La apertura a la participación política
En el seno de los partidos políticos se han desnudado con desparpajo, no sólo las fricciones intestinas sino la falta de vocación por la verdadera apertura democrática. Nada invita a la participación, todo se ciñe a las viejas estructuras tradicionales.
Desde los tiempos del Que se Vayan Todos, cualquier intento de reforma político-electoral, tanto de las agrupaciones empresariales (la Agenda de los Mendocinos) como la agrupación de decenas de ONG (Cambiemos la Política) terminó irremediablemente en el archivo en la Legislatura, empujadas al olvido por las dirigencias partidarias. Esto explica también el eterno fracaso de todo intento por instrumentar en las elecciones -internas o generales- el voto electrónico o la boleta única para todos los postulantes.
Es atendible que las dirigencias de la política tradicional, miren para otro lado ante estos avances de la modernidad democrática: la pantalla del voto electrónico o la lista única, pone en manos del vecino elector la posibilidad de contrarrestar la lista sábana, clásico instrumento de las viejas estructuras partidarias para mantener el dominio de territorio y aparato.
Esto explica además, la razón por la cual la política local ha eludido debatir y tomar posición respecto de la Ley Nacional que discutió el Congreso para proponer internas abiertas, obligatorias y simultáneas a todos los partidos políticos, incluyendo reglas para el control de la financiación de las campañas y la duración de sus procesos publicitarios.
No es extraña la indiferencia popular por los procesos democráticos internos. Imperan los acuerdos de cúpulas partidarias -por lo general sin renovación y protagonizadas por veteranos de la gestión política- que no disimulan el principalísimo objetivo de evitar las elecciones internas abiertas a afiliados y a independientes.
Y en aquellos casos en que no se pudo evitar la competencia de propuestas y candidatos, las internas se advierten descaradamente enclaustradas por los aparatos partidarios, centrales y de los municipios. En el caso del partido que es gobierno -en el Ejecutivo provincial o en las intendencias- la vocación de discutir una interna al poder consolidado en esa estructura administrativa, suena poco menos que a quimera imposible porque el aparato instrumenta el peso del cargo público, recursos fiscales, planes de asistencia, dádivas, manejo del "punterismo" capacidad de movilización y hasta formas de apriete.
Movilización y recursos al servicio de la permanencia, de la continuidad, sutiles maneras de evitar la alternancia y de prevenirse de la rendición de cuentas: Re-Re en las intendencias, representantes del grupo de poder oficial en la fórmula provincial. Todas, maneras de neutralizar la intromisión de los que vienen de afuera del aparato, con la pretensión de terciar en planes y protagonistas.
Lo de la "apertura" a otras vertientes de afiliados o a los independientes, es meramente formal: en los hechos se da una coraza para el continuismo de los dueños del partido o del poder municipal, que hasta incluye sucesiones familiares. Y si el acuerdo de la dirigencia para evitar la interna incluye la reelección de los intendentes o sus familias, la clausura a la participación "externa" es poco menos que inviolable.
Es explicable que el que accede al sillón del poder -partidario, municipal o provincial- se preocupe por permanecer eludiendo la alternancia: el continuismo garantiza la permanencia y después, la impunidad.
Esto sin perjuicio de insistir en la participación en la vida partidaria, en el conocimiento y selección de proyectos y protagonistas, en los resquicios que deja el enclaustramiento actual. Es esencial persistir en la exigencia de las reformas político-electorales que han sido debatidas desde los tiempos de la crisis política 2002-2003.
La respuesta a las mañas de la vieja política, es el compromiso militante, para abrir los partidos y las reglas de juego a una verdadera participación popular. Es urgente, porque afuera -sobre todo en las nuevas generaciones- crece la indiferencia, particularmente peligrosos para la verdadera democracia.