieron otras cosas que me impresionaron y que van más allá del de cualquier tipo de cuestión monetaria.
Que en siete años un país lograra tal nivel de organización y dedicación por su Nación muestra un amor por la patria pocas veces vista, porque si hubo algo que salió mínimamente mal, realmente yo no me di cuenta. Cuando hay que ser justo, hay ser justo y los ingleses, que no son de mi más absoluto agrado por cuestiones obvias, me dejaron realmente pasmada con el magnífico acontecimiento que realizaron. Sin embargo decidí escribir esta nota por otra razón.
Para quienes no saben, el tenista Roger Federer tuvo, una vez más, un acto de grandeza único. El número uno del mundo, quien ya había llevado la bandera de su país dos veces en los Olímpicos anteriores, decidió que esta vez fuera su compañero de dobles, Stanislas Wawrinka, el que tuviera el honor de caminar con el símbolo que representa a Suiza. El impecable deportista pensó que ya habían sido demasiadas las oportunidades en que pudo estar en ese lugar y pensó que era justo que fuera otro el que viviera el momento único que significa representar a un país frente a miles de millones de personas.
Remarco esto porque en una de las tantas discusiones que uno tiene con otras personas acerca de qué significa verdaderamente ser un deportista, para mi entran en cuestión varias cosas que van más allá de ser el mejor del mundo, y que tiene que ver con la generosidad que tuvo el suizo. La actitud del joven de 30 años remarca verdaderamente lo que implica ser un ídolo en todos los sentidos. Ni ser el mejor de la historia del tenis, ni haber superado todos los récords de ese deporte se comparan con el acto de grandeza que tuvo Roger Federer. Sin mucho más por decir, espero que quienes lean esta nota logren entender a qué me refiero cuando digo que un deportista enserio es aquel que va mucho más allá de sus actitudes dentro de una cancha.