La decisión
*Por Ricardo Forster. Se terminaron las especulaciones: la Presidenta buscará un nuevo mandato.El compromiso con la profundización del modelo y los desafíos pendientes. Cómo impacta esta decisión en una oposición desorientada. Mirá la galería de fotos.
1. La decisión ha sido tomada. Esta ahí despejando lo que mantenía cierto halo de misterio.
Una decisión entramada con las demandas de la historia y sellada a partir de un dolor extremo que conmovió no sólo la intimidad intransferible e inviolable de quien sufrió la pérdida de su compañero de vida e ideales, sino que atravesó con una intensidad inusitada la vida popular argentina. ¿Alguien podía tener alguna duda de lo que se selló durante esas jornadas sacudidas a un mismo tiempo por la tristeza, el desasosiego y una energía que emanaba clamorosamente de la multitud que se dio cita espontáneamente en la plaza de las grandes gestas populares? ¿Podía ser otra, acaso, la decisión de quien construyó, junto a su compañero, una vida surcada de lado a lado por la política entendida como herramienta de transformación y de compromiso por un país más justo? ¿Qué otra respuesta darles a esos miles de jóvenes que se dieron cita y se juramentaron en aquellos días de duelo? Apenas el cálculo mezquino de algún opositor o la especulación afiebrada de quienes saben que la candidatura de Cristina es arrasadora respecto de las posibilidades de doblegar el proyecto iniciado en mayo de 2003, podía alucinar con un fin de juego o con una retirada a cuarteles de invierno.
Lejos de las expectativas de quienes ni siquiera han sido capaces de articular una oposición compacta y coherente, la decisión de Cristina vino a darle contundencia a lo que se esperaba.
Pero también no dejó de señalar la importancia de lo inesperado y de lo enigmático en el propio movimiento de la historia, el modo como se cuela lo extraordinario rompiendo lo previamente trazado. Entre la crisis desatada alrededor de la resolución 125, pasando por cada uno de los momentos significativos de estos años, y ese acontecimiento sobrecogedor por lo insospechado y por lo que suscitó, se inscribe, también, la decisión de Cristina que, a su vez, se entrama profunda y visceralmente con la totalidad de su biografía. Una vez más la historia se ríe de los augures y de los anticipadores, se sacude de encima a los estrategas que todo lo saben y determinan como anunciadores de certezas inconmovibles y abre los senderos de un tiempo por venir que no deja de entrelazarse con el camino recorrido. Así como Néstor Kirchner llegó sin que nadie lo esperara y logró conmover desde los cimientos a un país en estado de desolación, también se fue sin anunciarlo pero sabiendo lo que dejaba al marcharse. En ese relato de Cristina de las miradas que se buscaban en cada acto y en cada intervención de cualquiera de los dos, miradas que buscaban complicidad y aprobación, está, vaya paradoja, la verdad del famoso "doble comando", esa frase utilizada con ruindad para desmerecer la inteligencia y la capacidad superlativas de la Presidenta. Ella fue sencilla y directa: lo que había era entrelazamiento, convicciones compartidas, proyecto común, cotidianidad familiar y la eterna complicidad de la mirada amorosa. Rara la forma que ha elegido la historia argentina para seguir su derrotero por el tiempo. Ya llegarán las épocas, más distantes de tanta intensidad, para detenerse en lo complejo, a veces enigmático y siempre conmovedor de esta etapa por la que estamos atravesando y que lleva, hoy, la impronta de una pareja excepcional.
2. Cristina, su anuncio, constituye una fuente extra de impulso y de vitalidad al mismo tiempo que expone, blanco sobre negro, la pobreza de una oposición que sigue buscando una coherencia que no logra encontrar en ninguna parte y que la lleva a alquimias entre sorprendentes y ridículas de esas que avergonzarían a viejos e históricos dirigentes que ya no están entre nosotros. Pero también constituye un desafío para las propias filas del kirchnerismo allí donde se vuelve imprescindible estar a la altura de la historia y hacerlo sin caer en obsecuencias innecesarias. Cristina reclama otro tipo de lealtad, palabra siempre atravesada por las demandas, los equívocos y las interpretaciones contrapuestas de la historia en sus distintos momentos; una lealtad basada en la activa participación, en la disposición a apoyar un proyecto de transformación sin abandonar el lenguaje de la interpelación crítica, esa que se reconoce en el interior de las mejores tradiciones emancipatorias y que no se reduce al seguidismo insustancial y acrítico. Lealtad a un proyecto capaz de movilizar los recursos de la invención democrática y de internarse por los caminos, a veces desconocidos, del cambio histórico que reclama el uso activo de la inteligencia y la tozudez de la fidelidad a principios y tradiciones fundacionales de lo mejor y más memorable de la vida popular.
