"La discusión que hay en este momento en la Argentina es inédita"
*Por Analia Rivas. El martes estrena Recordando el show de Alejandro Molina, por Encuentro. Y dice que por primera vez en mucho tiempo, el poder político y el de las corporaciones no están en el mismo lugar.
Sabe ser anfitrión. Alejandro Dolina aparece por el pasillo central de su casa en Núñez y luego de señalar "Este saco es especial para ustedes", convida con un café que pide disfrutar sin el grabador en medio. "Primero el café, luego la nota", invita cortés. "Contame qué pasó en el día", solicita. Para él, aunque sean las 5 de la tarde, el día recién empieza. Su vocación de juglar radial nocturno lo ha llevado a tener mañanas de cielo estrellado y despertares próximos a la puesta de sol.
Está a punto de estrenar el resultado de su trabajo junto a Juan José Campanella. La reunión de Dolina y Campanella se dio precisamente para Encuentro, canal en el que este martes a las 23 horas se estrena Recordando el show de Alejandro Molina, una miniserie de 13 episodios que cuenta en tono de documental la historia de un conductor de un recordado programa de televisión ficticio, que no casualmente es muy parecido a una supuesta versión televisiva de La venganza será terrible. "Desde luego hay charlas y hay canciones, pero también pasos de comedia, una escena de baile, en fin, distintas actividades más o menos artísticas", relata Dolina. "Pero además contamos que este Molina estaba un poco loco, que vivía encerrado en una casa y mantenía cámaras de seguridad porque tenía miedo de que lo matara la mafia china. Y todo eso se va sabiendo a través de testimonios actuales de tipos que habían trabajado en aquel programa. Además hay un conductor que interpreta Gillespie, en el papel de Charles Ulanovsky (intencional referencia al periodista con el que Dolina debutó en radio en 1974) que también le agrega un factor de confusión."
–¿Es decir que los invitados famosos no hacen de sí mismos?
–En algunos casos sí, en otros no. Por ejemplo Pompeyo Audivert es Juan Campanella y el propio Juan hace de un cura que trata de convertir a Molina infructuosamente. No hay más propósito que el artístico, en todo caso, el resultado presenta dos o tres constantes que yo enunciaría así: se canta y se canta bien, no de un modo cómico. Hay algunas charlas, como en el programa, que tiene también un propósito, no digo didáctico, pero sí de examen de cierta excentricidad de pensamiento, pero más importante que todo eso es que aparecen en el fondo dos o tres sospechas tenebrosas.
–¿Cuáles son esas sospechas?
–La primera sería que no importa mucho quién sea uno. Uno puede ser sustituido en cualquier momento sin que al Universo se le mueva un pelo. La segunda, que es hija de la primera, es la duda, la duda perpetua de todo lo que nos pasa. ¿Quién puede asegurarnos que el que dice que nos ama, nos ama? ¿Y el que dice que es, sea? Y también un tercer asunto que es todo da lo mismo. Uno tiene dudas terribles y da lo mismo despejarlas o no despejarlas, el recurso para instalar esa sensación es siempre el cinismo. Hay una forma actoral muy austera, nadie exagera, nadie se ríe de su propia gracia, y los textos son muy poco realistas, todos hablan como si fueran escritores.
–¿Qué cosas no hay?
–No hay un intento realista. No hay mención de la realidad. Está situada en Buenos Aires en la época actual, si bien se supone que el programa sucedió antes. No hay mención de una opinión política, pero por ahí sí, muy allá atrás algún indicio hay.
–¿En este intento de ficción, Alejandro Molina es muy distinto a Alejandro Dolina?
–No. En realidad, no. Alejandro Molina es una especie de síntesis malvada de Alejandro Dolina, tiene los peores rasgos y encima exagerados. El tipo es un poco loco, un poco tonto, no entiende muy bien todas las cosas; algunas, sí, se las sabe bien. No es un mal artista pero está totalmente loco y se enamora con cierta facilidad, y atrae sobre sí algunos acontecimientos que lo traicionan.
