La amenaza iraní
Que muchos hayan reaccionado con escepticismo frente a la denuncia formulada por el gobierno de Estados Unidos, según la que el régimen iraní planeaba aliarse con narcotraficantes mexicanos para cometer atentados en Washington contra las embajadas de Israel y Arabia Saudita, tratándola como una mera maniobra política, es sin duda comprensible.
Lo es porque todos entienden que, de resultar cierta la denuncia –y costaría creer que la administración del presidente Barack Obama se arriesgaría inventando los detalles que acaban de hacerse públicos–, el conflicto entre Estados Unidos y la República Islámica ha entrado en una fase sumamente peligrosa.
Por los mismos motivos, voceros de nuestro gobierno han preferido minimizar la importancia de la advertencia de funcionarios norteamericanos de que terroristas al servicio de la temida Guardia Republicana iraní, la organización más poderosa del país, preparaban un nuevo atentado contra la embajada israelí en Buenos Aires y otro contra la saudita. Puesto que no estamos en condiciones de hacer mucho más que confiar en que tarde o temprano los acusados de ser los autores intelectuales de los ataques contra la embajada de Israel en marzo de 1992 y la sede de la AMIA en julio de 1994 acepten rendir cuentas ante la Justicia, es muy fuerte la tentación de actuar como si los responsables fueran terroristas sin vínculos con un gobierno extranjero.
No exageran aquellos norteamericanos que afirman que el presunto propósito de integrantes de la dictadura teocrática iraní de llevar a cabo atentados en Estados Unidos equivale a una declaración de guerra ante la cual su gobierno no podrá permanecer indiferente. Así, pues, luego de informar al mundo de la conspiración que, conforme al fiscal general Eric Holder, fue desbaratada por la DEA y el FBI, Estados Unidos ya no tiene más alternativa que la de emprender medidas punitorias, puesto que de lo contrario parecerá incapaz de defenderse contra la agresión iraní. Por lo pronto, sólo se ha hablado de eventuales sanciones diplomáticas y económicas, pero por ser limitado el poder norteamericano en dichos ámbitos porque se rompieron formalmente las relaciones con Irán hace varias décadas, no es posible excluir la posibilidad de represalias netamente militares.
En todos los países occidentales es muy fuerte la resistencia a tomar en serio las amenazas planteadas tanto por Irán como por una multitud de organizaciones islamistas. Muchos quieren convencerse de que la retórica que habitualmente emplean es para el consumo interno y por lo tanto no refleja sus intenciones reales porque son conscientes de que sería muy injusto estigmatizar a todos los musulmanes y también porque están dispuestos a ir a virtualmente cualquier extremo para impedir que las tensiones existentes terminen provocando una conflagración bélica en gran escala.
Puede que la estrategia elegida haya contribuido a aplacar a los musulmanes que viven en Europa y en diversos países de América, pero no parece haber ayudado a modificar la actitud de los islamistas más fanatizados de Somalia, Nigeria, Pakistán, Afganistán y, desde luego, Irán. Antes bien, el hacerles pensar que, a pesar de su inmenso poderío bélico, los norteamericanos y europeos son tan débiles que se han resignado de antemano a la derrota, ha servido para envalentonarlos todavía más, de ahí la ofensiva de los talibanes, el caos creciente en Pakistán y la continuación del programa nuclear iraní.
Para los gobiernos occidentales, en especial el norteamericano, es fundamental saber si los islamistas hablan en serio cuando se afirman resueltos a impulsar la guerra santa por todos los medios posibles o si sólo se trata de amenazas huecas. En las décadas últimas todos los gobiernos, incluyendo los del presidente George W. Bush y el primer ministro británico Tony Blair, han actuado como si a su entender el islamismo fuera un fenómeno tan minoritario y pasajero que dejaría de plantear un peligro en cuanto la mayoría abrumadora de los musulmanes se diera cuenta de la buena voluntad occidental. Por desgracia, los iraníes que están detrás de la conspiración que fue denunciada por el gobierno norteamericano el martes pasado no parecen tener ninguna intención de asumir una postura más pacífica. Sin embargo, a menos que lo hagan muy pronto, podríamos estar en vísperas de una nueva guerra en el Oriente Medio.