La esclavitud nos avergüenza
Una familia santiagueña fue encontrada en Quilmes viviendo en condiciones de esclavitud, sometida a una situación de vida indigna y humillante por parte de un comerciante dueño de una carbonería.
Por Guillermo Whpei
@GuillermoWhpei
La noticia viene esta vez de la localidad de Quilmes, en la Provincia de Buenos Aires. Una familia santiagueña fue encontrada en esa ciudad viviendo en condiciones de esclavitud, sometida a una situación de vida indigna y humillante por parte de un comerciante dueño de una carbonería.
Según relata la crónica la familia fue traída hace años atrás desde Santiago del Estero, con la promesa de salir de la miseria y mejorar su calidad de vida. Nada de eso ocurrió, sino todo lo contrario, una vez llegada a Buenos Aires, todos sus integrantes fueron recluidos en una habitación insalubre, obligados a trabajar sin percibir salario, retenida su documentación por sus captores, maltratados como se maltrataba y humillaba a los trabajadores en los tiempos de La Forestal. La denuncia de vecinos permitió rescatarlos del verdadero infierno en el que transcurrieron los últimos tres años de vida.
La información que nos brindan los portales sobre esta noticia condensa, de manera escandalosa, la repetición de un mismo "patrón" o modelo que posibilita la persistencia de una clase de criminalidad que requiere de dos actores centrales: el victimario, en la figura del explotador, y la víctima,que puede ser una persona o un grupo de personas, generalmentecarentes de toda idea de derecho, viviendo en estado de exclusión o desamparo absoluto para quien o quienes cualquier mínima promesa de bienestar se asemeja a una "tabla de salvación".
El caso de esta familia esclavizada en Quilmes, lamentablemente, no es la excepción, no es una situación extraordinaria, sino que se repite vergonzosamente a lo largo y a lo ancho del país donde cada tanto son localizados estos esclavos del mundo moderno. Hay esclavos en los talleres textiles clandestinos del gran Buenos Aires y en los campos de algodón del norte argentino, los hay en los yerbatales de Misiones y en los campos de caña de azúcar de Tucumán, los hay en la cosecha de frutas en los valles del sur y en muchas de nuestras ciudades, haciendo trabajo doméstico, los hay en las grandes obras en construcción, los hay en la industria minera. Invisibles, invisibilizados, sufriendo lo impronunciable y lo indecible, viviendo a nuestro lado, sin que tantas veces prestemos atención a su existencia.
En pleno siglo XXI, a 70 años de haberse sancionado la Declaración Universal de los Derechos humanos, a más de 200 años de haberse abolido definitivamente la esclavitud en el Río de la Plata, es imposible consentir situaciones de esta naturaleza.
Trabajar para que las agencias del Estado sean cada vez más eficaces en la persecución de esta clase de delito, y crear conciencia cívica en torno este flagelo social que se resiste a desaparecer, es una de las tareas fundamentales a las que deberíamos abocarnos como miembros de una sociedad que basa sus leyes y estatutos en los ideales y principios de igualdad, equidad y justicia.