–¿Todas esas características las reconoce como propias?
–Y, un poco. Uno puede escribir una novela en primera persona siendo un miserable, la actuación consiste en hacer de mí un ser un poco más malo de lo que realmente soy.
–Hay alguna faceta reveladora de Dolina como actor que aparezca en esta miniserie?
–Hay momentos de actuación de comedia pero que son reconocibles de algunas otras cosas que he hecho en teatro. Únicamente en las cámaras de seguridad que tiene Molina se registran algunos episodios que serían más novedosos, algunos episodios galantes con señoritas.
–Pero en esas escenas de Alejandro Molina, sí está Alejandro Dolina.
–¡Claro! Ahí sí, sobre todo ahí y de un modo más realista con sus amores clandestinos y etcétera, etcétera. (risas)
–¿Cómo ve al país? ¿Cómo participa de las discusiones que hay referidas al poder político y las corporaciones mediáticas?
– La discusión que hay en este momento en la Argentina es inédita, en el sentido que está perfilada como nunca. Nunca se ha dado así, de un modo tan nítido políticamente, esto no tiene nada que ver con las discusiones políticas de hace 12 años, cuando se discutía si el presidente andaba en Ferrari o se criticaba a Menem por sus excentricidades o por no haberse anoticiado de que Sócrates no había escrito nada. No estamos discutiendo qué lento que es De la Rúa, no. Estamos discutiendo políticas, ¡por fin!
–Algo hemos crecido...
–Sí. Entonces de un lado está el liberalismo en sus formas actuales, y del otro lado está el intervencionismo estatal. Diría yo que el poder político está en un lugar y el poder de las corporaciones está en otro, y eso no ocurría en la Argentina, casi siempre esos poderes coincidían en sus ubicaciones. Ante ese conflicto tan nítido es difícil retroceder y decir: "tenían razón ustedes, voy a subir Pakapaka a Cablevisión, o voy a ceder papel prensa o voy a cumplir con el ADN de los hijos", es muy difícil que eso ocurra.
–En este contexto de luchas tan claras. ¿Cuál es el rol que asume un hombre profesional en el medio como Alejandro Dolina? ¿Hay un desafío distinto propio a esta época?
–Sí, claro. En realidad es el mismo de siempre, pero en esta época nuestras acciones se dibujan de un modo indeleble, quedan talladas en piedras. Antes decíamos que en la radio las palabras se las llevaba el viento y que al otro día, nadie las recordaba. Esto no es cierto, primero por razones tecnológicas y después por razones históricas. Las palabras no se las lleva el viento, quedan acuñadas. Y hay unas modalidades periodísticas que tendrán su costado discutible, no lo niego, pero que sirven para desenmascarar la mentira. Sirven también para otras cosas, no hace falta que yo las señale, ya lo saben los que lo hacen, pero estos programas como 6,7,8, TVR o Duro de domar instalaron una modalidad periodística nueva que demuestra que algunas cosas son falsas. En este momento uno debe ser cuidadoso, no para no tomar compromiso, no es el cuidado timorato de aquel que quiere quedar bien con todos, sino que hay que cuidarse para no hacerse goles en contra, y también para ser veraz y ser justo. Aun con un programa tan baladí como el mío en radio, que es un programa de chistes, a veces tengo alguna clase de discusión con alguno de mis compañeros, que suelen adjetivar a sus enemigos políticos, por ejemplo como "el fascista de fulano". Creo que no está bien eso y no porque no se lo merezca el tipo, sino por la naturaleza tan áspera del conflicto. Tenemos que tratar de ser éticos e inteligentes, esforzarnos una vez más como decía Antonio Roma: "Para atajar cada vez mejor", porque yo creo que una carta de triunfo es la inteligencia en acción. La inteligencia en acción persuade mucho más que la intimidación publicitaria, entonces ¡Oh, sorpresa! La receta, una vez más, es tratar de ser mejores.