La crisis educativa es también cultural
La creciente cantidad de estudiantes que no concurren a rendir, o rinden mal, las materias que no aprobaron durante el año lectivo...
...se está transformando en un grave problema dentro de las escuelas secundarias mendocinas; es un problema que posee tal cantidad de causas que resulta imposible lograr una interpretación acabada y simple que permita reverlo de una manera más o menos inmediata. Estas actitudes hablan de una severa crisis cultural en nuestro sistema educativo.
Hace varios años que las autoridades educativas locales instauraron el sistema de las clases de apoyo, mediante el cual los alumnos tienen la oportunidad de consultar sus dudas con los profesores, antes de presentarse al examen.
Clases de apoyo que poseen la peculiaridad de ser obligatorias para los profesores pero voluntarias para los estudiantes, con lo cual son poquísimos los jóvenes que asisten a las mismas, por lo que en muchísimas oportunidades los profesores pasan horas en su escritorio sin que ni siquiera un alumno se les acerque.
Las consecuencias de tal actitud de indiferencia son al menos dos: primero, muchos de los chicos que no asistieron a las clases de apoyo, tampoco se presentan a rendir el examen; y segundo, muchos de los que sí se presentan rinden mal, cuando de haber recibido ayuda previa podrían haberse evitado el fracaso.
Si la cuestión se analiza por el lado de los padres, puede verse que tampoco muestran demasiada propensión a que sus hijos reciban ayuda previa a rendir, porque las inquietudes que la mayoría de ellos se acercan a expresar en la escuela, las hacen apenas pocas horas antes del examen final, con lo que demuestran estar más preocupados por una calificación aprobatoria que por los conocimientos que sus hijos puedan adquirir.
Existe también una concepción "pedagógica" que coincide con la impotencia de muchos padres en lograr que los jóvenes estudien: la creencia de que en este nuevo mundo tecnológico, que muchos de los mayores apenas comprenden, la única manera de enseñar es que todos los estudios resulten atractivos para los alumnos.
Sin embargo, es inevitable -hoy, ayer, mañana y siempre- que todo conocimiento a incorporar requiera un esfuerzo, algo que no siempre es placentero y que muchas veces requiere ser impuesto obligatoriamente dentro de quién sólo con los años comprenderá el valor de lo adquirido.
El preconcepto -más o menos inconsciente- de que todo lo enseñado debe resultar divertido es imposible de cumplir en su totalidad, pero si se lo intenta aplicar a todas las cosas, las que resulten menos atractivas para la voluntad inmediata del alumno -que muchas veces son las más necesarias-, jamás serán aprendidas por él.
En síntesis, si padres, maestros, pedagogos, autoridades y adultos en general no deciden recuperar la cultura del esfuerzo en la escuela, las nuevas generaciones estarán en serias dificultades para incorporarse a la vida laboral y social.
Para ello, el pre-requisito esencial es reconstruir un pacto cultural que en los hechos hoy está quebrado: el de que padres y maestros unifiquen y coordinen esfuerzos en pos de la educación de los niños y jóvenes, en vez de vivir en el permanente conflicto que hoy protagonizan; los padres, porque al pretender ser amigos o "compinches" de sus hijos en vez de ser lo que deben ser, desestiman o desprecian a los maestros cuando estos exigen autoridad; y muchos maestros porque frente a esta deserción de los padres en apoyarlos, buscan más seducir a los educandos que inculcarles el espíritu de sacrificio tan necesario para hacer frente a los requerimientos de la vida.
Sin un gran cambio cultural en nuestra educación, seguiremos estando en graves problemas.
Hace varios años que las autoridades educativas locales instauraron el sistema de las clases de apoyo, mediante el cual los alumnos tienen la oportunidad de consultar sus dudas con los profesores, antes de presentarse al examen.
Clases de apoyo que poseen la peculiaridad de ser obligatorias para los profesores pero voluntarias para los estudiantes, con lo cual son poquísimos los jóvenes que asisten a las mismas, por lo que en muchísimas oportunidades los profesores pasan horas en su escritorio sin que ni siquiera un alumno se les acerque.
Las consecuencias de tal actitud de indiferencia son al menos dos: primero, muchos de los chicos que no asistieron a las clases de apoyo, tampoco se presentan a rendir el examen; y segundo, muchos de los que sí se presentan rinden mal, cuando de haber recibido ayuda previa podrían haberse evitado el fracaso.
Si la cuestión se analiza por el lado de los padres, puede verse que tampoco muestran demasiada propensión a que sus hijos reciban ayuda previa a rendir, porque las inquietudes que la mayoría de ellos se acercan a expresar en la escuela, las hacen apenas pocas horas antes del examen final, con lo que demuestran estar más preocupados por una calificación aprobatoria que por los conocimientos que sus hijos puedan adquirir.
Existe también una concepción "pedagógica" que coincide con la impotencia de muchos padres en lograr que los jóvenes estudien: la creencia de que en este nuevo mundo tecnológico, que muchos de los mayores apenas comprenden, la única manera de enseñar es que todos los estudios resulten atractivos para los alumnos.
Sin embargo, es inevitable -hoy, ayer, mañana y siempre- que todo conocimiento a incorporar requiera un esfuerzo, algo que no siempre es placentero y que muchas veces requiere ser impuesto obligatoriamente dentro de quién sólo con los años comprenderá el valor de lo adquirido.
El preconcepto -más o menos inconsciente- de que todo lo enseñado debe resultar divertido es imposible de cumplir en su totalidad, pero si se lo intenta aplicar a todas las cosas, las que resulten menos atractivas para la voluntad inmediata del alumno -que muchas veces son las más necesarias-, jamás serán aprendidas por él.
En síntesis, si padres, maestros, pedagogos, autoridades y adultos en general no deciden recuperar la cultura del esfuerzo en la escuela, las nuevas generaciones estarán en serias dificultades para incorporarse a la vida laboral y social.
Para ello, el pre-requisito esencial es reconstruir un pacto cultural que en los hechos hoy está quebrado: el de que padres y maestros unifiquen y coordinen esfuerzos en pos de la educación de los niños y jóvenes, en vez de vivir en el permanente conflicto que hoy protagonizan; los padres, porque al pretender ser amigos o "compinches" de sus hijos en vez de ser lo que deben ser, desestiman o desprecian a los maestros cuando estos exigen autoridad; y muchos maestros porque frente a esta deserción de los padres en apoyarlos, buscan más seducir a los educandos que inculcarles el espíritu de sacrificio tan necesario para hacer frente a los requerimientos de la vida.
Sin un gran cambio cultural en nuestra educación, seguiremos estando en graves problemas.