Sociedad
La conmovedora historia de “la beba del tren”: la niñita que hallaron en un vagón hace 22 años
Lucía comenzó a descubrir su historia en medio de la cuarentena. Fue abandonada en el ferrocarril Mitre en octubre de 1998.
Hasta la semana pasada, Lucía tenía sólo algunas fichas del rompecabezas de su vida. Sabía dónde la habían encontrado pero no quién ni por qué su cara había llegado a los noticieros de la época. El aislamiento obligatorio la impulsó a iniciar una búsqueda que se viralizó y sacó del mazo una carta inesperada: ya encontró al guarda y a su esposa, la pareja que buscaba tener hijos y vio en el hallazgo de la beba “una señal”. Y va por más.
1998 es el contexto de una historia mínima: una historia que comienza en el interior de un vagón de Primera Clase del ferrocarril Mitre, en la estación de trenes de Retiro.
Eran poco más de las 5 de la tarde cuando el guarda de un tren que había llegado a Buenos Aires desde Tucumán subió a la formación para dar una inspección final. Había sido un viaje de más de 20 horas y los pasajeros ya habían bajado, por eso tardó en entender lo que estaba pasando cuando la vio: en un asiento cualquiera de un vagón vacío, una beba de un poco más de un año jugaba sola.
“Estaba bien vestida, bien nutrida, el pelo bien cortado y tenía un muñequito. Creo que no lloraba”. Quien habla con Infobae es ella, “la beba del tren”, que no sabe como se llamaba en ese entonces pero que ahora se llama Lucía Gurevich y tiene, más o menos, 22 años. “Más o menos” porque su edad es un cálculo aproximado: en el hospital Argerich, a donde la llevaron cuando la encontraron, le hicieron la radiografía de la muñeca con la que se mide la edad ósea de un niño y estimaron que tenía 1 año y tres meses.
Detalles más, detalles menos, esa es toda la información que Lucía tenía hasta el viernes 1 de mayo. Pero la cuarentena -que para gran parte de la humanidad es “tiempo muerto”- le hizo espacio a sus preguntas y se convirtió en el momento de salir a buscar las piezas desconocidas de su historia. ¿Quién la dejó en el tren?, ¿por qué?, ¿estaba perdida o la habían abandonado?, ¿por qué el guarda que la encontró y su esposa habían llevado su foto a los medios?
Las primeras piezas del rompecabezas
La beba había aparecido en el tren el 2 de octubre de 1998 y fue adoptada por quienes hoy son sus padres en enero del año siguiente. Llegó a la casa en la que todavía viven juntos, en Capital, tres meses y tres días después del hallazgo.
“Crecí sabiendo que había sido adoptada, nunca fue un tabú ni un secreto”, cuenta Lucía, que hace poco se recibió de pastelera y está por arrancar el CBC para estudiar Nutrición en la Universidad de Buenos Aires. “Habían pasado muchos años buscando adoptar: me gustaba saber que llegué a sus vidas por el deseo enorme que tenían de ser padres”. "Me gustaba saber que llegué a sus vidas por el deseo enorme que tenían de ser padres”, cuenta sobre su adopción.
A diferencia de muchas novelas televisivas de los noventa en las que la adopción se ocultaba en el cajón de los “secretos de familia", Lucía creció sabiendo la verdad, aunque una verdad genérica, acorde a su edad. “La psicóloga les recomendó ir dándome detalles a medida que yo preguntara para no generar traumas con información que no pudiera procesar”, sigue. “Así que siempre supe que me habían encontrado pero nunca había preguntado quién, cómo, dónde”.
Tenía 16 años y ya había tenido varios episodios de enojo, llanto y encierro -quería buscar y no sabía qué- cuando sus padres le revelaron lo poco que decía su expediente flaco: que un empleado ferroviario la había encontrado en un tren un viernes de primavera pasadas las cinco de la tarde. Al contrario de lo que cualquiera podría imaginar de una adolescente, la nueva pieza del rompecabezas la serenó:
“Había sido abandonada pero abandonada entre comillas. Una cosa es que te dejen de noche en un descampado en invierno, pero si te dejan a plena luz del día en un lugar público es para que te encuentren. Yo siento que la persona que me dejó me estaba protegiendo de algo o de alguien”, dice Lucía.
