La dimensión histórica del triunfo macrista
Por Ernesto Tenembaum. "Es difícil percibir un cambio de trascendencia histórica por parte de quienes conviven con esa transformación".
Por Ernesto Tenembaum (Extraído de Infobae.com)
Siempre es difícil percibir un cambio de trascendencia histórica por parte de quienes conviven con esa transformación. Es audaz, además, asegurar sin la suficiente perspectiva que un fenómeno de esa dimensión se está produciendo. Sin embargo, hay algunos elementos que habilitan, como mínimo, a preguntarse si lo sucedido el domingo es solo un resultado electoral sorprendente o si ese triunfo augura un cambio de naturaleza estructural en la política argentina.
Los efectos inmediatos del domingo son evidentes. Hasta ese día, el análisis político dominante giraba acerca de las posibilidades de Mauricio Macri de terminar su mandato de manera ordenada. Las preguntas eran: ¿Podrá gobernar? ¿Podrá terminar su mandato? ¿Podrá evitar una crisis? Todo cambió. La pregunta orientadora es otra: ¿Cómo hará la oposición para evitar que Macri sea reelecto?
El panorama para el Gobierno no puede ser más favorable. El 36% de votos que recolectó lo ubica a solo cuatro puntos de ganar en primera vuelta la presidencial. Encima, ese caudal de votos fue recogido por candidatos que, en general, pertenecen a la segunda línea del equipo oficial. Los dos años que pasaron fueron durísimos, y nada habilita a pensar que esa situación se continúe en los dos que vienen. El peronismo está descabezado y dividido. Y, aun cuando Cristina gane en octubre la provincia de Buenos Aires, le quedaría un camino muy arduo para reconstruir su poder nacional. ¿Quien sería, por ejemplo, el candidato a gobernador que competiría con la muy popular María Eugenia Vidal?
A principios de año, Macri explicaba: "Acabo de terminar el peor año de mi Gobierno. Ahora estoy empezando el segundo peor año, que terminará con un triunfo electoral. De ahí en más todo va a ser más sencillo: cada año, un poco menos de déficit, un poco más de crecimiento, un poco menos de inflación". Entre las habilidades del ser humano no está incluida la capacidad de pronosticar el futuro, pero la verdad es que, hasta aquí, lo ha hecho de manera bastante precisa.
Pero todo esto refiere apenas a los efectos coyunturales de la victoria del domingo. Hay algo más trascendente que está pasando, o que, al menos, parece estar pasando. La estructura nacional de Cambiemos, la alianza que fundó Macri, supera el 30% de los votos en 17 de las 24 provincias del país. Solo en dos, Tierra del Fuego y Santiago del Estero, los números son inferiores al 20%. Cambiemos se ha conformado como un partido nacional, esto es, una organización que tiene un cura en cada parroquia, con miles de concejales, diputados provinciales, legisladores nacionales, ministros, secretarios de Estado y recursos infinitos. A partir de diciembre, será la primera minoría en la Cámara de Diputados y, probablemente, también en el Senado.
El hecho en sí es impresionante. Desde que en la Argentina existe la democracia abierta, solo se crearon dos partidos nacionales. Uno lo fundó Hipólito Yrigoyen, otro Juan Domingo Perón. Si este proceso continúa, Cambiemos puede transformarse en el primer partido político nacional fundado desde la emergencia del peronismo en 1945.
De hecho, la extensión territorial de Cambiemos supera hoy a la de cualquier otro partido. El peronismo, como corriente histórica, es mucho más fuerte. Eso es indiscutible. Pero hace mucho tiempo que no se presenta unido. Y basta ver el país coloreado para percibir que el kirchnerismo tiene llegada en algunos lugares, el peronismo tradicional en otros. Pero nadie se extiende por todo el territorio como el macrismo. Por momentos, el histórico peronismo parece una confluencia de intereses entre liderazgos provinciales. En algunos lugares, como Santiago del Estero y Misiones, está incluso liderado por radicales. Cambiemos es, en cambio, una organización nacional, cada vez más profesional, con una conducción clara y una identidad que empieza a insertarse en las clases medias de todo el país.