Cristina, su decisión tomada desde el propio 28 de octubre, allí donde un pueblo despidió a un hombre excepcional, sabe, mejor que nadie, que la lealtad nunca puede ser sinónimo de obsecuencia, siempre debe ser expresión de riesgo y atrevimiento puesto al servicio de apuntalar un proyecto que tiene como eje vertebrador a la propia Cristina. Ella supo, desde un primer momento, que la historia la reclama, que la Argentina hoy necesita de su esfuerzo porque la consolidación de su liderazgo corre paralela a la profundización del proyecto iniciado por Néstor Kirchner. Ese es su destino, el punto de inflexión que nunca hubiera querido tener que producir por la ausencia de su compañero de vida, amor y militancia. Las páginas de la historia encuentran, muchas veces, su propia y laberíntica escritura.
Su discurso, a lo largo de estos años vertiginosos, ha ido hallando los tonos y las honduras capaces de enfrentar los tremendos desafíos de una realidad inclemente a la hora de plantear dificultades y escenarios de una extrema complejidad. En ella ha habido, desde un comienzo, una intensa toma de riesgo sabiendo, como sabía, que su lugar en la escena argentina no iba a ser fácil allí donde se entrecruzarían la propia cuestión de género, la ardua problemática de la femineidad y su relación con la política y el poder (en sus dimensiones de prejuicio y de seducción), junto con la puesta en evidencia de una retórica inusualmente poderosa que nunca dejaría de provocar a sus interlocutores. Cristina mezcló lo que para un resto no menor de misoginia social parecía imposible de ser mezclado: su condición de mujer atractiva con una inteligencia filosa, decidida y portadora de un discurso que ya ha dejado una huella fundamental en la historia política argentina. El prejuicio, la dimensión cualunquista de cierta clase media que se siente dañada cuando se confronta con alguien capaz de argumentar con inteligencia y audacia, encontró su punto máximo en los meses del conflicto con la corporación agromediática que desplegó una ofensiva impiadosa allí donde buscó horadar y deslegitimar la figura, la voz y la inteligencia de Cristina.
Fueron los días del "doble comando", de una Cristina supuestamente manejada por Néstor Kirchner, de los insultos y los agravios, de esas frases brutales y soeces que nos hicieron recordar tiempos aciagos en los que dominó el odio hacia la fragilidad de otra mujer que marcó la historia de los humildes en nuestro país. Contra ese prejuicio muchas veces transmutado en rencor tuvo que lidiar quien, pese a la legitimidad de origen que le dio un triunfo electoral contundente, siempre debió ponerse a prueba y sortear los obstáculos que el establishment nunca dejó de colocarle. Su impronta, la fuerza de su figura quedaron evidenciadas en su capacidad para doblar la apuesta en los momentos de mayor dificultad.
Decía, al comienzo, que si bien era esperable que Cristina anunciara su decisión de presentarse como candidata a la reelección, no deja de ser una noticia que, una vez más, opaca la debilidad estructural y la pobreza conceptual que viene ofreciendo la oposición para resaltar que, en la Argentina de estos días, el lugar generador de intensidad e inteligencia política proviene de la Casa Rosada. Es Cristina la gran electora, la voz de los acontecimientos decisivos y la que le lleva varios cuerpos a cualquiera de los referentes de una oposición que todavía no logra definir, más allá de candidaturas esperpénticas, proyectos de país que resulten sustentables y portadores de cierta seriedad ideológico política. Cristina, su interpelación siempre sensible y compleja, sigue definiendo la agenda de un presente atravesado por desafíos nacidos de un proyecto que, desde el año 2003, no ha dejado de conmover lo que parecía inconmovible o intocable en el país. Sigue siendo lamentable que una parte sustancial de la oposición continúe actuando el libreto escrito en las usinas de la corporación mediática al mismo tiempo que perpetúa, en su interior, la lógica despolitizadora de los años ’90. Confrontando con esa reducción de la política a lenguaje de gerenciadores y de empresarios, Cristina, como antes Néstor Kirchner, regresó, una y otra vez, al lenguaje político, a sus marcas ideológicas y al sentido de sus convicciones. Jamás, en sus innumerables intervenciones, dejó de darle forma y consistencia al núcleo político del proyecto y lo hizo buscando las palabras y los giros que pudieran encontrarse con las demandas populares. Cristina y Néstor recobraron el antiguo fondo litigioso de la política, ese que, también, le otorga su potencia y su mística.
