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La batalla del relato

Por desgracia, parecería que cuando más comprometido se sienta un gobierno con su propio "relato", para emplear la palabra popularizada por los kirchneristas, más propenso será a tratar de borrar todos los demás.

Así las cosas, es en cierto modo lógico que sectores gubernamentales, con el apoyo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, hayan emprendido una ofensiva contra aquellos medios de difusión que, por los motivos que fueran, son reacios a hacer suyo el "relato" oficialista. Además de atacar verbalmente a periodistas determinados y de buscar la forma de dañar económicamente a empresas a su juicio hostiles, el gobierno ha puesto en marcha un programa, que la Sociedad Interamericana de Prensa califica de "colonización mediática", con el propósito de difundir mejor su interpretación particular tanto de la historia reciente del país como de su estado actual.

Aunque nadie pensaría en negarles a los kirchneristas el pleno derecho a procurar convencer a la ciudadanía de la superioridad intrínseca de sus ideas y sus iniciativas, resulta francamente escandaloso que para hacerlo se hayan, en efecto, apropiado de cantidades sustanciales del dinero aportado por todos los contribuyentes del país para financiar una red mediática paralela con la ayuda de empresarios habitualmente amigos del poder. También lo es que hayan hecho de Télam, un organismo en teoría autónomo, el equivalente periodístico del Indec, entregándolo a "militantes" kirchneristas para que lo usen para bombardear al público con su propia versión de los acontecimientos.

Lo que están haciendo los kirchneristas tiene muchos antecedentes nefastos. Casi todos los movimientos totalitarios que ha conocido el mundo han aspirado a controlar no sólo el comportamiento de quienes han gobernado sino también sus creencias y hasta sus pensamientos más íntimos. Aunque el gobierno de la presidenta Cristina dista de haberse aproximado a los extremos que alcanzaron las dictaduras de países como la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista –o de la China nominalmente comunista actual–, ya se ha alejado bastante de la mayoría de las democracias y existe el peligro de que sus partidarios, envalentonados por el triunfo electoral que se prevé, intensifiquen en los meses venideros su campaña cada vez más truculenta contra quienes no comparten todas sus opiniones.

Si bien hasta ahora no ha recurrido a la censura, ha obrado sistemáticamente para seducir a los dispuestos a colaborar con ellos invitándolos a disfrutar de los beneficios económicos de acercarse al poder –es desde hace años notorio que, cuando del reparto de la publicidad oficial se trata, la "lealtad" importa muchísimo más que el tiraje o el público lector de los distintos medios gráficos– y desaconsejar a los tentados a criticarlos señalándoles que verse ubicados en el campo opositor podría costarles mucho dinero.

Para la SIP, en este ámbito la Argentina kirchnerista integra, con la Venezuela de Hugo Chávez, Ecuador, Bolivia y Honduras, el grupo de países en que la prensa enfrenta "los mayores desafíos". En vista de lo que está ocurriendo en dichos Estados, no se trata de un honor. Por el contrario, constituye una advertencia alarmante de lo que podría aguardarnos en el corto plazo, aunque no necesariamente en el largo, ya que abundan los personajes que sencillamente no creen en la libertad de opinión, y ni hablar de la de expresión, que fantasean con reemplazar a los medios en su conjunto con otros que ellos mismos controlarían.

Como los peronistas de los años cuarenta, les es difícil distinguir entre Estado y gobierno, de suerte que a su entender la reivindicación del papel del Estado en la vida nacional les brinda el derecho a cuestionar la legitimidad de medios independientes porque forman parte del sector privado que, arguyen, es en última instancia incompatible con la democracia popular. Por ser la Argentina un país pluralista con tradiciones culturales muy vigorosas, es escasa la posibilidad de que el célebre "relato" kirchnerista termine mereciendo la aprobación entusiasta de más que una minoría, pero así y todo tendremos que prepararnos para nuevos intentos de "profundizar" esta vertiente de la extravagante revolución setentista que, según parece, ciertos oficialistas se creen destinados a encabezar.