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La deuda social con la minoridad debe saldarse

Pasada una tragedia, duele mucho enterarse de la cantidad de palancas que hubiese podido accionarse con éxito antes de ocurrida y de las igualmente numerosas voces que se desoyeron y que pudieron haber contenido el proceso fatídico y transformado en acontecimiento de salvación.

Porque, como dice el novelista húngaro Sándor Márai, "no es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, pues entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar".
La tragedia a que se alude es la conocida como "la de la Alcaidía de Menores", suceso todavía fresco en que perdieron la vida cuatro adolescentes alojados en esa unidad policial.

Las revelaciones que siguieron al horrible caso dejaron a la vista la acumulación de factores propicios, tales como el tratamiento ilegal de la situación de los detenidos, el maltrato por parte de quienes los custodiaban, las deficiencias del edificio en que se alojaban, la inexistencia de programas de formación destinados a la rehabilitación de los reclusos, etc., etc.

Ahora se sabe, además, que hubo una propuesta para la atención de niños, adolescentes y jóvenes judicializados, dirigidos a fortalecer los procesos de escolarización. Procuraba la inclusión, retención y finalización de la escolaridad obligatoria de aquellos que por diversas razones nunca ingresaron o que abandonaron la escuela.

La iniciativa, que no encontró eco ni en el Juzgado de Menores, ni el Ministerio educativo, contemplaba "la formulación de un plan de atención individual, según las particularidades de cada sujeto involucrado, y el despliegue de dispositivos de intervención que actúan sistémicamente para dar alternativas pertinentes y diferenciadas a cada niño, niña o adolescente, de acuerdo con las necesidades detectadas", explicaron las voceras del grupo de Técnicas en Pedagogía y Educación Social que elaboró la propuesta.

La presentación del proyecto se hizo el año pasado, con la suerte ya referida, ya hace varios meses, los suficientes como para haberse sentado las bases de un sistema orientador de suma necesidad.

No se quiere decir que el programa de que se está hablando hubiese impedido la tragedia de la Alcaidía. Aunque tal vez sí, si el interés se hubiese extendido a los menores de ese centro de detención, cosa que podría haber ocurrido. Por otra parte, el funcionamiento de estrategias como las mencionadas seguramente evitarían futuras experiencias como la de este año.

Y ahora lo que debe importar es el futuro. Paralizarse frente a un presente como el de la tragedia y quedarse sólo con su horror y la búsqueda de los responsables implicaría mantener abierta aquella puerta fatídica que, según el novelista Sándor Márai, deja el paso libre para que entren las desgracias como convocadas por las propias víctimas.

Es momento de extremar el ingenio y la solidaridad para generar salidas auténticas para los menores de la provincia. Hay que poner en marcha todos los recursos que el conocimiento y la tecnología de estos días ponen al servicio de la sociedad. Lo de la Alcaidía fue sólo una, claro que horrenda, de las explosiones adolescentes que se registran todos los días, aunque no siempre de potencia fácilmente perceptible. Lo son el fracaso escolar, la caída en las adicciones al alcohol y las drogas, el alarmante incremento de los accidentes de tránsito protagonizados por adolescentes y jóvenes, el extravío moral por la desocupación y la falta de estímulos positivos.

De ninguna manera se sugiere la puesta en marcha, sin más, de la propuesta de los técnicos en Pedagogía y Educación Social. Pero no hay duda de que, al menos, debió analizarse. El accidentado espacio de la minoridad demanda aquí que no se desaproveche ninguna colaboración que se proponga traer luz y servicio a este sector agitado por tantas borrascas.

La reciente tragedia de la Alcaidía de Menores debe advertir que es necesario alentar toda iniciativa que sirva para la mejor formación de ese sector de la provincia.