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La batalla por las ideas

*Por Iván Petrella. La Argentina se encuentra ante una encrucijada. Tenemos ante nosotros dos ejemplos de caminos a seguir. No son ejemplos lejanos. Son los caminos que han tomado nuestros vecinos.

Tenemos por un lado países que han consolidado la democracia republicana. Estos países respetan la división de poderes. El adversario político no es descalificado ni marginado por el mero hecho de pensar distinto. Estos países están entrando a la OECD (sigla en inglés de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), han logrado el grado de inversión y han firmado tratados de libre comercio con los centros de vanguardia comercial y tecnológica. Son naciones con un bajo riesgo país. Por su institucionalidad, su inserción en el mundo, la conducta y la capacitación de su clase dirigente se van pareciendo a las naciones del mundo desarrollado.

Por el otro lado, tenemos países de inclinación populista con una visión maniquea de la sociedad y del mundo. En estas naciones, el adversario político es enemigo y el debate por las políticas públicas se da en forma de presiones, insultos y agravios. Avasallan la división de poderes, intimidan a la prensa e ignoran decisiones judiciales. Son países de alta inflación y alto riesgo país. Sus gobernantes piensan que ellos, más que representar de manera transitoria y coyuntural la voluntad popular, la encarnan.

El camino que tomará la Argentina en la encrucijada se decidirá a corto plazo en las elecciones presidenciales de octubre. Pero a mediano y largo plazo, se decidirá por quien gane la batalla de las ideas. Esta batalla es la que definirá el futuro del país. Así de simple, así de importante.

La batalla de las ideas es la batalla por delimitar el "sentido común" de la sociedad, como bien expresó Raquel San Martín en este mismo diario. En la Argentina, la democracia republicana como visión de país parece estar perdiendo la batalla. Para quienes desean ese modelo es gravísimo, porque cuando se pierde la batalla de las ideas no se pierde sólo el debate particular por una u otra política pública. Lo que se pierde es la capacidad de fijar el marco de discusión, de delimitar el contexto ideológico y político dentro del cual se dan los debates. Los debates entonces se dan en territorio ajeno, con condiciones y reglas implícitas y casi invisibles que favorecen al otro y que luego se expresan en las conductas individuales y colectivas. Se pierde la capacidad de definir el sentido común.

¿Cómo sabemos que en la Argentina los debates se dan en un marco impuesto por el populismo maniqueo?

Un ejemplo surge del marco intelectual de la materia "Política y ciudadanía", que se dicta en los colegios de la provincia de Buenos Aires. No ya el contenido, sino el marco desde donde se piensa el contenido, está en sintonía con las ideas de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, dos teóricos que conciben la política como antagonismo y el consenso como autoritarismo. El curso especifica: "«Lo político» implica siempre el reconocimiento de una dimensión antagónica. La lucha es constituyente de la esfera pública y de lo social. La disputa, discusión y argumentación deben promocionarse frente a la creencia de que es posible alcanzar un consenso racional universal. La imposición de ese tipo de consensos se ha logrado frecuentemente mediante la violencia, ha sido punto de partida de fascismos y constituye una perspectiva autoritaria en democracia".

La política ciertamente tiene un elemento de competencia, pero también requiere la búsqueda de consensos. Reclama, mínimamente, un acuerdo sobre las reglas básicas de la contienda política, denigrado en este caso bajo el concepto de "consenso racional universal" y su asociación con el fascismo. Es comprensible entonces que algunos teman que se discuta el escrache y el piquete dentro de esta visión maniquea. Temen que se busque convalidar esos métodos como parte del legítimo accionar político.

El debate sobre la seguridad es otro ejemplo del ideario maniqueo. Según esta visión del mundo, los delincuentes son el resultado de una ley y un orden injustos. Son las verdaderas víctimas. Por eso los policías son siempre presuntamente culpables y los transgresores siempre inocentes.

Por eso el maniqueo se moviliza por los casos de gatillo fácil o abuso policial pero rara vez con la convicción necesaria por las víctimas de la delincuencia o por las causas de fondo que la generan, como por ejemplo el narcotráfico o la pobreza. Por eso, para esta manera de ver las cosas, el problema de la seguridad se soluciona de manera exclusiva y excluyente con una purga policial. Este marco deslegitima el rol de la policía y del Estado como protector de los derechos de la ciudadanía y garante del orden social. Dentro de este escenario es imposible discutir temas que se debaten en todas partes del mundo como los regímenes de excarcelación, la duración de penas o la edad de la imputabilidad, entre otras medidas.

La imposibilidad de discutir la implementación de políticas públicas que dan buen resultado entre nuestros vecinos es una consecuencia del maniqueísmo. En Brasil, por ejemplo, existe el ENEM como examen nacional para evaluar las escuelas secundarias. La información es divulgada por región, municipalidad y colegio. Las autoridades aseveran que la divulgación "funciona como un elemento movilizador a favor de la mejoría del proceso educativo, ya que ayuda a los profesores, directores y demás dirigentes educacionales a identificar las deficiencias".

En nuestro país ocurre lo contrario. El artículo 97 de la ley de educación establece que "la política de difusión de la información sobre los resultados de las evaluaciones resguardará la identidad de los institutos educativos, a fin de evitar cualquier tipo de estigmatización". El corolario es que cualquiera que piense que los padres de alumnos, y los alumnos mismos, tienen el derecho de saber si el colegio al que acuden es bueno, es culpable de estigmatizar al desfavorecido. La realidad es que el artículo, tal como está redactado, castiga a los más pobres, que carecen de información y de la alternativa del colegio privado.

Ni el Partido de los Trabajadores de Brasil, el Frente Amplio de Uruguay o el socialismo chileno creen que la política debe maximizar el conflicto, que el crimen es una reacción cuasi legítima ante sociedades injustas y que reconocer el buen desempeño escolar es la contraparte de la estigmatización. Resulta entonces que el maniqueísmo ha llevado a un desfase tal que la corriente política que hoy predomina en nuestro país estaría a la extrema izquierda de estos partidos.

Por eso, hoy a los partidarios de la democracia republicana no les alcanza con pensar mejor la coyuntura y definir un camino a largo plazo. Hay que poder poner el marco dentro del cual se piensa la coyuntura y se pensará el futuro; es decir, fijar el contexto intelectual dentro del cual se dan los debates de políticas públicas. Para eso se necesitan convicción y audacia -pues es preciso defender posturas que actualmente gozan de poco espacio en nuestro país (aunque no más allá de sus fronteras)-, recursos para contrarrestar el creciente número de medios maniqueos y grandeza para no reproducir a la inversa el maniqueísmo reinante. Se necesitan menos encuestas y más estadistas, dirigentes abiertos al diálogo amplio, dispuestos a dar la batalla por las ideas y jugarse por una visión republicana de la Argentina.