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La chica que planeó una oscura y brutal venganza

Todo ocurrió en el partido de Pilar. Había comenzado con una toma de rehenes.

Fue una historia de violencia de principio a fin. Fueron cinco meses de locura  y muerte en el partido de Pilar. Todo comenzó con la consumación de un plan para asaltar un banco, el más grande de la ciudad.

Después vinieron los tiroteos y, por último, una sangrienta venganza. En el medio, la mente criminal de una joven morocha de curvas exuberantes.

Se llama Jésica Vanesa Acevedo. Los que la conocieron, en el año 2010, contaron que tenía un cuerpo impactante, que pocos podían evitar mirar con asombro a esa muchacha que por entonces vivía en una casa de la calle Los Alerces 535, en la localidad de Manuel Alberti, partido de Pilar.

Jésica,supuestamente, sabía que su hermano integraba una banda de ladrones. Quizás tenía información sobre lo que unos seis jóvenes armados, posiblemente entre ellos su hermano Ezequiel Acevedo, hicieron el 22 de julio de 2010. En un auto Peugeot 206 fueron al centro de Pilar, estacionaron y bajaron con pistolas y escopetas en mano.

Era mediodía y, en plenas vacaciones de invierno, la esquina de Rivadavia y Tucumán estaba repleta de vecinos. En ese lugar funciona la sucursal del Banco Nación. El plan, que había sido puesto en práctica sin mayor organización, no cerraba por ningún lado. Nunca podía salir bien. A cincuenta metros está la comisaría, la Sub DDI y la Fiscalía local. Pensaban que había mucha plata en el banco, pero no tuvieron en cuenta que la zona estaba llena de policías.

En el interior de la sucursal había alrededor de 70 personas. A los gritos, los delincuentes irrumpieron y directamente fueron a las cajas y las vaciaron. Llenaron dos bolsas con billetes de todos los colores.

Entre las víctimas había mujeres, chicos, abuelos. Los policías de la comisaría 1° no lo podían creer, les estaban robando delante de ellos. El tiroteo no tardó en comenzar.

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Los delincuentes escaparon corriendo, perdieron una bolsa con plata, llegaron al auto y huyeron. Hubo heridos, pero leves. Todos escaparon, menos Josué Rodríguez Coronel, alias "El Chilenito" o "El Cheto", que tuvo que retroceder sobre sus pasos y entrar de nuevo al banco porque cuando salió, en la puerta ya había una decena de policías. El delincuente, por entonces de 20 años, tenía dos pistolas y decidió tomar rehenes. Eran muchos, casi 70, y entre los clientes había un policía de la Bonaerense. Sabía que no lo podría controlar mucho tiempo, por lo que lo liberó. El agente tuvo que salir, para evitar que mataran a un inocente. 

La toma de rehenes, una de las más impactantes de los últimos años, duró casi cinco horas. "El chilenito" obligó a los rehenes a hablar por televisión, para decir que estaban bien. Después él mismo tomó el teléfono e hizo escuchar sus propios reclamos a través de los canales de noticias. Era cuestión de tiempo: finalmente, luego de pedir por su mujer y su hija, se entregó a los negociadores del Grupo Halcón, quienes en las tensas horas le habían cumplido sólo un requerimiento: pizzas y gaseosas para todos.

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La investigación quedó en manos de policías de la Bonaerense y la causa en el despacho del juez federal de Campana Adrián González Charvay. Para la madrugada del 19 de noviembre de ese año, testimonios y cruces telefónicos habían logrado identificar a cada uno de los integrantes de la banda de asaltantes. Todos eran jóvenes, pero la mayoría con antecedentes pesados. Vivían en Del Viso y Alberti.

Se ordenaron varios allanamientos y siete capturas, entre los que figuraba Ezequiel, el hermano de Jésica. 

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Fueron detenidos "Keno", "El Rengo", "Pucho", "Klechu", "Jony" y "El Chueco". Pero Ezequiel no quería entregarse, salió a los tiros de su casa. Jésica vio cómo su hermano caía muerto en medio del enfrentamiento con la Policía.

Fue en la puerta de la casa de la calle Los Alerces y, según después declararían testigos, ella juró venganza ese mismo día.

Diego Osvaldo González también vivía en la zona. Andaba en un auto Chevrolet Astra bastante nuevo y, de acuerdo a lo que figura en el expediente, era uno de los amantes de Jésica. Ella lo llamaba y él la visitaba. Pasaban la noche juntos y después cada uno seguía con su vida.

A Jésica le contaron que Diego había tenido contacto con un policía de Pilar. Estaba convencida de que él había dado la lista con los nombres de los implicados en el violento asalto al Banco Nación. Cabe aclarar que, si aportó algún nombre a la causa, no quedó plasmado en el expediente. Los familiares de Diego sospechan que Jésica se confundió.

Lo cierto es que la joven ideó un plan criminal horroroso. Para ello convocó a dos amigos: Claudio Javier Vázquez y Diego González Cáceres.

Recién había comenzado el 14 de diciembre de 2010 cuando Diego recibió un mensaje de texto. Era Jésica que lo invitaba a ir a su casa, donde menos de un mes antes había muerto en el tiroteo su hermano Ezequiel. Diego estaba con un amigo, le contó que iba a ver a la chica. Lo dejó en Panamericana y tomó el camino que tanto conocía hacia Manuel Alberti. Estacionó el Chevrolet. Ella lo esperaba.

Horas después, los Bomberos de Pilar fueron llamados por un vecino de una zona descampada. Un auto se quemaba al costado de un camino oscuro. Cuando apagaron el fuego, encontraron los restos carbonizados de un hombre. La autopsia reveló el primer secreto: le habían aplicado 17 puñaladas en el cuello y en la nuca. También el médico informó que cuando la víctima aún respiraba, la habían quemado dentro del auto. 

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A partir de unos trozos de un pantalón pudieron identificarlo. Ahí los investigadores dieron con el amigo, que contó el encuentro con Jésica. Una vez más, la Policía llegó a la casa de la calle Los Alerces, donde encontraron restos de una cama quemada, ropas calcinadas y algunas manchas de sangre. El cruce telefónico, con el sistema VAIC, hizo el resto.

El Tribunal Oral 2 de San Isidro condenó a Jésica y a sus dos cómplices a perpetua. Pero ella guardaba otra sorpresa, desde la cárcel, con un teléfono celular, seguía amenazando a los familiares de víctima.