La enfermedad de nuestro tiempo
* Por J. F. Marguch. Karl Kraus (1874/1936), uno de los más grandes periodistas de todos los tiempos, odiaba el racismo, la hipocresía, la corrupción, el militarismo, la vanidad y, como excepcional periodista que fue, abominaba el periodismo mal escrito.
Aun en medio de las convulsiones de un mundo en agonía y de otro en nacimiento, siempre se daba tiempo para arremeter contra el psicoanálisis. Su frase más famosa fue: "El psicoanálisis es esa enfermedad mental que se considera a sí misma una terapia".
En nuestro tiempo, sirve estupendamente para describir la crisis actual de un sistema económico sobrecargado de injusticia, aventurerismo, irresponsabilidad.
Bastaría con introducirle pequeños cambios: "El capitalismo es esa enfermedad económica que se considera a sí misma una terapia".
Que el capitalismo es un sistema enfermo, se demuestra por sus síntomas más ostensibles: la inequidad, la insensibilidad, la irresponsabilidad agravada por la patología de la acumulación, el aventurerismo; y es también una enfermedad que padece crisis cíclicas.
A los tumbos. Crisis significa precisamente eso: enfermedad. Hipócrates (460 a 370 a. de C.) enseñaba en sus Aforismos que crisis "es el momento culminante que tiene una enfermedad". Y aumentaba aun su sabiduría: "Las impurezas que quedan en las enfermedades después de las crisis suelen producir recaídas".
En el presuntamente apacible siglo XIX, denominado con excesiva nostalgia "la era de la seguridad", el capitalismo se enfermó en 1816, 1825, 1836/37, 1847, 1857, 1866, 1873, 1893, 1896. Marx interpretó algunas de esas situaciones como principios del fin del capitalismo.
Sólo acertó cuando anunció el comienzo de la de 1873, pero, es obvio, falló en su profecía del final del sistema, porque se dejó llevar por la euforia. Nunca más reincidió: "Yo no hago recetas de cocina para el futuro", escribió.
Ni hablar de las crisis del siglo 20, desde 1920 y 1929 en adelante. En cada una de ellas se avizoraba el fin del capitalismo, sin recordar que Hipócrates ya había advertido que las impurezas dejadas por las crisis producían recaídas, pero la enfermedad económica se considera a sí misma su mejor terapia.
El capitalismo siempre está enfermo, de mayor o menor gravedad, porque nació de un conjunto de nefastas flaquezas morales: la codicia, el egoísmo, la despiadada acumulación, el antiguamente bárbaro y ahora tecnotrónicamente refinado despojo del prójimo.
En la nueva era
La crisis actual es la primera realmente seria en la era de la globalización. Es un festival de aberraciones de la lógica. Los bancos y las financieras fueron sus principales propagadores.
En todo el mundo, han causado la pérdida de no menos de 30 millones de puestos de trabajo; millones más sobreviven con trabajos de tiempo parcial y el desempleo afecta a casi 80 millones de jóvenes.
Ya antes del rebrote de la peor de las impurezas de la enfermedad (la especulación), la mitad del empleo de los sectores económicos secundario y terciario estaba engangrenada por el "trabajo en negro" (en general, en condiciones de semiesclavitud) y dos de cada cinco trabajadores en el mundo languidecían azarosamente por debajo del umbral de la pobreza, con un ingreso diario menor de dos dólares.
Por estas faenas, los irresponsables ejecutivos de las corporaciones responsables son recompensados con bonus por decenas y centenares de millones de dólares.
En este contexto crítico, una lógica sana induciría a pensar que el principal esfuerzo de los gobiernos debería dirigirse a reconstruir el empleo, mejorar la distribución del ingreso, instaurar una verdadera justicia fiscal y terminar con las cuevas de Alí Babá que son los paraísos fiscales. Error.
Hundidos aún en la narcolepsia producida en su clase por el devastador decálogo del llamado "Consenso de Washington" (1989), que supuso la rendición incondicional de la mayoría de los estados, los políticos han pasado a ser meros empleados de los mercados, que les encargan los trabajos sucios ("ajustes").
La historia condenará a los partidos de izquierda y centroizquierda y a los movimientos sindicales institucionalizados que dejaron en manos de neoliberales y, peor aún, neoconservadores, la salvaje terapia de la crisis. Los resultados están a la vista.
Porque, ¿cuál es la terapia intensiva que impusieron en estos casos? Recapitalizar a la banca y la finanza. ¿Y qué son los mercados? Cohortes de insensibles banqueros y financistas especuladores.
Los "ajustes" imponen drásticos recortes a lo que subsiste del Estado de bienestar: se eleva la edad mínima para las jubilaciones y pensiones, se recortan los sueldos, se margina de los bienes de la salud a millones de personas, se destruyen posiciones laborales fácilmente reemplazables por la robótica y la informática, se mutilan los presupuestos de educación y seguridad públicas.
En nombre de los mercados, esas cohortes arrasan soberanías y, dedicadas a la especulación en commodities como los alimentos, están provocando convulsiones sociales en una veintena de países azotados por el hambre. Si hubiese lógica en esa terapia, se comprendería fácilmente que el saneamiento económico no se logra con más hambre y más miseria.
Lenin dijo alguna vez que nadie puede pretender hacer política sin ensuciarse los zapatos. Pues bien, los banqueros y financistas viven ahora sus días de gloria cuando, calzados con Church’s o Maxwell’s, pueden chapalear a su sabor en los inhumanos lodazales de la especulación.
¿Cómo es posible especular con alimentos cuando más de mil millones de personas sufren hambre? Pueden permitírselo porque lograron jibarizar al Estado y hoy son ellos el poder fáctico global. Algo de eso se les hizo recordar a los gobiernos y pueblos del Reino Unido, Islandia, Grecia,España y ahora Italia.