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La Argentina en el espejo de Italia

* Por Torcuato di Tella. El canciller italiano, Franco Frattini, viaja a la Argentina, incluyendo sólo a Estados Unidos en su itinerario, en el marco de lo que se ha dado en llamar el "relanzamiento" de las relaciones entre nuestros dos países.

En realidad, esas relaciones siempre han sido muy sólidas, con sus altibajos como en toda relación familiar, y se van a reforzar con la invitación que el presidente italiano, Giorgio Napolitano, le ha hecho a la presidenta Cristina Kirchner para que esté presente en la fiesta nacional del 2 de junio. Esta tiene particular relieve porque este año se celebra el sesquicentenario de la Unidad de Italia, ocurrida casi al mismo tiempo que la nuestra. En esa ocasión, se incluirán entrevistas con empresarios, sindicalistas y personalidades de la política y la cultura, además de proyectos de inversiones italianas y el fortalecimiento de los intercambios comerciales, que ya serán planteados en esta visita del ministro Frattini.

Claro que las relaciones han existido desde tiempos inmemoriales entre esa Italia transoceánica que somos nosotros y esa Argentina del otro lado del Mediterráneo que es Italia. No me gusta apelar a la sangre, pero la sangre -en otras palabras, la familia- existe. Y como parientes que somos, hemos tenido experiencias políticas y culturales con algunas convergencias.

Cuando mi tío Giuseppe le escribía a mi padre en 1938, se refería, obviamente preocupado, a " questa poveretta Europa". Y realmente poveretta , en manos de criminales de las más diversas layas, y también de políticos con poco sentido de la responsabilidad. Pero al final salieron y salimos de los horrores de la dictadura fascista, de las varias que hemos tenido, por no hablar de los de la guerra. Los italianos salieron con un sistema pluralista, con fuertes antagonismos internos, pero con dirigentes políticos que algo habían aprendido del pasado y que con todas sus limitaciones, sus aciertos y sus errores, fueron construyendo un sistema que está entre los que mejor calidad de vida ofrecen a sus ciudadanos.

Las exasperantes crisis por las que pasaban los gobiernos italianos de posguerra al final se resolvían, con paciencia, con "muñeca", con negociaciones de todo tipo, y con bastante humildad, en última instancia. Porque tener una vocación política en aquellos tiempos -en el gobierno o en la oposición- exigía dejar jirones de la propia personalidad y de la propia imagen en el camino.

Yo conocí la Italia de 1947, y la verdad es que, a pesar de su siempre existente belleza, me partió el corazón. Y para salir de esa pesadilla se necesitaron recursos materiales y espirituales de todo tipo, que son los que al final permitieron una recuperación tildada de "milagrosa", pero que no tuvo nada de milagrosa. Y si nosotros logramos consolidar la nuestra, ella tampoco será resultado de un milagro, sino de esfuerzo y de dureza en la piel, tanto, por supuesto, en el gobierno como en la oposición.

La recuperación italiana fue golpeada por el desorientado entusiasmo "juvenil" (en todos los sentidos de la palabra) de las agitaciones del 68, que al final desembocaron en la violencia de las brigadas rojas y de las negras. Pero también esa crisis se superó, a pesar de las dificultades creadas por un sistema excesivamente parlamentario y un espinel partidario muy fragmentado. Ante esa nueva crisis, el sistema volvió a reaccionar, generando un bipartidismo más sólido y un liderazgo con más vocación ejecutivista, primero en una versión de izquierda, y luego en otra más orientada hacia la centroderecha. Y en la centroizquierda se dio el imposible.
Los clásicos antagonistas de las décadas de posguerra, los democristianos y los comunistas, rotos en pedazos, al final unieron lo que quedaba en una conjunción de centroizquierda. Esto puede parecer casi tan extraño como lo sería en la Argentina una coalición entre los peronistas y los radicales. Pero en Italia ocurrió.

Para entender cómo funciona un sistema político, y aprender de ello, hay que tomar una perspectiva que me atrevo a llamar filosófica, superando las anécdotas y las pequeñas miserias humanas. Ya es tiempo de que nos demos cuenta de que somos parte de una misma familia. O, mejor dicho, de una de las que tenemos, porque la otra es la de los vecinos, más cercanos o lejanos, de nuestro propio continente. Es que las familias se van ampliando, pero quien no recuerda y no venera sus lazos familiares está condenado a uno de los tantos círculos infernales que lo desvelaban al Dante, cuando se dio cuenta de que " la diritta via era smarrita ". Pero si logró verla a Beatrice en el Paraíso será porque al final encontró la recta vía. ¿Y por qué no nosotros?