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La droga de la ingenuidad

*Por Wilbur Ricardo Grimson. En el actual debate sobre el derecho de los ciudadanos a consumir drogas se suele caer en posturas de cierta ingenuidad, como si se tratara de debatir un problema relacionado con una ingesta alimentaria de vitaminas que alguien quisiera controlar.

En realidad, una sociedad está obligada a restringir en la medida de lo posible una conducta tóxica que arriesga las condiciones de salud de la población.

Además, el consumo resulta motorizado del otro lado por un esfuerzo empresario descomunal que lo instala en la cultura de la época mediante una gran manipulación de la información, que se difunde de manera incesante y con el propósito de lograr adhesión en forma de una tolerancia social alta. Se propone a veces facilitar la alteración química de los estados de conciencia de una persona como si se tratara de un crecimiento de sus capacidades, un valor agregado a sus esfuerzos personales, un atravesamiento de barreras, límites, logro de éxitos, etc.

El recorte del debate busca desligar esta situación personal de lo que algunos llaman "los esfuerzos de un imperio subterráneo" para vincularla a los derechos individuales y su ejercicio en privado. Pero las drogas traspasan los planteos individuales porque se extienden a capas numerosas de la población y desarrollan su principal extensión en reuniones multitudinarias, públicas, de alto costo.

Es ahí donde desaparece la noción de riesgo -sustituida por la idea de estar ejerciendo el derecho a drogarse- y donde se producen los múltiples accidentes ligados al descontrol del consumo de alcohol y drogas de los que dan cuenta nuestros hospitales públicos, en especial los fines de semana.

Ante esta situación, el país carece de una política de salud que se haga cargo de esos accidentes que exceden la capacidad instalada de nuestros hospitales públicos. En consecuencia, el argumento de que se quiere canalizar el problema como un fenómeno ligado a la salud carece de sustento. No hay capacidad de atención de estos casos en el área de salud, ni se los acompaña, una vez registrados, de un cuidado básico. Debe saberse que hay alta probabilidad de que la persona que ha abusado de las drogas vuelva a hacerlo; por lo tanto, debería derivárselo, una vez superada la emergencia, a una consulta médico-psicológica adecuada.

Si en la década del 90 se había avanzado en este sentido en la provincia de Buenos Aires con la creación de Fonodroga y su red de derivación a los centros preventivos asistenciales, hoy el sistema está debilitado, en crisis, y no se le conoce la eficacia de otros tiempos ni su agilidad ni su disponibilidad.

Antes había una barrera de contención del fenómeno a través de consultas, orientaciones y derivaciones. Se evaluaba la posibilidad de tratamientos ambulatorios que hoy se quieren aplicar por capricho. Se recurría a las internaciones en caso de ser necesario. Pero la tan mentada salud ha sido dejada de lado en el campo institucional y no se la aprecia ni en la ciudad de Buenos Aires ni en la provincia. Ha sido reemplazada por la acción social, que no da cuenta de las múltiples dimensiones del fenómeno. ¿Acaso puede pensarse que desde la acción social se puede abordar la totalidad de alguna enfermedad?

Ante esto se impone la necesidad de volver a barajar y repartir las responsabilidades en forma eficaz. En cambio, vimos durante la campaña electoral que se definía la liberalización del consumo como un avance contra el narcotráfico. Nadie que conozca la realidad creciente del narcotráfico puede respaldar este mensaje, que los narcos aplaudirían. Menos cuando se lo acompaña de carteles que llaman a "portarse mal".

Aplicando el beneficio de la duda, prefiero creer que a esta postura la mueve la ingenuidad, aunque no estamos ya en la edad escolar de proponer portarse mal a nuestros compañeros.

Sostengo que es ingenuo pensar que hay derecho a drogarse sin conocer los riesgos.

Y actualmente no hay suficiente prevención que los informe. En consecuencia, se desconocen los daños que revelan los accidentes mencionados, que ocurren todos los fines de semana.

Es ingenuo sostener que es un problema de salud, cuando la salud pública no ha llegado a anoticiarse de que en este campo le corresponde actuar.

Es ingenuo decir que hay solución a este problema creciente con tratamientos ambulatorios que demandan mucho tiempo y muchas veces se aplican a casos que necesitan internación.

Es ingenuo desconocer las muertes de Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse, Olmedo, Juan Castro y tantos otros desconocidos que habitaban nuestras zonas marginales.

Es ingenuo no promover acciones sistemáticas de prevención educativa en todos los niveles. Y es ingenuo hablar del derecho a consumir cuando, para amplios sectores, se trata de sobrevivir drogándose para mitigar el hambre y el abandono.