Sociedad
La crisis de la clase media: cada vez más argentinos se reconocen como pobres
Qué pasa con la pérdida del poder adquisitivo. Las consecuencias del cambio en toda la sociedad.
La clase media argentina: ese gran ideal, la aspiración máxima de un país que siempre se enorgulleció de ser, justamente, un “país de clase media”. Los pilares de ese gran conjunto empezaron a flaquear: ingresos erosionados por la alta inflación, devaluaciones, dificultades para acceder a la casa propia y un trabajo formal que ya ni siquiera garantiza la salida de la pobreza. Hoy, en cambio, más y más argentinos se autoperciben de clase baja.
Es más, seis de cada 10 argentinos reconocen que son (o se sienten) de clase media baja o baja. En cambio, cuatro de cada 10 se autoperciben de “clase media típica” y un porcentaje menor de clase media alta o alta, según un informe de la consultora Moiguer y Asociados al que TN accedió en exclusiva.
“Argentina es un país que estuvo históricamente fragmentado, pero que se construía bajo el imaginario de clase media, sostenido en la idea de la movilidad social ascendente. Hoy nos encontramos con otra realidad: una estructura social donde los extremos son cada vez más fijos”, señala el informe de la consultora.
El problema, señala Fernando Moiguer, director de la consultora, es que aunque la Argentina crezca a tasas chinas durante cerca de una década, la base de la pirámide está cada vez más asentada. Y estar asentada, en este caso, es una palabra con tinte negativo.
Un 50% de la clase baja superior y un 91% de la clase baja ya son “crónicos”, es decir, están en posiciones casi inamovibles hacia arriba, según el informe.
“Hay escasísima movilidad social -apunta Moiguer-. Nos estamos pareciendo más a otros países de América Latina como Bolivia o Chile”.
Clase media en rojo: el fin del ideal de movilidad ascendente
“Hace décadas que la Argentina ha dejado de tener movilidad social ascendente, salvo procesos con vigencias muy breves. El imperio de la inflación, que ha sido endémica, hace detener procesos que podrían ser mucho más largos”, suma, en el mismo sentido, Sergio Visacovsky, investigador principal de Conicet. El especialista dedicó años al estudio de la clase media argentina y publicó libros al respecto.
Visacovsky señala que, a pesar de que la clase media se achica cada vez más y cambia sus consumos, su capacidad de ahorro y de inversión, todavía hay una identidad muy fuerte relacionada con este concepto. “La clase media es muy central en buena medida de las políticas públicas y eso trasciende los colores políticos: los discursos están muy marcados por ese ideal de inclusión y de recuperación, al estilo: ‘Vamos a volver a ser un país de clase media’”, dice.
Otro de los grandes problemas es que los pilares sobre los que históricamente se construyó la clase media en la Argentina están débiles. Por un lado, la casa propia, un sueño cada vez más lejano en un país sin crédito hipotecario y con desfasaje entre los salarios y el precio del metro cuadrado.
Por el otro, el trabajo formal: ya no garantiza un pase a la clase media. “Hay una percepción de nostalgia de un pasado en el que fue posible materializar el ideal de la clase media, en el que hubo años en los que se podía acceder a la casa propia y al auto. El ideal de la clase media, en ese entonces, se correspondía con su posibilidad concreta de materialización”, detalla Visacovsky.
El trabajo ya no garantiza salir de la pobreza
Se estima que alrededor de un tercio de los asalariados formales es pobre. “No solo trabajar no garantiza el pase a la clase media, sino que la actual situación es una de movilidad social descendente”, puntualiza Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA).
El principal problema, señala Salvia, es la pérdida persistente del salario real frente a la alta inflación. “Esto no es durante un semestre o dos, es un dato estructural: este estancamiento viene desde 2007, salvo alguna burbuja en el medio”, dice.
Lo que termina generando, concluye, es un deterioro de la capacidad de inversión y ahorro. Eso se traduce en menos inversión en una ampliación de la vivienda -lo que lleva a mayor hacinamiento-, menos recursos para educación y salud y menor inversión en cuestiones básicas de calidad de vida como organizarse entre vecinos para podar en el barrio o para sanear un espejo de agua contaminante. Allí reside la dificultad para dar un salto desde la base de la pirámide.
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