Quien quiera subestimar el fenómeno, tiene todo el derecho a hacerlo, pero no parece ser lo más atinado para entenderlo, sobre todo para los que pretenden combatirlo. La crítica a Macri, del estilo Roberto Navarro, Horacio Verbitsky, Mempo Giardinelli o Maximo Kirchner produce mucha algarabía en las filas propias pero se ha demostrado no solo imprecisa sino, además, muy funcional al supuesto enemigo. Si supieran ellos cuánto celebran en en la Casa Rosada sus intervenciones.
Macri no solo está conduciendo hoy el único partido nacional que existe en la Argentina. Además, es el primer presidente surgido de las familias más ricas del país, desde Marcelo Torcuato de Alvear, o sea, desde 1922, casi un siglo. Es el primer presidente de la historia democrática que proviene de uno de los grupos económicos más concentrados. Es el primero que fue presidente de un club de fútbol, el primero que no es radical ni peronista, el primero de centroderecha que llega por vía democrática, el primer ingeniero. Existe un lugar común según el cual un plan de ajuste del nivel de vida de la población solo se puede imponer por vía represiva. El domingo, Macri demostró que esto no es así: aún cuando un plan afecte el consumo popular, quien lo implementa puede ganar, al menos, una elección.
En todo su recorrido, además, Macri ha ido de menor a mayor. Son conocidas las historias en Boca Juniors y en la ciudad de Buenos Aires. Los detalles son sorprendentes. Ya hace muchos años que el macrismo gana por una diferencia arrolladora en los barrios más pobres de la ciudad: diez por ciento de ventaja en Villa Soldati y Lugano, quince por ciento en la Boca y Barracas. Ahora, se proponen trasladar ese modelo a todo el país. En el acto de celebración del domingo, Macri explicó que están arrancando "los mejores 20 años de la historia del país". Es decir: anunció que piensa quedarse por cinco mandatos. Hasta hace unos días, hubiera sido un delirio. ¿Lo será? El primer objetivo será la zona sur del conurbano bonaerense. Desde el mismo día que terminó el conteo de votos, una multitud de recursos será destinado a perforar la zona en la que Cambiemos tiene más dificultades para instalarse. En dos años, se sabrá si pudieron hacerlo.
Tal vez no lo logren. Pero no parece un poder tembloroso ni temporario el que se empieza a instalar en el país. Por lo pronto, parece ya muy anclado en las zonas rurales y en los centros urbanos.
En todo este proceso, Macri ha tenido la inmensa suerte de convivir con el kirchnerismo. Ellos, que lo odian, no se atreven a pensar siquiera cuánto han colaborado con él. Basta analizar la última elección: ¿Qué pasaría hoy en el país si Cristina hubiera competido, como era lo natural, con Florencio Randazzo en la interna del Frente para la Victoria? Hubiera sido un triunfo kirchnerista difícil de remontar en octubre. El clima sería completamente distinto. Pero no: fue la ex Presidente la que le sirvió el triunfo en bandeja, una vez más, como cuando designó a Aníbal Fernández o humilló a Daniel Scioli.
Mientras Macri suma -a Elisa Carrió, a peronistas como Claudio Poggi en San Luis o Joaquín La Torre en San Miguel-, Cristina se desprende de Randazzo, del PJ, del Movimiento Evita, para citar solo los últimos casos. Uno trata de seducir a los diferentes, como haría cualquier político. La otra expulsa incluso a los iguales. Si hasta Diego Brancatelli ha caído en desgracia.
Una vez más: el tiempo dirá cual es la profundidad del fenómeno. Macri tiene que gobernar la Argentina, el país donde todos los presidentes -con la única excepción de CFK- terminan antes de tiempo, o presos, o exiliados. Dos días después de la elección en que Cristina ganó por el 54%, era razonable pensar que su proyección sería eterna. Conviene desconfiar entonces de cualquier análisis influido por la foto de un resultado electoral. Sin embargo, aun con esos reparos, hay elementos suficientes que obligan a mirar con interés y profundidad el proceso político actual y habilitar las preguntas necesarias sobre una coyuntura que está cambiando a un velocidad inesperada.
