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La estulticia como estilo

Las groserías proferidas por el jefe de Gabinete en una audición radiofónica ratifican la vigencia de un estilo de práctica política caracterizado por la chabacanería y la estulticia.

Al parecer, pasaron definitivamente los tiempos en que los hombres jerarquizaban a la función pública. Acceder a un cargo ministerial implicaba la honrosa culminación de un cursus honorum , como en los casos emblemáticos de Joaquín V. González, Mariano Varela, Estanislao Zeballos, Roque Sáenz Peña, Marcelo T. de Alvear y muchos otros que honraron al país, tanto en la política interna como en la política exterior.

No sólo porque aportaron siempre lo mejor de sus capacidades intelectuales, que eran muchas, sino también porque desempeñaron sus cargos con lealtad y patriotismo, haciendo fe del juramento constitucional que prestaron al asumir sus funciones.

Quizá eran otros tiempos y otros eran los códigos sociales, porque había dignidad y decoro, que la erosión de los días está agotando. Difícilmente se incurriera en chabacanería y estulticia. Era natural actuar con respeto por el prójimo y, ciertamente, por sí mismos. Los tiempos y los códigos sociales han cambiado; sería absurdo desconocer o negar esa realidad.

Hoy, el sincorbatismo es uno de los más difundidos signos exteriores de ese cambio, como lo es el uso del jean en los despachos burocráticos. No hay nada de criticable en ello, siempre que desempeñar funciones oficiales con vestimenta informal no termine siendo, como es con abrumadora frecuencia, uniforme de la informalidad administrativa, es decir, del manejo arbitrario de la cosa pública.

La desjerarquización presenta otro flanco igualmente preocupante y aún más criticable: el descontrol en el idioma. El viernes último, el jefe de Gabinete incurrió en una efusión oral propia de barrabravas empapados de alcohol o extraviados en las brumas de las drogas. Inspirado, tal vez, en el estilo del ex entrenador de la selección nacional de fútbol y paradigma de su modelo, que causó un escándalo internacional con su desmadre en una conferencia de prensa, el jefe del Gabinete repitió esa hazaña. Con una diferencia: el funcionario dijo desconocer que estaba "al aire" en un programa radiofónico.

Propio de un modelo que parece haber perdido nociones de los límites y que tiene como paradigmas al frustrado estratega futbolístico, al inconcebible revisionista de la trágica historia del siglo 20, que niega sistemáticamente el Holocausto, o al legislador que ingresó en la historia del Congreso cuando, en pleno debate sobre la resolución 125, profirió un brutal insulto contra un diputado que votó en contra de esa iniciativa.

Se entiende como nacional y popular la grosería, la violencia verbal, la adicción al pensamiento único (con su patética consecuencia: la pretensión de transformar una desdicha familiar en un martirio nacional) y la calificación como "destituyente" de hasta las formas más constructivas de la oposición. Mal empieza, con descontroles y mesianismos, un año decisivo, como todos los que albergan elecciones generales.