Sus padres también le contaron lo que recordaban por fuera del expediente: que el guarda que la había encontrado y su esposa habían querido adoptarla pero una jueza lo había impedido y le había dado la adopción a ellos, que hacía dos años y medio estaban inscriptos legalmente para adoptar. Su mamá le habló del miedo que sintió de que se la sacaran cada vez que veía al guarda y a su esposa reclamando por la beba en la televisión.
Sin información para conocer el otro lado de la historia, Lucía sostuvo una mirada crítica. “Seguro lo hicieron de corazón, capaz no podían tener hijos y querían adoptarme pero creo que salir a decir ‘esta nena es mía, yo me la merezco, no era la forma”, contó ella a Infobae la semana pasada.
Lucía se había propuesto ir este año a Retiro a investigar, a ver si encontraba empleados que siguieran ahí 20 años después hasta dar con el hombre que la había encontrado. Pero, al igual que al resto del mundo, el aislamiento también puso sus planes en pausa. Sin embargo, la mirada de Lucía sobre el guarda del tren y su mujer cambió unas horas después de la charla con Infobae, cuando recibió un mensaje en su cuenta de Facebook.
Una búsqueda en cuarentena
Desde los 16 años hasta ahora, Lucía no había hecho más preguntas. “Lo pasado, pisado”, pensaba. Pero la cuarentena la obligó a la quietud, a tener tiempo para mirar hacia adentro y hacerse preguntas nuevas. Y fue así, después de leer la publicación de una chica que buscaba a un familiar en el grupo “Donde estás? (que ya tiene más de medio millón de miembros) que decidió contar su historia públicamente por primera vez.
Escribió que buscaba a su madre biológica “para agradecerle por haberme dado la posibilidad de vivir”. No buscaba una madre, porque ya tiene madre: quería saber por qué, también si tiene hermanos. Lo publicó el 25 de abril y ella misma se desbordó con la repercusión de su búsqueda, que fue compartida 35.000 veces. Se le fue tan de las manos que tuvo que bajar a contarle a sus padres lo que había hecho: “Tenía miedo de que pensaran que yo buscaba porque no los quería pero me dijeron que siguiera buscando, que ellos me apoyaban”.
Sus padres le dijeron que siguiera buscando, "que ellos me apoyaban”.
Fueron las primeras líneas de su texto, sin embargo -la parte en la que contaba que la habían encontrado un 2 de octubre de 1998 en un tren en Retiro-, lo que le permitió sacar del mazo otra carta inesperada. El viernes 1 de mayo, seis días después de la publicación, Lucía leyó un mensaje cortito en medio del aluvión de respuestas de otras personas que también buscan familiares.
“Hola Lucía, somos Claudia y Claudio. Mi marido fue quien te encontró arriba del tren, este es mi número”. Lucía no quiso hacerse ilusiones pero bajó corriendo y le dijo a sus padres, que estaban mirando una película, que apagaran todo, que tenía algo para leerles. ¿Sería cierto? ¿Cómo les había llegado la publicación?
“Le escribí al whatsapp y enseguida me mandó una foto: soy yo a upa de él. Es mi primera foto acá, una semana después de que me encontraran”. Lucía se largó a llorar, también sus padres, también Claudia y Claudio, en San Miguel, donde viven.
“Eras muy chiquita”, repitió la mujer. Después le contó los detalles que le faltaban a la historia. “Ella trabajaba en la boletería de la estación y él era guarda. Ese día, Claudio estaba revisando los vagones y me encontró sentada en Primera Clase del lado de la ventana, yo tenía unas pinturitas. Llamó por radio a su mujer y le contó. Ellos estaban buscando tener hijos y creyeron que era algo así como una señal”.
