La agonía del chavismo
* Por James Neilson. Enfermo. Tras el cáncer que le detectaron al líder venezolano se abren los interrogantes sobre el futuro de la región.
Hasta las décadas finales del siglo pasado, millones de personas tomaban tan en serio las ideologías políticas que estaban dispuestas a cometer en su nombre crímenes aberrantes. Pero entonces los credos cuasi religiosos, como el marxismo-leninismo, dejaron de convencer. Los reemplazaron sucedáneos rudimentarios hechos de relatos, imágenes, alusiones a utopías por venir en que pocos creían de verdad pero que por lo menos servían para que los comprometidos se sintieran soldados de una causa digna.
En esta categoría se encuentra la "revolución bolivariana" de Hugo Chávez. Es una telenovela caribeña llena de episodios desopilantes y discursos ampulosos. Aunque por fortuna esta "revolución" postiza no ha sido tan cruenta como las originales que han conllevado la muerte de al menos cien millones de personas, en ocasiones se ha acercado a la realidad con consecuencias muy ingratas; ataques antisemitas, despojos, la persecución de quienes se niegan a aplaudirla, la ayuda brindada a narcotraficantes colombianos, una alianza con fanáticos religiosos iraníes que aun podría involucrar a la región en una guerra sin cuartel.
Pese a sus ribetes grotescos, al estrenarse, la "revolución bolivariana" cautivó a millones de latinoamericanos, comenzando con una proporción nada desdeñable de los venezolanos, e incluso a ciertos intelectuales europeos y norteamericanos. Si bien nos tiene reservados algunos capítulos más, está acercándose a su fin. Sin su protagonista, el comandante, cantante, bailarín, anfitrión televisivo y orador incansable Chávez, flagelo de los yanquis en todos los foros internacionales a los que asiste y amigo predilecto de cuanto dictador haya en el mundo, la revolución no tiene futuro por ser cuestión de una empresa personal, una manifestación a menudo esperpéntica de la megalomanía de un hombre que, según parece, se imagina destinado a cambiar la historia universal.
Cuando a mediados de junio se difundió la noticia de que Chávez padece cáncer, pocos dudaron que el chavismo tenía los días contados. Aun antes de que el comandante fuera operado en Cuba, donde le extirparon un tumor "casi como una pelota de béisbol", el show que se había montado en torno a su figura dejaba de interesar al público latinoamericano. Una señal de los tiempos que corren fue la actitud asumida por el presidente electo de Perú, Ollanta Humala. Entendió que para triunfar en el ballottage sobre Keiko, la hija de Alberto Fujimori, no le convendría en absoluto que los votantes lo tomaran por un seguidor de Chávez, de suerte que se afirmó admirador del brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva, un león izquierdista que, para alivio de buena parte del resto del planeta, luego de alcanzar el poder resultó ser herbívoro.
Parecería que hablaba en serio y que, como Alan García cinco años antes, el próximo presidente del Perú ha llegado a la conclusión de que una cosa son las recetas económicas que fascinan a los intelectuales contestatarios y otra muy distinta las apropiadas para el país que le tocará gobernar. Desde su triunfo electoral, Humala viaja por la región informando a sus interlocutores que no se propone ser una copia peruana de su vecino, el chavista boliviano Evo Morales.
Mal que le pese a Chávez, un hombre de pretensiones ideológicas, cuando no filosóficas, terminará en la memoria como un caudillo populista extravagante, parecido a su modo a tantos otros que han pasado por tierras latinoamericanas. Puesto que el populismo se manifiesta a través de la adhesión incondicional de los "excluidos" y los resentidos un personaje determinado, ya que no les interesan las ideas, dejará tras él en Venezuela un enorme vacío. Sin Chávez, el chavismo, el movimiento que a partir de las elecciones de 1998 domina la política de su país y que, merced a una caja repleta de petrodólares, ha conseguido establecer focos en otras partes de la región, podría desinflarse en un lapso asombrosamente breve.
En Venezuela, las perspectivas frente al chavismo son sombrías. Como no pudo ser de otra manera, el desconcierto se ha apoderado de quienes han hecho de su lealtad para con el inventor del "socialismo del siglo XXI" la razón de su vida. Nunca habían pensado en la posibilidad de que Chávez, de sólo 56 años, muera pronto o que quede tan debilitado por la enfermedad que no pueda seguir en su puesto. También se siente desorientada la oposición. Aglutinada por la hostilidad compartida, si Chávez desaparece corre el riesgo de dividirse en una multitud de fragmentos irreconciliables que se concentren en sus disputas internas. No sería la primera vez que algo así ocurriera en América Latina, una región en la que los caudillos populistas exitosos siempre se las arreglan para socavar instituciones ya raquíticas cuya mera existencia les molesta. El sistema político argentino aún dista de haberse recuperado de los choques que le asestó Juan Domingo Perón.
