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La Argentina memoriosa

Treinta y seis años después de la última dictadura cívico-miliar en la Argentina, el tema de la memoria vuelve a escena.

A esta altura resulta sabido que tanto los individuos como los grupos necesitan conocer su pasado, puesto que la conformación de su propia identidad depende de ello. No existe pueblo o comunidad de individuos sin memoria común, recuerdos compartidos e hitos referenciales. De hecho, para reconocerse como tal, el grupo suele elegir un conjunto de logros y hasta de persecuciones pasadas que permitan su identificación y cohesión.

Uno de los caminos para lograrlo consiste en "territorializar" la memoria, lo cual se produce a través de la construcción de memoriales, museos y monumentos. O simplemente delimitando un espacio físico en el que ocurrió algo clave en la historia de un colectivo.

Los monumentos permiten a los pueblos vincular lo simbólico con la tierra y, así, "historizarse" y encarnarse, con la ayuda de otros, en un cuerpo que no sea el suyo. Fue ésa la idea que motorizó en nuestro país la creación del Museo de la Memoria en el predio donde funcionara la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

En 1998 el ex presidente Carlos Menem dispuso trasladar la ESMA a Puerto Belgrano, dinamitar el edificio histórico y erigir en ese espacio un monumento a la unidad nacional. Pero las víctimas de la represión ilegal recurrieron a la Justicia y un juez federal declaró la inconstitucionalidad del decreto. Luego, en el año 2000, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires votó una ley por la cual resolvió crear allí un museo de la memoria

Tzvetan Todorov afirma que el uso de la memoria plantea dos riesgos puntuales: la sacralización de los hechos, por un lado, o bien su generalización, por el otro. La primera operación exige colocar el objeto del recuerdo en relación con otros sucesos, para de ese modo destacar su posición única, exclusiva y singular en la historia. La generalización, en cambio, consiste en solapar el pasado con el presente, asimilar pura y simplemente unos hechos con otros, pretendiendo encontrar entre aquéllos simetrías inexistentes.

En materia de genocidios y de crímenes contra la humanidad suelen darse estas dos formas de recordar. ¿Pero cómo superarlas y encontrar una base objetiva de análisis? En este punto, afirma, es donde debe comprometerse el trabajo de la memoria para superar tanto el exclusivismo victimológico como el transitar irreflexivamente de un caso particular a otro con la esperanza de encontrar alguna continuidad o parecido.

Para ello, deben evaluarse los hechos desde una perspectiva que se dirija desde lo particular a lo universal, teniendo como referencias precisas los principios de justicia, las reglas morales y los ideales políticos, para así reexaminar y criticar con ayuda de argumentos racionales.

Un interrogante plantea, no obstante, las llamadas "políticas de la memoria". Es decir aquellas disposiciones que remiten a cuáles son los límites de la materia a recordar y a través de qué medios y modalidades se habrá de fomentar su difusión hacia el futuro.

En este campo es Slavoj Zizek quien advierte que la imposición en el sentido común de una determinada verdad histórica puede constituir, simultáneamente, el vehículo más efectivo para su negación, puesto que el evento a recordar se externaliza hasta un punto tal que el individuo se siente relevado de acusar su impacto.

Toma como ejemplo al Holocausto y manifiesta que "la legalización del estatus intocable del Holocausto es, en cierto sentido, la versión más refinada y perversa de la negación del Holocausto. Aun cuando admiten plenamente los hechos del Holocausto, tales leyes neutralizan su eficacia simbólica. Con ellas la memoria se externaliza, de modo que el individuo se ve eximido de su impacto (....) Es que a veces la admisión expresa de un crimen puede ser el modo más eficaz de eludir la responsabilidad".

Entre tanto, ya sea como producto de la política oficial o bien de la necesidad colectiva de dar lugar a las narrativas acerca del dramático pasado transcurrido, lo cierto es que la memoria se crea y se recrea en la Argentina posdictatorial. No es para menos, sobre todo luego de que uno de los dictadores realizara, semanas atrás, una franca apología del terrorismo de Estado en nuestro país.