La batalla por la subsistencia
*Por Mario Fiore. Las alianzas de la UCR local y las maniobras desesperadas de Iglesias, son producto de una crisis nacional que lleva diez años.
Las endiabladas maniobras en las que está envuelto el radicalismo mendocino para fortalecer sus posibilidades de volver a gobernar la provincia, tienen un telón de fondo que es lo que las torna desesperadas: la crisis de la UCR nacional, que arrancó hace diez años cuando Fernando de la Rúa debió dejar el poder en medio de una hecatombe política, social y económica.
La debacle radical sigue vigente, no cesa. Ayer, el candidato a presidente Ricardo Alfonsín dirigió un mensaje a todo el comité nacional para reconocer lo que las urnas esquivas dijeron el domingo 14: "La crisis de 2001 está fresca".
En estos diez años, el radicalismo de Mendoza se blindó y se transformó en una isla dentro del partido nacional para poder retener el poder en 2003; se partió en dos cuando Julio Cobos se pasó al kirchnerismo, perdió las elecciones de 2007 producto de este cisma y se unificó trabajosamente dos años después para ganar las elecciones legislativas.
Pero el radicalismo provincial no pudo torcer, aunque dos de sus principales dirigentes (Roberto Iglesias y Ernesto Sanz) hayan conducido el partido, el destino de una fuerza nacional que porfía en repetir un libreto que no le ha dado resultados.
Intendentes como Víctor Fayad, que adelantó las elecciones municipales y se cortó solo para conservar su poder territorial o caciques como los de la zona Este y Godoy Cruz, que se arrepintieron a último momento de copiar la iniciativa del jefe comunal capitalino, son los mejores ejemplos de que la única estrategia que vale en el radicalismo -no sólo mendocino- es dar la batalla por la subsistencia porque el partido nacional sigue en mal estado de salud.
La UCR hoy gobierna sólo cuatro provincias y en dos de ellas lo hace alineado con el kirchnerismo: Río Negro y Santiago del Estero. En Corrientes no habrá elecciones de gobernador este año y en la cuarta, Catamarca, el radicalismo ya perdió con el peronismo.
Sólo pudo festejar un poco en Santa Fe, donde cogobierna con el socialismo, pero perdió feo en Capital Federal, Córdoba, Chubut, Salta, La Rioja y hasta cayó derrotado en Misiones, donde un radical es aliado del peronismo y fue reelecto.
Aunque Iglesias figure primero en las encuestas, sabe que está atado a la suerte de Alfonsín y su irremontable pelea en las urnas con Cristina Fernández, quien le sacó 38 puntos de diferencia hace dos semanas. Por eso trabaja contrarreloj en alianzas con otras fuerzas políticas y otros candidatos a presidente. Ya cerró con Elisa Carrió y está a punto de hacerlo con Eduardo Duhalde, pero se quedaría con las ganas de llevar también a Hermes Binner porque el socialismo y sus socios priorizarían un armado propio.
El alfonsinismo, que controla el partido a nivel nacional, se opone y es posible que no preste el consentimiento del apoderado del partido para refrendar las alquimias de Iglesias. Si esto sucede, será la Justicia Electoral la que resolverá.
Iglesias busca destrabar la encrucijada en la que quedó metido cuando el radicalismo nacional se quedó sin los dos socios con los que logró importantes victorias en 2009: el socialismo y la Coalición Cívica. Es que estuvo enfrascado en ganar a Alfredo Cornejo la batalla por la candidatura a gobernador mientras el partido a nivel nacional recorría caminos zigzagueantes.
Fue entonces que su chance como candidato quedó abrochada a lo que resolviera una interna de su propio partido entre Sanz y Alfonsín, que no se hizo y que abortó también la candidatura de Cobos. Para colmo, de los tres hombres fue erigido candidato aquél que menos atrae a los mendocinos: Alfonsín.
Con este panorama, la UCR local asistió a las primarias del 14 sabiendo que su candidato a diputado nacional, Enrique Vaquié, poco tenía que hacer frente al huracán kirchnerista y al ocurrente frente que el PD hizo con el puntano Alberto Rodríguez Saá.
Este escenario lleno de fantasmas es lo que por estas horas busca conjurar Iglesias.
Pero la situación de la UCR nacional es sólo la cara más visible de una crisis institucional de todo un país que se llevó puestos a los partidos políticos.
El bipartidismo que caracterizó durante 60 años a la cultura democrática argentina, aún en tiempos de proscripción del peronismo, abrió paso a espacios configurados en torno a liderazgos estrictamente personales, tanto en la oposición como en el oficialismo.
La pérdida de competitividad de la UCR dejó a vastos sectores de la sociedad sin referencia. Ni Mauricio Macri con el PRO, ni Cobos cuando armó el Confe, ni Carrió con su ARI-Coalición Cívica ni los hermanos Rodríguez Saá o Eduardo Duhalde, han podido elaborar una fuerza que pueda ocupar ese espacio que el radicalismo dejó vacante hace diez años.
Esto se vio con claridad el 14 de agosto, cuando quienes no quisieron votar al Gobierno tuvieron una oferta de 9 candidatos y los sufragios cayeron en diferentes canastas provocando una atomización.
Carlos Pagni, columnista de La Nación, escribió que el gran fracaso de la oposición ha sido renunciar a intervenir en la historia por esperar un liderazgo de un Mesías que no aparece, a que el Gobierno caiga por el peso de sus errores o que el PJ se fracture. Esta renuncia se traduce en la falta de un discurso propio que supere a las políticas del oficialismo.
Alfonsín, ayer, al reconocer que la crisis del radicalismo sigue vigente, se quejaba de que la gente no haya realizado la cuenta imaginaria que surge de comparar los 9 años de crecimiento económico y las soluciones -a su entender muy pobres- que el kirchnerismo ha ofrecido a los principales problemas del país.
Pero quizás el candidato radical esté errado y muchos de los que votaron por Cristina Fernández hayan hecho esa cuenta e igual hayan decidido apoyar al Gobierno porque no observaron en la oposición un partido que les pueda garantizar que las cosas se harán mejor.