Siempre es difícil percibir un cambio de trascendencia histórica por parte de quienes conviven con esa transformación. Es audaz, además, asegurar sin la suficiente perspectiva que un fenómeno de esa dimensión se está produciendo. Sin embargo, hay algunos elementos que habilitan, como mínimo, a preguntarse si lo sucedido el domingo es solo un resultado electoral sorprendente o si ese triunfo augura un cambio de naturaleza estructural en la política argentina.
Los efectos inmediatos del domingo son evidentes. Hasta ese día, el análisis político dominante giraba acerca de las posibilidades de Mauricio Macri de terminar su mandato de manera ordenada. Las preguntas eran: ¿Podrá gobernar? ¿Podrá terminar su mandato? ¿Podrá evitar una crisis? Todo cambió. La pregunta orientadora es otra: ¿Cómo hará la oposición para evitar que Macri sea reelecto?
El panorama para el Gobierno no puede ser más favorable. El 36% de votos que recolectó lo ubica a solo cuatro puntos de ganar en primera vuelta la presidencial. Encima, ese caudal de votos fue recogido por candidatos que, en general, pertenecen a la segunda línea del equipo oficial. Los dos años que pasaron fueron durísimos, y nada habilita a pensar que esa situación se continúe en los dos que vienen. El peronismo está descabezado y dividido. Y, aun cuando Cristina gane en octubre la provincia de Buenos Aires, le quedaría un camino muy arduo para reconstruir su poder nacional. ¿Quien sería, por ejemplo, el candidato a gobernador que competiría con la muy popular María Eugenia Vidal?
A principios de año, Macri explicaba: "Acabo de terminar el peor año de mi Gobierno. Ahora estoy empezando el segundo peor año, que terminará con un triunfo electoral. De ahí en más todo va a ser más sencillo: cada año, un poco menos de déficit, un poco más de crecimiento, un poco menos de inflación". Entre las habilidades del ser humano no está incluida la capacidad de pronosticar el futuro, pero la verdad es que, hasta aquí, lo ha hecho de manera bastante precisa.
Pero todo esto refiere apenas a los efectos coyunturales de la victoria del domingo. Hay algo más trascendente que está pasando, o que, al menos, parece estar pasando. La estructura nacional de Cambiemos, la alianza que fundó Macri, supera el 30% de los votos en 17 de las 24 provincias del país. Solo en dos, Tierra del Fuego y Santiago del Estero, los números son inferiores al 20%. Cambiemos se ha conformado como un partido nacional, esto es, una organización que tiene un cura en cada parroquia, con miles de concejales, diputados provinciales, legisladores nacionales, ministros, secretarios de Estado y recursos infinitos. A partir de diciembre, será la primera minoría en la Cámara de Diputados y, probablemente, también en el Senado.
El hecho en sí es impresionante. Desde que en la Argentina existe la democracia abierta, solo se crearon dos partidos nacionales. Uno lo fundó Hipólito Yrigoyen, otro Juan Domingo Perón. Si este proceso continúa, Cambiemos puede transformarse en el primer partido político nacional fundado desde la emergencia del peronismo en 1945.
De hecho, la extensión territorial de Cambiemos supera hoy a la de cualquier otro partido. El peronismo, como corriente histórica, es mucho más fuerte. Eso es indiscutible. Pero hace mucho tiempo que no se presenta unido. Y basta ver el país coloreado para percibir que el kirchnerismo tiene llegada en algunos lugares, el peronismo tradicional en otros. Pero nadie se extiende por todo el territorio como el macrismo. Por momentos, el histórico peronismo parece una confluencia de intereses entre liderazgos provinciales. En algunos lugares, como Santiago del Estero y Misiones, está incluso liderado por radicales. Cambiemos es, en cambio, una organización nacional, cada vez más profesional, con una conducción clara y una identidad que empieza a insertarse en las clases medias de todo el país.