Llamaron a la Policía y la llevaron al Argerich, donde se hicieron cargo de ella como si fueran sus padres. “Su deseo era tan grande que me veían como su hija. Me llamaron ‘Milagro’ y así me anotaron en el hospital, me cuidaron días y noches durante más de dos semanas, porque estuve internada hasta el 18 de octubre, Día de la Madre. Ella se acuerda bien de la fecha porque las enfermeras hicieron ramitos de flores secas para que los chicos se los regalaran a las madres. A mí me dieron uno para que se lo regalara a ella. En su casa todavía tienen colgada una foto donde están ellos dos con ese ramito”.
También se acuerdan de ese 18 de octubre porque fue el día en que la jueza les dijo que no podían seguir viéndola, que la beba iba a ir a un Hogar de Tránsito hasta tanto eligieran una familia anotada legalmente. “Se habían ilusionado tanto con la posibilidad de adoptarme que fue una puñalada, una angustia terrible, por eso habían ido a los medios: querían luchar por mí”. Les hicieron notas en canal 9, en canal 13 y fueron con su foto al programa de Lanata.
“A medida que íbamos hablando entendí lo que fui para ellos y lo duro que fue no saber nunca más nada de mí, ni siquiera sabían cómo me llamaba”. ¿Cómo les había llegado la búsqueda de Lucía? El hombre que iba a ser el padrino de la beba había leído la publicación y los había llamado llorando.
—¿Qué le dijiste a ella?
—Que les agradezco por haberme salvado, por haberme cuidado cuando estaba sola.
—¿Qué te contestó ella?
—Te quiero mucho, te quiero mucho, te quiero mucho.
Claudio le contó que la Policía había puesto carteles con la cara de la beba y un pedido de búsqueda en las estaciones, pero nadie la había reclamado. Nunca había habido, tampoco, una denuncia por lo que Lucía confirmó que nunca había estado perdida. También le dijo que el tren venía de Tucumán pero tenía paradas en Santiago del Estero, en Rosario, por lo que tal vez es tucumana, tal vez no.
“Si te gustan las empanadas capaz sos tucumana, si te gusta dormir la siesta, capaz sos santiagueña”, le dijo, y la hizo reír. Tal vez tampoco venía en Primera Clase y alguien la dejó ahí antes de bajar. Esa es ahora la pieza que le falta a la historia: saber quién la dejó, por qué, dónde nació, si tiene hermanos: la escena anterior al hallazgo.
Mientras la búsqueda de su origen biológico sigue su curso, Lucía ya tiene un plan para cuando termine la cuarentena: un asado en San Miguel junto a sus padres, su novio, el guarda, su mujer y las hijas que ellos también lograron tener después de que “la beba del tren” atravesara sus vidas.
1998 es el contexto de una historia mínima: una historia que comienza en el interior de un vagón de Primera Clase del ferrocarril Mitre, en la estación de trenes de Retiro.
Eran poco más de las 5 de la tarde cuando el guarda de un tren que había llegado a Buenos Aires desde Tucumán subió a la formación para dar una inspección final. Había sido un viaje de más de 20 horas y los pasajeros ya habían bajado, por eso tardó en entender lo que estaba pasando cuando la vio: en un asiento cualquiera de un vagón vacío, una beba de un poco más de un año jugaba sola.
“Estaba bien vestida, bien nutrida, el pelo bien cortado y tenía un muñequito. Creo que no lloraba”. Quien habla con Infobae es ella, “la beba del tren”, que no sabe como se llamaba en ese entonces pero que ahora se llama Lucía Gurevich y tiene, más o menos, 22 años. “Más o menos” porque su edad es un cálculo aproximado: en el hospital Argerich, a donde la llevaron cuando la encontraron, le hicieron la radiografía de la muñeca con la que se mide la edad ósea de un niño y estimaron que tenía 1 año y tres meses.
Detalles más, detalles menos, esa es toda la información que Lucía tenía hasta el viernes 1 de mayo. Pero la cuarentena -que para gran parte de la humanidad es “tiempo muerto”- le hizo espacio a sus preguntas y se convirtió en el momento de salir a buscar las piezas desconocidas de su historia. ¿Quién la dejó en el tren?, ¿por qué?, ¿estaba perdida o la habían abandonado?, ¿por qué el guarda que la encontró y su esposa habían llevado su foto a los medios?
