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La chance de Brasil

*Por Fernando Cardoso. Pasado el momento de euforia en Brasil por haber ingresado en el club de quienes toman las decisiones en el mundo -el Grupo de los Veinte (G-20)- ahora empiezan los dolores de cabeza y las indefiniciones creadas por la nueva situación. (El G-20 comenzó en 1999 como encuentro de los ministros de Hacienda de los países -entre ellos Brasil- de las economías más importantes).

Si a esto le sumamos los acontecimientos de la política interna, no son pocos los enigmas e incertidumbres que tenemos por delante.

Abre comillasNo teman lo que está surgiendo porque surgirá de cualquier modo y es mejor tener aliados que inventarse enemigoscierra comillas

El mundo se está reorganizando. El liderazgo estadounidense, con el presidente Barak Obama, evita la arrogancia y empieza a aceptar nuevas alianzas. Todavía ahora, al proclamar que la mejoría de la posición del grupo BRIC (países de economía emergente, formado por Brasil, Rusia, India y China) y de los demás emergentes no pone en peligro el predominio anglosajón, no lo dice como amenaza sino como consejo a los suyos: No teman lo que está surgiendo porque surgirá de cualquier modo y es mejor tener aliados que inventarse enemigos.

Ante los nuevos actores políticos del norte de Africa y del Medio Oriente, la actitud estadounidense está siendo marcada por un fomento a la democracia como hace tiempo no veíamos. Es demasiado pronto para saber hasta dónde llegará este aliento de idealismo pragmático y también hasta qué punto evolucionará la situación de los países que recientemente han tenido el ansia por la liberalización.

FUTURO INCIERTO

De cualquier forma, la situación internacional es distinta de aquella aterradora de la era del presidente estadounidense George W. Bush.

Esto no quiere decir que el futuro será mejor. Depende de muchas cosas. De que Estados Unidos supere la crisis financiera, pues el desempleo sigue siendo alto y el gasto público está descontrolado. De que Europa sea capaz de soportar las amarguras de una austeridad "germánica" sin romper la cohesión social producida por el modelo democrático y próspero soñado por la Unión Europea. De que China siga creciendo y le dé su ración de bienestar al pueblo. Pero abundan las dudas de que todo esto llegue a realizarse de la mejor manera.

¿Qué harán Estados Unidos y China, gigantes en comparación con las demás economías y Estados en expansión? ¿Jugar como un dueto gestor del mundo? ¿Habrá un Grupo de los Dos, con sus economías complementarias imponiendo sus intereses al conjunto del planeta? ¿Estados Unidos y Europa impondrán su predominio, como tratan de hacer ahora en la sucesión del Fondo Monetario Internacional? ¿Y nosotros qué hacemos en todo eso?

Las incertidumbres pesan y vuelven necesario adoptar una estrategia de convergencia interna y lucidez para organizar las alianzas internacionales. Dado el carácter de los intereses globales que ya bien unen, ya bien repelen las alianzas entre los Tres Grandes, es necesario que participemos en esa gran cena mundial sin ilusiones ideológicas y con mucha cohesión interna.

Para eso necesitamos una estrategia consensual de determinación política. Una estrategia consensual no es un "proyecto nacional", expresión que, en términos generales, significa que el Estado conduce al pueblo hacia unos objetivos definidos por un partido o un grupo de ideólogos. No es eso lo que necesitamos, sino un consenso arraigado en la sociedad sobre cuestiones decisivas, sin que suponga adhesión a gobiernos ni a oposiciones apaciguadas.

NUEVAS LIMITACIONES

Con la globalización, las condicionantes geográficas ya no nos limitan como ocurría en el pasado. No hay por qué ceñirnos a "Occidente", al hemisferio y ni siquiera a América del Sur. Pero tenemos otras condicionantes. La demografía nos impone desafíos con el crecimiento de la población adulta y anciana. Hay que crear empleos de calidad para sustentar ese tipo de población. Es cierto también que aprendemos a amar la libertad y a desear una sociedad con una participación creciente de todos en el bienestar y en las decisiones. Finalmente, son omnipresentes los imperativos de preservación del medioambiente y de la creación de una economía basada en energías de bajo consumo de carbón.

No nos ayuda, pues, soñar con el "estilo chino" de crecimiento, pues el afán de libertad y consumo impide tal proeza. Tampoco imaginar que la expansión económica basada en la exportación de minerales y productos alimenticios generará, por sí misma, la cantidad y calidad de valor agregado necesario para repartir mejor el pastel, que es lo que queremos.

Tampoco tiene sentido limitar nuestras alianzas a tal o cual grupo: Estas deberán hacerse con quien nos ofrezca ventajas de conocimiento (tecnológico, científico, organizativo) que permitan que nos apropiemos de lo mejor que hay en el mundo. Es imperativo innovar, no desistir de la industria; y ofrecer servicios en cantidad y de calidad en materia de salud, educación, transporte, finanzas, etcétera. Sacar provecho, pero ir ahí donde las mercancías nos permitan llegar.

Nuestro camino será el de la democracia. Esta no es un obstáculo. Es parte inseparable del desarrollo, como valor y como "método". Por eso es preciso aumentar la transparencia de las decisiones y debatir con el país los pasos decisivos para el futuro.

Es ahí donde fallamos en Brasil. Desde el gobierno del presidente Lula da Silva, al modo del autoritarismo militar, las decisiones fundamentales se han tomado sin debate en el Congreso Nacional y en el país.

Cuando el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff parecía dar pasos ciertos para ajustar la política internacional y empezaba a permitir que el debate sobre los grandes temas nacionales se desplazara del ámbito diminuto de las divergencias electorales, llegó de nuevo "su Maestro" (que prometió quedarse callado como ex presidente) y juega solo las cuestiones políticas en la vida cotidiana.

Así será difícil que una nación como Brasil, con tantas virtudes, pueda alcanzar la madurez que las condiciones materiales empezaban a hacer posible.