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La caída de los dioses

Por Hugo Beccacece* Como en las obras musicales, la historia de la humanidad no hace sino desarrollar y combinar tres o cuatro temas, siempre los mismos, a veces difíciles de reconocer, porque pueden adquirir, de acuerdo con las épocas y los países, tonos trágicos, melodramáticos pero también de comedia.

El prestigioso y premiado director esloveno Tomaz Pandur, que en 1994 deslumbró a Buenos Aires con su puesta de Sheherezade , ha presentado durante estos últimos meses en Madrid (aún está en cartel) La caída de los dioses , una producción escénica basada en la película homónima de Luchino Visconti, de 1969. En declaraciones que Pablo Gorlero transcribió en este diario el 28 de agosto, Pandur habló de la actualidad de ese film. Dijo que la trama de la película podría ocurrir hoy en Sarajevo, Beirut, Belgrado, Madrid o Berlín y que el fondo de esa serie de conjuras, engaños y crímenes es el mismo que subyace en Macbeth , Hamlet o Los Buddenbrook , de Thomas Mann.

Es cierto. Esa actualidad no sólo tiene que ver con las cuestiones familiares o existenciales, sino sobre todo con las políticas. El tema del poder y las alianzas que se tejen entre partidos, ideólogos de grandes causas, altos empresarios y quienes ejercen la conducción de un país sostenidos por seguidores encandilados por la superación de una crisis es lo que Visconti buscó denunciar con su obra; más aún, mostró cómo los triunfos parlamentarios obtenidos en forma democrática (ése fue el caso del nacionalsocialismo en la Alemania de 1930 y de 1932) permiten alcanzar en pocas jugadas, como en una partida de ajedrez, la suma del poder público.

Entre las variantes más cercanas de manipulación ideológica, pueden mencionarse las sucesivas intervenciones militares en Medio Oriente de los presidentes Bush, padre e hijo (petroleros), realizadas con una cobertura democrática que les permitió comprometer a varias naciones en guerras tan "justas" como sangrientas. Pero situaciones similares, como señala Pandur, naturalmente mucho menos cruentas, prosperan en todo el mundo y son a veces casi ignoradas porque no tienen trascendencia internacional; se limitan, en ocasiones, a anécdotas de corrupción y asuntos provincianos.

¿En quiénes se había inspirado Visconti cuando creó La caída de los dioses ... Durante los últimos años de la década de 1960, el director italiano estaba impresionado por el crecimiento en Italia de atentados y episodios violentos que involucraban a grupos de jóvenes de izquierda y de derecha, partidarios de métodos brutales como expresión de protesta y rebeldía.

Precisamente en 1969, cuando él preparaba su film, se fundaron las temibles Brigadas Rojas. Se le ocurrió entonces ilustrar ese presente con los horrores del pasado, es decir, del nazismo.
El guión de La caída... expone las etapas del proceso de instauración de una dictadura de acuerdo con una estructura casi atemporal. En un comienzo, reconocida la primacía de un movimiento político, los empresarios (industriales, terratenientes) se acercan a la cúpula del partido triunfante o del gobierno y se someten con fervor a sus exigencias. Eso crea en los mandatarios la impresión de que nada los detendrá y de que ese poder puede durar "mil años"; por lo tanto, aumentan sus exigencias sobre las fuerzas vivas de un modo extorsivo, devienen potentados, adquieren las costumbres y los ritos de una nueva aristocracia, en general más prepotente y grosera, hasta que, en plazos de corta o muy larga duración, terminan por estrellarse contra una realidad que no pueden controlar. En ese tramo final, el dictador ya no cuenta con el beneplácito de las fuerzas vivas que, de colaboradoras, pasan a ser víctimas y, olvidadas de la complicidad y el apoyo brindados, se convierten en oposición. Redimidas por ese arrepentimiento tardío, que no tiene que ver con la moral, sino con la economía, conspiran y apuestan a algún otro poder naciente, fuente de futuros beneficios.

Al principio, Visconti pensó contar la saga de su dinastía y de su círculo en la década de 1930, durante el auge del fascismo. Su madre, Carla Erba, pertenecía a una importante familia de industriales farmacológicos y su padre era el rico y aristocrático conde de Modrone, duque de Grazzano. Pero después prefirió narrar la evolución de un aristocrático e imaginario clan alemán, los Von Essenbeck. Para eso, se inspiró en dos estirpes históricas, los Von Krupp y los Von Thyssen Bornemisza. A comienzos de la década de 1920, el nazismo era un partido menor, pero algunos poderosos industriales lo sostenían con aportes regulares. Fritz von Thyssen lo hizo desde 1923 y después lo lamentó amargamente en su libro Yo pagué a Hitler , como señala el historiador William L. Shirer.

