La ejecución sumaria de Strauss-Kahn
*Por Claudio Fantini. Es posible que los bajos instintos de ese millonario y ampuloso socialista sean más fuertes que su rigurosa inteligencia, pero ha sido ejecutado antes de un juicio y un veredicto.
Ver a alguien caer desde la cumbre del éxito suele producir un placer inconfesable. Y Dominique Strauss-Kahn es demasiado rico y demasiado poderoso como para que las postales de su derrumbamiento no resulten morbosamente excitantes.
El hombre al que cargaban esposado en un coche policial, nació y creció en un aristocrático suburbio parisino. El sujeto desalineado y sin afeitar que escuchaba a un fiscal leer los cargos en su contra fue el destacado ministro de Industria de Pierre Bérégovoy y François Mitterrand, antes de privatizar Air France y Telecom, como ministro de Economía de Lionel Jospin.
El sexagenario que, abatido, seguía con desconcierto el diálogo entre su abogado y un juez, es dueño de una vigorosa inteligencia, que le permite manejar con soltura varias lenguas y jugar con maestría al ajedrez, además de lucirse en la economía y la política.
El mundo vio al marido de la estrella francesa del periodismo televisivo –el que comandaba el Fondo Monetario Internacional (FMI) y encabezaba las apuestas sobre el próximo presidente de Francia– retratado en el momento más humillante de una vida signada por la fortuna y el éxito.
Qué más puede pedir la teleaudiencia. Esa platea global que observó, estupefacta, el fusilamiento sumarísimo de una figura pública.
Hombre clave. Cuando una secretaria de la presidencia de Israel acusó a Moshé Katsav de haberla violado, lo que inició un juicio que descubrió violaciones perpetradas contra subalternas desde que era ministro de Turismo, aquel jefe del Estado judío ya no tenía grandes perspectivas ni en la escena nacional ni en el Partido Likud. Por eso, cuando alegó que la denuncia era parte de una conspiración, no logró que le creyeran.
Algo parecido le ocurrió a Canaan Zidonde Banana, ex presidente de Zimbabwe, que terminó preso por drogar y violar a un guardaespaldas. El escándalo estalló cuando el agente sodomizado mató a un camarada que se burlaba de él por lo ocurrido. Pero cuando el caso se ventiló en un tribunal de Harare, Banana ya no gobernaba la ex Rodhesia, por lo que no le sirvió de mucho la coartada de presentarse como víctima de un complot para desprestigiarlo.
Obviamente, no es el caso de Strauss-Kahn. Hasta que lo bajaron de la primera clase de un avión a punto de despegar, el director gerente del FMI era una figura clave sobre el convulsionado escenario europeo. También era el socialista con más chance de destronar a Nicolás Sarkozy en las próximas elecciones de Francia.
Detrás de la aún latente guerra mundial de monedas, podrían ocultarse razones para quitarlo del medio. Seguramente, también hay protagonistas poderosos que temían sus decisiones sobre las tambaleantes economías de Grecia, Irlanda y España.
Incluso el actual jefe del Elíseo tendría motivos para celebrar su caída. Al fin de cuentas, Sarkozy lo ayudó a presidir el FMI para instalarlo en Estados Unidos y de ese modo alejarlo de la política francesa.
El propio Strauss-Kahn quiso un lejano y prestigioso cuartel de invierno al perder la interna partidaria con Ségolène Royal. Pero a partir del fracaso de la candidata socialista en la elección presidencial, la imagen del economista no dejó de crecer en las encuestas.
Por eso Sarkozy lo quiso lejos. Lo que no calculó es que ese destierro para debilitar a Strauss-Kahn terminaría siendo la plataforma del despegue de su popularidad.
Sucedió de ese modo debido al cataclismo económico. Todas las miradas europeas convergieron sobre este francés de talante firme y seguro de sí mismo, porque el futuro del euro parecía depender de su mente fría y milimétricamente calculadora.
La caída. Tales circunstancias cobran peso sobre todo por la forma en que se expuso la detención. Antes de ser juzgado, Strauss-Kahn fue ejecutado políticamente. Su imagen pública fue fusilada por luces y cámaras de televisión. Por cierto, las primeras evidencias habrán resultado tan contundentes como los antecedentes de que su agresiva libido gravita más sobre él que la moral y los principios. No obstante, ¿era necesario mostrarlo esposado?
La Justicia norteamericana puede alegar que así trata tanto a los desconocidos como a los poderosos. Una prueba de igualdad ante la ley, que no por eso deja de ser injusta y cruel. Lo curioso y sugestivo es que la televisión francesa se haya sumado al linchamiento público de un acusado.
La escena que humilla y pulveriza la imagen de Strauss-Kahn fue exhibida con tanta alevosía como en el resto del mundo, a pesar de que en Francia la prohíben tanto las leyes como la tradición.
Tales hogueras, atractivas para el gran público cuando se trata de personajes exitosos, en modo alguno prueban que exista un complot contra el economista francés, pero recomiendan no descartar esa hipótesis.
Es posible que los bajos instintos de ese millonario y ampuloso socialista sean más fuertes que su rigurosa inteligencia.
Pero lo único que se ha comprobado de manera fehaciente en estos días de estupefacción es que Strauss-Kahn ha sido ejecutado política y públicamente, antes de que haya un juicio y un veredicto.