Quien quiera subestimar el fenómeno, tiene todo el derecho a hacerlo, pero no parece ser lo más atinado para entenderlo, sobre todo para los que pretenden combatirlo. La crítica a Macri, del estilo Roberto Navarro, Horacio Verbitsky, Mempo Giardinelli o Maximo Kirchner produce mucha algarabía en las filas propias pero se ha demostrado no solo imprecisa sino, además, muy funcional al supuesto enemigo. Si supieran ellos cuánto celebran en en la Casa Rosada sus intervenciones.
Macri no solo está conduciendo hoy el único partido nacional que existe en la Argentina. Además, es el primer presidente surgido de las familias más ricas del país, desde Marcelo Torcuato de Alvear, o sea, desde 1922, casi un siglo. Es el primer presidente de la historia democrática que proviene de uno de los grupos económicos más concentrados. Es el primero que fue presidente de un club de fútbol, el primero que no es radical ni peronista, el primero de centroderecha que llega por vía democrática, el primer ingeniero. Existe un lugar común según el cual un plan de ajuste del nivel de vida de la población solo se puede imponer por vía represiva. El domingo, Macri demostró que esto no es así: aún cuando un plan afecte el consumo popular, quien lo implementa puede ganar, al menos, una elección.
En todo su recorrido, además, Macri ha ido de menor a mayor. Son conocidas las historias en Boca Juniors y en la ciudad de Buenos Aires. Los detalles son sorprendentes. Ya hace muchos años que el macrismo gana por una diferencia arrolladora en los barrios más pobres de la ciudad: diez por ciento de ventaja en Villa Soldati y Lugano, quince por ciento en la Boca y Barracas. Ahora, se proponen trasladar ese modelo a todo el país. En el acto de celebración del domingo, Macri explicó que están arrancando "los mejores 20 años de la historia del país". Es decir: anunció que piensa quedarse por cinco mandatos. Hasta hace unos días, hubiera sido un delirio. ¿Lo será? El primer objetivo será la zona sur del conurbano bonaerense. Desde el mismo día que terminó el conteo de votos, una multitud de recursos será destinado a perforar la zona en la que Cambiemos tiene más dificultades para instalarse. En dos años, se sabrá si pudieron hacerlo.
Tal vez no lo logren. Pero no parece un poder tembloroso ni temporario el que se empieza a instalar en el país. Por lo pronto, parece ya muy anclado en las zonas rurales y en los centros urbanos.
En todo este proceso, Macri ha tenido la inmensa suerte de convivir con el kirchnerismo. Ellos, que lo odian, no se atreven a pensar siquiera cuánto han colaborado con él. Basta analizar la última elección: ¿Qué pasaría hoy en el país si Cristina hubiera competido, como era lo natural, con Florencio Randazzo en la interna del Frente para la Victoria? Hubiera sido un triunfo kirchnerista difícil de remontar en octubre. El clima sería completamente distinto. Pero no: fue la ex Presidente la que le sirvió el triunfo en bandeja, una vez más, como cuando designó a Aníbal Fernández o humilló a Daniel Scioli.
Mientras Macri suma -a Elisa Carrió, a peronistas como Claudio Poggi en San Luis o Joaquín La Torre en San Miguel-, Cristina se desprende de Randazzo, del PJ, del Movimiento Evita, para citar solo los últimos casos. Uno trata de seducir a los diferentes, como haría cualquier político. La otra expulsa incluso a los iguales. Si hasta Diego Brancatelli ha caído en desgracia.
Una vez más: el tiempo dirá cual es la profundidad del fenómeno. Macri tiene que gobernar la Argentina, el país donde todos los presidentes -con la única excepción de CFK- terminan antes de tiempo, o presos, o exiliados. Dos días después de la elección en que Cristina ganó por el 54%, era razonable pensar que su proyección sería eterna. Conviene desconfiar entonces de cualquier análisis influido por la foto de un resultado electoral. Sin embargo, aun con esos reparos, hay elementos suficientes que obligan a mirar con interés y profundidad el proceso político actual y habilitar las preguntas necesarias sobre una coyuntura que está cambiando a un velocidad inesperada.