A partir de 1930, a medida que el nazismo iba cobrando importancia, se fueron sumando otros aportes: provenían de la I. GB. Farben, el cartel químico, de la industria del potasio y de los principales bancos. Casi hasta 1933, el rey de los fabricantes de armamentos, el barón Krupp von Bohlen und Halbach detestaba y despreciaba a Hitler, peor aún, no le daba un centavo. Por fin lo "descubrió"; como tantos, quedó hechizado por la retórica del líder, sus ideas "luminosas" sobre el destino de Alemania y la paz social que sabía imponer a bastonazos con las SA; es cierto que, a esas alturas, Hitler ya era el aspirante natural al cargo de canciller del Reich y oponérsele a alguien como él, que predicaba la necesidad del "espacio vital", es decir, la ampliación de las fronteras germanas, era una insensatez para un fabricante de cañones. Von Krupp también comenzó a alimentar las arcas del partido. Fue una conversión de último momento. Como todo converso, el barón se transformó en un fanático del Führer. En realidad, apoyaba casi a un socio, ya que hasta 1945 proveyó al Señor de la Guerra de las municiones y cañones que éste le encargaba... hasta que llegaron las derrotas.

Visconti comienza su film la noche en que se celebra el cumpleaños del viejo barón Joachim von Essenbeck, magnate de las armas, que odia a Hitler y, como Von Krupp, jamás le ha dado dinero. Después de que Günther, uno de los nietos, interpreta en violonchelo música de Bach en honor a su abuelo, Martin, otro nieto, hijo de un héroe de guerra muerto en el frente rinde su tributo, impúdico y vulgar, al anciano jefe de familia cantando "Kinder, heute abend, da Duch ich mir was aus", travestido de Marlene Dietrich en el papel de Lola-Lola, la promiscua cantante de El ángel azul . Esa misma noche, el patriarca es asesinado por el padre de Günther, que ha urdido una conjura con las SA. Así comienza la lucha por la dirección de las acerías. Martin, absolutamente desinteresado de los negocios hasta ese momento, se rebela contra el orden hipócrita que reina en su familia y, sobre todo, busca destruir a su madre, al amante nazi de ésta y a su tío. En el camino, abusa de una prima y de una niña judía, es cómplice de varios asesinatos, comete incesto con su madre, apadrina de modo siniestro el casamiento de ésta con su amante y de inmediato conmina a suicidarse a la flamante pareja, tras lo cual, vestido con el uniforme de las SS, se cuadra, brazo en alto, frente a los cadáveres de los recién casados. La última imagen del film es la del fuego de los hornos en la fábrica Von Essenbeck.
Visconti buscó mostrar en su obra cómo quienes habían tratado de utilizar al nazismo para satisfacer sus intereses habían sido destruidos por su propio engendro. El final tenía un sentido aleccionador. Los Von Essenbeck, los dioses a los que todo les estaba permitido, terminaban devorados por el nacionalsocialismo.

La realidad era otra y Visconti mismo alcanzó a verla. En el proceso de Nuremberg, el barón Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, inculpado como uno de los grandes criminales de guerra, no fue juzgado por su estado de deterioro mental y físico. En su lugar, un tribunal militar estadounidense juzgó al hijo, Alfred, miembro de las SS y encargado de dirigir la economía de guerra. Este fue condenado en 1948 a doce años de prisión y se le confiscaron todos sus bienes. En 1951, menos de tres años después, una amnistía lo puso en libertad; además, se le devolvió su fortuna personal y, apenas salió de la cárcel, volvió a dirigir su empresa. El hijo de Alfred, el verdadero modelo de Martin von Essenbeck (infinitamente más inocuo y superficial), era Arndt von Bohlen und Halbach. El muchacho que, como Martin, no estaba interesado en las finanzas ni en la industria, prefería viajar por el mundo junto a su amigo de turno. Según la biógrafa de Visconti, Laurence Schiffano, cuando se conmemoraron los 150 años de la empresa familiar, se presentó a la ceremonia principal con los ojos sombreados de rímel, las cejas depiladas y vestido a la última moda. A la muerte de Alfred, Arndt cedió sus acciones por una renta vitalicia fabulosamente alta y se dedicó a dar fiestas fastuosas, rodeado por un séquito de jóvenes apuestos. Murió en 1986, a los cuarenta y ocho años, de una enfermedad, en "un torbellino de strass y lentejuelas", como dice Schiffano.

La moraleja de la vida real fue muy distinta de la imaginada por el marxista Visconti. Los verdaderos dioses, guiados por el olfato de los intereses, no por las ideologías ni por las palabras, siempre terminan por triunfar. A veces, pueden perder el rumbo, resultar perjudicados durante un lapso, pero pronto retoman la dirección conveniente. Sólo deben tener la paciencia necesaria para esperar el derrumbe de quienes, en el fondo, sin saberlo, envueltos en un espejismo de poder, nunca dejaron de servirlos.