3. Su figura, tocada por el vértigo impiadoso de la vida argentina, ese mismo que puede elevar a un dirigente político para después arrojarlo al vertedero de la historia o, como en el caso de Cristina, darle un golpe al corazón de los sentimientos en medio de su responsabilidad como Presidenta, no ha dejado de crecer recuperando el terreno perdido en los primeros tramos de su gobierno cuando una campaña inusualmente despiadada, cargada de prejuicio y hasta de un odio malsano, se descargó desde los núcleos del poder mediático buscando no sólo condicionarla sino, más grave, dejarla sin capacidad de decisión. Lejos de doblegarse y de replegarse a cuarteles de invierno como han hecho la mayoría de los gobiernos democráticos en el último medio siglo, Cristina, primero acompañada por su compañero y por una militancia en crecimiento continuo, desafió a los poderes de siempre doblando la apuesta y tomando algunas de las decisiones más trascendentes a la hora de reparar vida social, económica y cultural: del voto no positivo del ya invisible pequeño señor Cobos salió reestatizando el sistema jubilatorio, dándoles movilidad por ley a los haberes de los jubilados y pensionados y recuperando la línea aérea de bandera que había sido saqueada durante los ’90; de la compleja coyuntura electoral de junio de 2009, atravesada por la derrota en la provincia de Buenos Aires, se salió redoblando el esfuerzo que finalmente culminó en la aprobación de la Ley de Servicios Audiovisuales y en la extraordinaria decisión de implementar la Asignación Universal por Hijo que cambió el mapa de la exclusión en el país abriendo con potencia el camino de la reparación de los sectores más dañados. Junto con eso continuó la política de derechos humanos, las investigaciones por Papel Prensa, la consolidación de la Unasur, el fortalecimiento del modelo económico en medio de la más severa crisis de las economías centrales desde los años ’30, la apuesta por el trabajo cooperativo, la consolidación de las paritarias y de los salarios en contraposición con los brutales planes de ajuste que se vienen implementando en varios países europeos.
Le dio forma también a un acontecimiento político-cultural de impensadas consecuencias cuando logró capturar, alrededor de los festejos del Bicentenario, la trama profunda de un relato de la historia capaz de interpelar con potencia inusitada a una gran parte de la sociedad. Luego siguió la aprobación de la Ley de Matrimonio Civil Igualitario que supuso doblegar al poder del prejuicio anidado en la jerarquía de la Iglesia Católica.
Difícil imaginar otro tramo de la historia nacional tan cargado de acontecimientos y decisiones trascendentes y atravesados, todos ellos, por ese parteaguas que fue la muerte inesperada de Néstor Kirchner. Una escena de tragedia griega que ni el más fantasioso e inverosímil relato de ficción hubiera podido imaginar. Una conmoción como no se recordaba en décadas; una despedida tumultuosa y multitudinaria que mostró la esencial falsedad del relato de la corporación mediática y que consolidó los lazos profundos entre Cristina y su pueblo haciendo añicos la lógica del prejuicio y la mentira que, desde marzo de 2008, había sido prolijamente desplegada por quienes, al saberse su candidatura en 2007, intentaron condicionar desde un principio su gobierno. Cristina fue tenaz a la hora de romper esos muros que buscaban asfixiarla. Fue más tenaz en las horas y los días del duelo para reduplicar el esfuerzo que le exigía una Argentina siempre inquieta y desafiante. Su tenacidad vuelve a manifestarse al hacer pública su decisión de someterse, una vez más, a la voluntad popular.