La fórmula de la paternidad
*Por Francisco Seminario. En la medida de cada época, la paternidad podría haber sido mejor. Pero seguimos adelante con el experimento, y si en algo fracasamos, perdón: es lo que hay.
Si nuestros hijos supieran desde su más temprana edad que en realidad la paternidad es un experimento bastante incierto y que, como todo experimento, puede salir bien pero también puede fallar, quizá no se prestarían tan dócilmente al festejo anual del Día del Padre. Antes, quizá, exigirían algún control de calidad en la prestación paterna.
Y si nuestros hijos supieran desde un principio que no somos héroes ni magos ni sabios ni piratas, sino seres comunes y corrientes, más parecidos a los sapos de los cuentos que a los príncipes, y si además supieran que la mayor parte del tiempo vivimos sumidos en un mar de dudas, asediados por culpas, peligros e inseguridades que son, pareciera, propios de la época, quizá no nos colocarían en el centro del dibujo que un domingo al año nos traen a la cama junto con el desayuno. Antes, quizá, buscarían una vía de escape. Optarían por el sálvese quien pueda.
A no engañarse: no es la devoción lo que los detiene. No tienen mucha opción en realidad: vienen al mundo y, al menos en los primeros años, lo que predomina es aquello de que lo que toca, toca. No hay devolución posible del padre, por más seguido que meta la pata, ni otra alternativa más que participar de su azaroso experimento con la paternidad, pese a que muchas veces su fórmula amenace con hacer saltar todo por los aires.
Entiendan que lo intentamos, pero eso es lo que sale. Y sepan también -dicho esto en defensa corporativa- que a los padres de hoy no nos tocó una época fácil.
Como hombres, no hace tanto que dejamos de ser el centro de la creación y ya percibimos que una amenaza se cierne sobre nuestra existencia misma: nuestros músculos (nuestro orgullo animal), no son ahora más que un decorado un poco burdo e inútil.
Nuestros agudos sentidos entrenados durante siglos para la caza mayor se idiotizan frente a la play o la tele, sólo porque es mejor eso que mirar la pared. Perdimos la determinación insensible de nuestros mayores. Las mujeres conquistaron ya casi todos nuestros territorios exclusivos.
Y como padres estamos atentos a preocupaciones que papá Neanderthal seguramente no tuvo: debemos ser comprensivos, afectuosos y sensibles; cambiar pañales, limpiar vómitos y planchar uniformes; comprar remedios, revisar cuadernos y elegir ropa. Incluso debemos interesamos por la cocina y la decoración. Hay veces en que uno extraña la simpleza del garrote.
Nuestros abuelos sin duda utilizaban una fórmula muy distinta para su propio experimento con la paternidad. Proveían sin preguntar demasiado. Preguntaban sin escuchar demasiado. Escuchaban sin entender demasiado.
Observando los resultados, a veces sospecho que su experimento podría haber salido mejor, pero no me pidan nombres. Y quizá lo que ocurre es que, en la medida de cada época, la cosa siempre podría haber salido mejor: allá lejos en la cueva, en los tiempos del abuelo y en el complejo hoy que nos toca. Pero seguimos adelante con el experimento de la paternidad, y si en algo fracasamos, perdón: es lo que hay.