Las primeras piezas del rompecabezas
La beba había aparecido en el tren el 2 de octubre de 1998 y fue adoptada por quienes hoy son sus padres en enero del año siguiente. Llegó a la casa en la que todavía viven juntos, en Capital, tres meses y tres días después del hallazgo.
“Crecí sabiendo que había sido adoptada, nunca fue un tabú ni un secreto”, cuenta Lucía, que hace poco se recibió de pastelera y está por arrancar el CBC para estudiar Nutrición en la Universidad de Buenos Aires. “Habían pasado muchos años buscando adoptar: me gustaba saber que llegué a sus vidas por el deseo enorme que tenían de ser padres”. "Me gustaba saber que llegué a sus vidas por el deseo enorme que tenían de ser padres”, cuenta sobre su adopción.
A diferencia de muchas novelas televisivas de los noventa en las que la adopción se ocultaba en el cajón de los “secretos de familia", Lucía creció sabiendo la verdad, aunque una verdad genérica, acorde a su edad. “La psicóloga les recomendó ir dándome detalles a medida que yo preguntara para no generar traumas con información que no pudiera procesar”, sigue. “Así que siempre supe que me habían encontrado pero nunca había preguntado quién, cómo, dónde”.
Tenía 16 años y ya había tenido varios episodios de enojo, llanto y encierro -quería buscar y no sabía qué- cuando sus padres le revelaron lo poco que decía su expediente flaco: que un empleado ferroviario la había encontrado en un tren un viernes de primavera pasadas las cinco de la tarde. Al contrario de lo que cualquiera podría imaginar de una adolescente, la nueva pieza del rompecabezas la serenó:
“Había sido abandonada pero abandonada entre comillas. Una cosa es que te dejen de noche en un descampado en invierno, pero si te dejan a plena luz del día en un lugar público es para que te encuentren. Yo siento que la persona que me dejó me estaba protegiendo de algo o de alguien”, dice Lucía.
Sus padres también le contaron lo que recordaban por fuera del expediente: que el guarda que la había encontrado y su esposa habían querido adoptarla pero una jueza lo había impedido y le había dado la adopción a ellos, que hacía dos años y medio estaban inscriptos legalmente para adoptar. Su mamá le habló del miedo que sintió de que se la sacaran cada vez que veía al guarda y a su esposa reclamando por la beba en la televisión.
Sin información para conocer el otro lado de la historia, Lucía sostuvo una mirada crítica. “Seguro lo hicieron de corazón, capaz no podían tener hijos y querían adoptarme pero creo que salir a decir ‘esta nena es mía, yo me la merezco, no era la forma”, contó ella a Infobae la semana pasada.
Lucía se había propuesto ir este año a Retiro a investigar, a ver si encontraba empleados que siguieran ahí 20 años después hasta dar con el hombre que la había encontrado. Pero, al igual que al resto del mundo, el aislamiento también puso sus planes en pausa. Sin embargo, la mirada de Lucía sobre el guarda del tren y su mujer cambió unas horas después de la charla con Infobae, cuando recibió un mensaje en su cuenta de Facebook.
Una búsqueda en cuarentena
Desde los 16 años hasta ahora, Lucía no había hecho más preguntas. “Lo pasado, pisado”, pensaba. Pero la cuarentena la obligó a la quietud, a tener tiempo para mirar hacia adentro y hacerse preguntas nuevas. Y fue así, después de leer la publicación de una chica que buscaba a un familiar en el grupo “Donde estás? (que ya tiene más de medio millón de miembros) que decidió contar su historia públicamente por primera vez.
Escribió que buscaba a su madre biológica “para agradecerle por haberme dado la posibilidad de vivir”. No buscaba una madre, porque ya tiene madre: quería saber por qué, también si tiene hermanos. Lo publicó el 25 de abril y ella misma se desbordó con la repercusión de su búsqueda, que fue compartida 35.000 veces. Se le fue tan de las manos que tuvo que bajar a contarle a sus padres lo que había hecho: “Tenía miedo de que pensaran que yo buscaba porque no los quería pero me dijeron que siguiera buscando, que ellos me apoyaban”.
Sus padres le dijeron que siguiera buscando, "que ellos me apoyaban”.
