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La Cristina que baila (y la que llora y patalea)

Algo hay que hacer. Esta semana fue un tsunami de malas noticias que golpeó feo en el ánimo de Cristina.

Por Carlos M. Reymundo Roberts

Como es una reina, públicamente lo disimula, pero en la intimidad está cada vez más infumable. Cuando la veo así, depre y con rabietas, se me estruja el alma. El alma y el bolsillo: tengo miedo de que uno de estos días se levante y nos raje a todos, al grito de "inútiles, la realidad se está llevando puesto al relato".

¿Se lo está llevando puesto? No creo, pero lo de las últimas horas fue tremendo. Cascotazo del Fondo Monetario: la economía argentina está en una "tendencia insostenible" y se impone un ajuste. Cascotazo de la calificadora Moody's: las reservas del país "sólo alcanzan para sobrevivir hasta el 10 de diciembre". Cascotazo en la negociación de Vanoli, el presidente del Banco Central, con Pekín para conseguir un nuevo swap que maquille esa estrepitosa caída de las reservas: parece que los chinos nos están pidiendo a cambio hasta el Rolex de oro de la Presidenta. Y lo peor, cascotazo de Scioli, que los mandó a Urtubey y a Blejer a que dijeran lo que él no se atreve a decir: hay que salir del cepo, pagarles a los buitres, volver al FMI, blanquear los índices de inflación y solucionar de una buena vez la crisis energética. Digamos, enterrar el kirchnerismo. Fue duro.

Para peor, ve los spots de campaña en las tandas y no puede creer las barbaridades que se dicen.

Por suerte, encontró la forma de vengarse. Clavó el spot de campaña más largo: sus cadenas.

Urtubey, tan amigo nuestro estos años, eligió Washington para anunciar que ya no reporta a Olivos, sino a La Plata. ¡Washington!, cabeza del imperio del mal, con el que Cristina se está tratando de pelear y, perversos, no le atienden el teléfono. Y Blejer eligió la asamblea del Fondo en Lima. Hay mucha malicia en Scioli: mojarnos así la oreja. Cristina evangeliza desde el conurbano y él incita al pecado desde dos sucursales del infierno. Quizás esté pasando lo que Aníbal, muy divertido, suelta en rueda de amigos: "¿Qué te pasa, Daniel, estás nerviosho? ¿No te están dando bien los números...?"

La verdad es que el cascotazo más terrible tuvo que tirarlo la señora el lunes, cuando anunció el pago del Boden 2015. Pero lo hizo tan bien que aquello fue la apoteosis de la contabilidad creativa, el esplendor del relato. Me sigue maravillando cómo logra convertir una horrible noticia en un notición extraordinario. Los casi 6000 palitos verdes del Boden se saldaron con reservas del Banco Central. Es como un padre que paga sus deudas con plata que, con mucho esfuerzo y privaciones, quemándose los ahorros, le prestan sus hijos. Obviamente es una nueva deuda, salvo que no piense devolverles un mango. Así, de forma sencilla, se lo expliqué el lunes a Cristina, horas antes de la cadena, y lo entendió perfectamente. Me dijo: "El padre vengo a ser yo, y mis hijos, los argentinos. Mmmm, qué problema. OK. Entonces voy a decir que vamos a pagar, pero sin aclararles que la guita la ponen ellos. Y lo voy a presentar como que nos desendeudamos todos. ¡Está buenísimo!"

Una genia. Cuando la escuché esa noche, sentado en la tercera fila, fui el primero en aplaudir. Nunca asistí a una ovación más merecida. Sólo este año ya se emitieron títulos, que los próximos gobiernos deberán pagar, por unos 10.000 millones de dólares. Néstor recibió el país con una deuda pública de 144.000 millones de dólares. Desde entonces trepó a 270.000 millones. Duplicar el pasivo y presentarlo como que ya no debemos nada es atributo de muy poca gente. Digamos, de una abogada exitosa, de una oradora incomparable, de una arquitecta egipcia capaz de convencernos de que una montaña de escombros es una pirámide que se eleva al cielo.

Por eso Cristina, de cara al público, habla y habla, baila y baila, con esa gracia tan suya para contornearse, hablando y bailando. Pero en la vasta soledad de Olivos es otra cosa. Allí, Kicillof le dice que el fracaso del Bonar 2020, rechazado el martes por el mercado, es una demostración de que el mercado no sabe nada, y ella hace como que está de acuerdo. Kichi le explica que los países con economías consolidadas no necesitan tener demasiadas reservas, y ella hace como que le cree. Kichi le comenta que en un año electoral no hay que estar todo el tiempo lamentándose por el terrible déficit fiscal, y ella hace como que lo escucha. En el fondo, lo quiere y lo admira. El tipo está en camino de perder 20.000 millones de dólares de reservas en apenas dos años y va por la vida convencido de que el socialismo no hubiese fracasado en ningún país con un ministro de Economía como él. "Gente así necesitamos en el Congreso", dice Cris. Tiene razón. Un lugar en el que sus ideas no cuesten tan caras.

La señora sabe que se vienen tiempos difíciles. Sabe que apuran los números, que Urtubey es el primero y no el último, que la traición está a la vuelta de la esquina (y que Scioli muere por dar vuelta la esquina), que no vivirá más en esa residencia, que echará de menos los micrófonos, que tendrá que pagarse la ropa y los viajes, que le faltarán aviones, que el Sur volverá a quedar lejos, lejísimo. Se hizo un colchoncito de plata, pero el tema va por otro lado. Su miedo es la Argentina. ¿Las crisis, las turbulencias, los buitres? No. Cómo se verá la Argentina sin ella.

Fuente (La Nación)