La ausencia presidencial
Desde hace más de un mes, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner mantiene un perfil de corte reservado, alejada de la actividad y envuelta en silencio.
Desde hace más de un mes, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner mantiene un perfil de corte reservado, alejada de la actividad y envuelta en silencio. No ha hecho declaraciones públicas ni encabezado actos de significación. Hasta sus desplazamientos están marcados por un halo de suma discreción. En rigor, estuvo recluida por tres semanas, descansando y reponiéndose en su casa en El Calafate, donde pasó las fiestas navideñas y de fin de año.
Su última actividad pública fue el 19 de diciembre pasado, cuando encabezó el acto por el ascenso a teniente general de César Milani, tras haber participado el 10 de ese mes de los festejos por los 30 años de democracia, en la Plaza de Mayo, donde increíble y asombrosamente se puso a bailar ante las cámaras, mientras trágicos saqueos con su secuela de muertes se sucedían en buena parte del país.
Habiendo transcurrido ya más de tres meses desde que la jefa del Estado fue operada de un hematoma craneal, su importante labor aún no ha alcanzado un nivel de normalidad. Mientras tanto, se multiplican y acumulan sin resolverse serios problemas, entre los que se destacan la gravísima crisis energética; la acelerada espiral inflacionaria y el consecuente deterioro de los salarios; las protestas gremiales; el peso agobiante, ya insoportable, de la caprichosa multiplicidad de subsidios que ahoga a nuestra actividad productiva, y la preocupante y constante pérdida de divisas.
En ese complejo y grave panorama, el equipo de Gobierno se muestra dividido y actuando de modo poco coherente, lo cual no es de extrañar, desde el momento en que carece de conducción.
La pregunta es, entonces, cuánto tiempo más perdurará este estado de cosas. Pareciera que una circunstancia particular podría convertirse en una suerte de bisagra en el devenir inmediato de los acontecimientos. Nos referimos al próximo viaje de la presidenta a La Habana, para asistir allí a la cumbre del Centro de Estudios para América latina y el Caribe (Celac). El Celac, recordemos, es el mecanismo regional por el cual se permite a Cuba, país que está en las antípodas de la democracia, que no respeta los derechos humanos ni las libertades esenciales de sus ciudadanos, un diálogo absolutamente igualitario con el resto de los Estados de la región, como si las "cláusulas democráticas" le fueran inaplicables.
Habrá que ver qué suerte corre ese encuentro teniendo en cuenta que la reunión del Mercosur, por realizarse en Caracas y programada para que tuviera lugar inmediatamente después de la del Celac, acaba de sufrir una nueva postergación por "problemas de agenda" de los jefes de Estado. Ya Cristina Kirchner había pedido una postergación. En esta oportunidad, el reclamo fue hecho por la mandataria de Brasil, Dilma Rousseff.
Nuestra presidenta acaba de mantener dos reuniones sobre estos viajes con el canciller, Héctor Timerman, y con el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli. El viaje a La Habana podría ser el comienzo de su regreso a la normalidad operativa. Sin embargo, las preocupaciones crecen cuando, por la reciente operación de su madre, la Presidenta suma ahora un problema de salud familiar sin que la ciudadanía tenga por lo menos una señal clara sobre cómo y cuándo se reintegrará en forma completa al manejo de sus altas responsabilidades. Mientras, una usina de rumores alimenta sospechas sobre la salud de la primera mandataria, las que no ayudan a proyectar la cuota necesaria de serenidad que requieren las difíciles circunstancias actuales. Desde estas columnas, hacemos votos para que ocurra ese pronto retorno a la normalidad en el ejercicio de la función presidencial, que hoy la Nación toda requiere.