La elección de Cristina
* Por Rafael Bielsa. Alguien dijo alguna vez que el poder no cambia a una persona, sino que la pone de manifiesto. Así, no sólo son verdaderos los aspectos negativos de la índole de alguien poderoso; sería equilibrado que le consintiéramos algunos positivos o, sencillamente, humanos o incluso humanos en demasía.
Siguiendo con esta línea de razonamiento, podríamos permitirnos pensar -por ejemplo- que detrás de los discursos espontáneos de la presidenta Cristina Fernández hay una mujer que disfruta de la buena lectura. O que cuando, en octubre de 2008, recordó a Mario Benedetti, lo hizo porque es capaz de descifrar la belleza. O que en abril de 2011, en ocasión de elogiar la obra del pintor Ricardo Carpani, fue porque alguna vez se emocionó con sus retratos de Julio Cortázar y de Roberto Arlt, o con El beso o con los óleos de Desocupados .
Por más que para algunos el poder sea un frenesí del que resulta imposible descabalgar, lo cierto es que muchos lo lograron y con ello, si no la felicidad, al menos un discreto sosiego.
Cuentan que el inextinguible Giulio Andreotti -nacido en enero de 1919 y desde 1991 senador vitalicio- dijo que es verdad que el poder desgasta, pero que la oposición desgasta mucho más. La frase (y la vida) de Andreotti son ejemplos del magnetismo, para él invencible, del poder.
Se atribuye a Tony Blair esta reflexión: "Yo preferiría dejar el poder cuando la gente diga: «¿Por qué se va?», y no cuando diga: «¿Por qué no se va?», o, lo que es peor aún: «¿Cuándo se irá?»". Blair, en particular, la predicó pero no la practicó del todo; en cualquier caso, es una traducción de la segunda posición. Otra versión está contenida en la actitud de Lula, quien, cuando le propusieron reformar la Constitución de su país para permitirle un nuevo mandato, contestó: "Uno pide un mandato más y después quiere cuatro, quiere cinco, y el país se va convirtiendo en una dictadurita sin que nadie lo note". Ambas naturalezas van por el mundo sin que, por no coincidir, tengan que librar una guerra a muerte.
Mi punto de vista personal -que por lo demás no tiene ninguna consecuencia práctica- es conocido: pienso que Cristina Fernández es quien mejor expresa las líneas con las que más coincido de lo que han sido los últimos años de gobierno. Dicho esto, creo que tiene muchas más razones para declinar presentarse como candidata que para aceptar hacerlo. A las personales, algunas de las cuales ya referí, habría que sumarles el peso del luto por la pérdida de su esposo y la necesidad de cursarlo en profundidad junto con su familia. A ello, hay que añadir las políticas.
Si un presidente que desempeña un mandato sin posibilidad de uno ulterior ha sido calificado por los teóricos políticos estadounidenses como "pato rengo" ( lame duck ), ¿cómo habría que caracterizar a alguien en idénticas condiciones en un país tan difícil de gobernar como el nuestro? ¿Alcanzaría con "pato cuadripléjico"? El 11 de diciembre de 2011, si Cristina se presentara y fuese reelegida, en muchos oídos resonará el chasquido que hace el reloj de los ajedrecistas, cuando el que hizo la movida le anuncia al rival que el tiempo comenzó a correrle en contra. Cristina Fernández lo sabe y no creo que eso la entusiasme.
Pero adentrémonos algo más en la espesura de una eventual decisión de la Presidenta de no ir por su reelección. ¿Quién la reemplazaría como expresión del espacio que ella contiene? Limitándonos a los hacendosos periódicos: por ejemplo, Daniel Scioli. Si ello se concretara, ¿quién sería el candidato por el oficialismo en la provincia de Buenos Aires que ocuparía su lugar, el distrito más importante del país por su cantidad de votantes, que orilla el 37,18% del padrón nacional? Siempre dentro de lo que afanosamente informan los medios: ¿Sergio Massa, Gabriel Mariotto, Cristina Alvarez Rodríguez, Julián Domínguez, Baldomero Alvarez de Olivera? Algunos talentosos, otros eficientes, ninguno -objetivamente- con el caudal electoral que hoy exhibe Daniel Scioli.
Podría haber otros candidatos a presidente en lugar de Daniel Scioli, y el periodismo se ha referido a varias fórmulas alquímicas surgidas de las destilaciones que se hacen en las retortas y los alambiques del mercurio, la pasión y la codicia comiciales. Lo cierto es que ninguna de las combinaciones podría dar contención ni por asomo a las distintas tribus que se sienten atendidas con el liderazgo de la Presidenta.
Siempre dentro de la conjetura de que Cristina tomara la decisión, aconsejada por múltiples razones beneficiosas para ella a título personal, de no presentarse a la reelección, pensemos por unos instantes lo que sucedería con la oposición.
En todo régimen democrático, la legitimación por el voto popular está en relación con el rival que se ha vencido. El mejor ejemplo de ello lo da la raquítica legitimación de origen que tuvo Néstor Kirchner cuando la estampida del senador Carlos Menem lo dejó sin posibilidades de triunfo en la segunda vuelta. Consumió en robustecer esa legitimación más salud de la que su cuerpo le permitió. Por circunstancias políticas e históricas diferentes (un Congreso disuelto, el peronismo proscripto), el del doctor Arturo Illia, quien accedió a la presidencia de la República con algo más del 25% de los votos, es otro caso. También pagó por ese inicio, no con su cuerpo pero sí en términos de salud política de su gobierno, que terminó en golpe militar. La ausencia de Cristina Fernández de la contienda electoral, así, representaría un inconveniente para la oposición y un factor añadido de pauperización institucional.
Llegados hasta estas alturas del razonamiento, creo del caso afirmar que hay una sola razón por la cual la Presidenta va a considerar presentarse como candidata: su responsabilidad política, su sentido del deber. Se trata de una persona que ha hecho en su vida muchas más veces lo que creyó que tenía que hacer que lo que tenía ganas. La militancia, para decirlo en términos que añoro -como el pasado, como el tango "Cuesta abajo"-, consiste en asumir compromisos de representación colectiva, no en acopiar comodidades.
A Cristina Fernández le gustan las flores de jardín, la charla distendida, la espuma de los días. Pero sabe que la política en esencia no es para regocijarse sino para procurar que otros no la pasen tan mal, se alcance este objetivo o no se lo alcance. Y, estoy seguro, va a actuar conforme a su obligación. En las palabras sencillas del presidente uruguayo, José Mujica, porque "tiene paño". Luego, cada uno podrá ejercer su derecho de voto como le venga en gana.