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La economía, estúpido

"La economía, estúpido", si bien no era el eslogan oficial de su campaña, fue decisivo para que Bill Clinton ganara las elecciones de 1992 (43%) derrotando al entonces presidente George H.

W. Bush (padre) (37%), a quien la mayoría de los analistas políticos consideraban invencible. Sus éxitos en la Guerra del Golfo y en el fin de la Guerra Fría, hacían presumir su continuidad en la Casa Blanca, sustentada, además, en el 90% de aceptación por el americano medio. ¿Qué hacer ante un candidato con más fortalezas que debilidades? La respuesta la tenía, como se vio tras la contienda electoral, el asesor político de Clinton, James Carville, abogado, actor, productor de cine y co-fundador del concepto "sala de guerra" ("The War Room") para denominar al lugar en que se toman las decisiones estratégicas de la campaña, se diseña la operación en los medios y se ausculta desde adentro los latidos del universo exterior. En esa suerte de laboratorio hermético, inexpugnable, cerrado al público y a la prensa, el candidato y su círculo áulico cumplen sin cortapisas los consejos del estratega. Carville decidió que uno de los pocos flancos al que podía atacar era la economía en baja. Los estadounidenses ya estaban sufriendo su creciente deterioro a causa de los ingentes gastos ocasionados por la Guerra del Golfo y otros estipendios gubernamentales; el orgullo americano estaba muy bien pero había que comer, pagar las hipotecas, los crecientes impuestos, que Bush había prometido no aumentar y costear un gravoso sistema de salud. La preocupación de los votantes ya no eran los cuerpos de los soldados que llegaban envueltos en sus banderas, sino el fantasma de la inflación y la recesión apareadas a la desocupación. Craville razonó que ése era el escenario ideal para asestar la estocada al corazón republicano y pegó en un cartel en la "Sala de Guerra" tres premisas fundamentales como disciplina del mensaje, para que, quienes trabajaban en la campaña, supieran que no debían apartarse de ellas:

1. Cambio vs. más de lo mismo.

2. La economía, estúpido.

3. No olvidar el sistema de salud.

Esas tres máximas relacionadas con la vida diaria de los votantes, con sus preocupaciones más inmediatas, sintetizaban toda la estrategia demócrata, pero la vedette de la campaña fue, por lejos, "La economía, estúpido" –que el imaginario popular transformó en "Es la economía, estúpido"– frase atribuida equivocadamente a Clinton, aunque éste nunca la expresó en público y menos como respuesta a un periodista que supuestamente le preguntó por qué lo elegirían presidente, como se publicó en todo el mundo.

El horizonte pre-electoral de la Argentina presenta algunas peculiaridades semejantes al '92 de Bush-Clinton-Carville, por caso, un presidente que busca la reelección –la señora de Kirchner seguramente anunciará su candidatura a fines de Mayo, sobre el límite del plazo legal para hacerlo, aunque haya intentado disuadir a quienes piensan lo contrario– el gobierno no tiene enormes gastos de guerra, pero a través de prebendas, subsidios a gobernaciones obedientes, pagos de servicios, producciones televisivas , apoyo económico a medios amigos y propaganda oficial, dispone de un presupuesto desmesurado; la economía, la inflación, a pesar del Indec y sus pueriles números, calan cada vez más hondo en los bolsillos de los consumidores, mal que le pese al ministro del ramo para quien la "macro" nunca estuvo tan bien. De cara a octubre próximo algún "Carville" vernáculo blandirá la cuestión económica como argumento principal de campaña? De lo contrario, ¿cuáles serán las premisas que enarbolarán los estrategas de los políticos opositores?: "La inseguridad, estúpido?", "La ominosa propaganda oficial, estúpido?", "La Resolución 125, estúpido"?, "El 30% de indigentes, estúpido"?, "Las colectoras, estúpido?", "La falta de inversión, estúpido"?, "La corrupción, estúpido"?. Si, según todas las encuestas, la inseguridad y la inflación marchan a la cabeza de las preocupaciones de los argentinos, la economía, esa marea desbordante, incontenible, seguramente acaparará todas las miradas y las angustias del electorado en las próximas elecciones y, como en los EE.UU. del '92, será excluyente para pedir el cambio de rumbo.

Sólo habrá que ver si la llamada oposición, aún en estado de asamblea, aprende las lecciones propias y ajenas. Sólo habrá que ver si el Gobierno recuerda un célebre apotegma de Perón: "Cuando los pueblos se cansan, hacen tronar el escarmiento".