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La crítica, palabra más temida

* Por Ricardo Kirschbaum. Muy pocos pueden discrepar con las palabras que Mario Vargas Llosa dijo ayer en la Feria del Libro. Sus palabras eran temidas porque llegaron envueltas en una polémica en la que, otra vez, la opinión estaba en tela de juicio.

No fueron ahora los pretorianos de la derecha los que querían censurarlo sino los intelectuales que, en nombre del progresismo , intentaron poner en sordina al último premio Nobel latinoamericano. Por eso, el acontecimiento que era tenerlo aquí a Vargas Llosa se había convertido en una controversia que, aun con la intervención de Cristina, se mantuvo viva . Poco antes de la conferencia del gran escritor, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que Vargas Llosa hablaba estupideces. Lo que ayer se escuchó en la Feria no fue ninguna estupidez . Por el contrario, pareció que Aníbal había hablado más de sí mismo que del escritor.

F ue un episodio menor pero ilustrativo de la incontinencia verbal que dispara en la política argentina la discrepancia, cualquiera sea su calibre. Y por eso la conferencia de Vargas Llosa será recibida por los unos y los otros de acuerdo al prejuicio que se hayan formado sobre su calidad de escritor y sus posiciones políticas . Es obvio que nadie puede desprenderse de su historia y el escritor no es una excepción. En su relato habló de los momentos en los que se templaron sus convicciones, con las que se puede coincidir o discrepar . Su conferencia, sin embargo, no dejó una estela de polémica porque el contenido de su exposición fue un acto de fe en los valores de la democracia y un rechazo cerrado al infierno de las dictaduras.

Se podrá decir que un novelista, como él brillantemente describió al género, hace de las mentiras una verdad de ficción para alimentar el fuego del relato. Y que sus palabras, entonces, pueden parecer parte de una novela, invalidando así la firmeza de su conducta política. Así, no había que esperar su conferencia porque, cualquiera hubiera sido su contenido, ya estaba sentenciado . Y esa sentencia hace real las mentiras verdaderas que ahogan cualquier tipo de debate, esterilizan la discrepancia y dan trabajo efectivo a los comisarios políticos.