Fueron las primeras líneas de su texto, sin embargo -la parte en la que contaba que la habían encontrado un 2 de octubre de 1998 en un tren en Retiro-, lo que le permitió sacar del mazo otra carta inesperada. El viernes 1 de mayo, seis días después de la publicación, Lucía leyó un mensaje cortito en medio del aluvión de respuestas de otras personas que también buscan familiares.
“Hola Lucía, somos Claudia y Claudio. Mi marido fue quien te encontró arriba del tren, este es mi número”. Lucía no quiso hacerse ilusiones pero bajó corriendo y le dijo a sus padres, que estaban mirando una película, que apagaran todo, que tenía algo para leerles. ¿Sería cierto? ¿Cómo les había llegado la publicación?
“Le escribí al whatsapp y enseguida me mandó una foto: soy yo a upa de él. Es mi primera foto acá, una semana después de que me encontraran”. Lucía se largó a llorar, también sus padres, también Claudia y Claudio, en San Miguel, donde viven.
“Eras muy chiquita”, repitió la mujer. Después le contó los detalles que le faltaban a la historia. “Ella trabajaba en la boletería de la estación y él era guarda. Ese día, Claudio estaba revisando los vagones y me encontró sentada en Primera Clase del lado de la ventana, yo tenía unas pinturitas. Llamó por radio a su mujer y le contó. Ellos estaban buscando tener hijos y creyeron que era algo así como una señal”.
Llamaron a la Policía y la llevaron al Argerich, donde se hicieron cargo de ella como si fueran sus padres. “Su deseo era tan grande que me veían como su hija. Me llamaron ‘Milagro’ y así me anotaron en el hospital, me cuidaron días y noches durante más de dos semanas, porque estuve internada hasta el 18 de octubre, Día de la Madre. Ella se acuerda bien de la fecha porque las enfermeras hicieron ramitos de flores secas para que los chicos se los regalaran a las madres. A mí me dieron uno para que se lo regalara a ella. En su casa todavía tienen colgada una foto donde están ellos dos con ese ramito”.
También se acuerdan de ese 18 de octubre porque fue el día en que la jueza les dijo que no podían seguir viéndola, que la beba iba a ir a un Hogar de Tránsito hasta tanto eligieran una familia anotada legalmente. “Se habían ilusionado tanto con la posibilidad de adoptarme que fue una puñalada, una angustia terrible, por eso habían ido a los medios: querían luchar por mí”. Les hicieron notas en canal 9, en canal 13 y fueron con su foto al programa de Lanata.
“A medida que íbamos hablando entendí lo que fui para ellos y lo duro que fue no saber nunca más nada de mí, ni siquiera sabían cómo me llamaba”. ¿Cómo les había llegado la búsqueda de Lucía? El hombre que iba a ser el padrino de la beba había leído la publicación y los había llamado llorando.
—¿Qué le dijiste a ella?
—Que les agradezco por haberme salvado, por haberme cuidado cuando estaba sola.
—¿Qué te contestó ella?
—Te quiero mucho, te quiero mucho, te quiero mucho.
Claudio le contó que la Policía había puesto carteles con la cara de la beba y un pedido de búsqueda en las estaciones, pero nadie la había reclamado. Nunca había habido, tampoco, una denuncia por lo que Lucía confirmó que nunca había estado perdida. También le dijo que el tren venía de Tucumán pero tenía paradas en Santiago del Estero, en Rosario, por lo que tal vez es tucumana, tal vez no.
“Si te gustan las empanadas capaz sos tucumana, si te gusta dormir la siesta, capaz sos santiagueña”, le dijo, y la hizo reír. Tal vez tampoco venía en Primera Clase y alguien la dejó ahí antes de bajar. Esa es ahora la pieza que le falta a la historia: saber quién la dejó, por qué, dónde nació, si tiene hermanos: la escena anterior al hallazgo.
Mientras la búsqueda de su origen biológico sigue su curso, Lucía ya tiene un plan para cuando termine la cuarentena: un asado en San Miguel junto a sus padres, su novio, el guarda, su mujer y las hijas que ellos también lograron tener después de que “la beba del tren” atravesara sus vidas.
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