Antes de caer enfermo, Chávez insistía en que continuaría gobernando Venezuela "hasta el año 2031": suponía que necesitaría por lo menos 20 años más para terminar su obra. Aunque colaboradores como el ministro de Finanzas, Jorge Giordani aseguran que Chávez "estará presente... por muchísimos años más", temen que no estará en condiciones de participar de las elecciones presidenciales previstas para el 2 de diciembre del año que viene. En tal caso, el movimiento que lidera no tendría nadie dotado del carisma preciso para tomar su lugar. Como otros mandatarios de sus características, Chávez siempre ha mantenido a raya a personas que a su juicio resultarían ser demasiado ambiciosas o talentosas. Por lo tanto, el movimiento "bolivariano" no cuenta con otros precandidatos capaces de entusiasmar a las bases. Ni siquiera tiene a mano a una versión venezolana de Daniel Scioli.
Chávez se sabe imprescindible: el que se haya resistido varias semanas a delegar algunos poderes, prefiriendo intentar telegobernar Venezuela desde la cama de una clínica en Cuba en que se sometía a tratamientos médicos, fue su forma de recordarles a sus partidarios de que les sería inútil fantasear con heredar una fortuna política que tiene un solo dueño. En cambio, su hermano mayor, Adán Chávez, no parece entender que Chávez es el chavismo; al enterarse del estado precario de salud del jefe, el hombre, que se desempeña como gobernador del estado de Barinas, amenazó a los opositores advirtiéndoles que la revolución nació "por la vía electoral" pero que para defenderla contra sus enemigos que están al acecho "no podemos olvidar, como auténticos revolucionarios, otros métodos de lucha". Por fortuna, parecería que escasean los chavistas dispuestos a arriesgarse en una aventura desesperada que les costaría muy caro.
E l populismo es un analgésico que hace más tolerable la miseria, de ahí la paradoja de que quienes son más fieles al líder providencial que lo representa casi siempre estén entre los más perjudicados por las barbaridades económicas que comete. En Venezuela, donde la tasa de inflación oficial se acerca al 30 por ciento anual y el precio de los alimentos aumenta día tras día a un ritmo aún más frenético, los pobres que conforman el grueso de la clientela electoral de Chávez siguen esperando a que les lleguen los beneficios del "modelo" socialista. A pesar de los ingresos fabulosos proporcionados por el petróleo –en la primera mitad del corriente año alcanzaron 43.000 millones de dólares– la gestión de Chávez, como las de tantos otros presidentes venezolanos, ha sido desastrosa: además de u asa de inflación que compite para ser la más alta del mundo, el país también sufre una crisis energética con apagones frecuentes, el desabastecimiento de bienes considerados esenciales, el aumento espectacular del endeudamiento y una serie de otros males.
A diferencia de lo que sucede en Europa o los Estados Unidos, donde un retroceso económico leve puede ser más que suficiente como para hundir a un gobierno, en América Latina un populista astuto sabrá salir ileso de una catástrofe inverosímil porque "la política de la identidad" importa mucho más que los tristes datos concretos. Gracias al encanto de su relato, el comandante ha podido soportar los costos políticos resultantes sin dificultades excesivas.
Con tal que supere la enfermedad que lo está atacando, pues, Chávez podría conservar el apoyo de un sector significante de la población venezolana, pero en otros países de la región la mayoría lo desprecia. Si bien su voluntad de colmar de insultos pintorescos a dirigentes norteamericanos le ha merecido la aprobación de algunos, por lo común solo lo apoyan agitadores marginales y quienes dependen de su largueza. Entre estos últimos, los más destacados son los hermanos Castro. Para la dictadura cubana, la muerte prematura de Chávez, y con él la de su movimiento, constituiría un revés plenamente equiparable con el que les supuso el hundimiento del imperio soviético. Por ser tan primitiva la economía cubana que incluso el presidente Raúl Castro se ha habituado a proclamarse escandalizado por sus muchas deficiencias, perder los 100,000 barriles de petróleo que Chávez les manda todos los días, además de otras limosnas, sería un golpe acaso mortal. Los cubanos que no forman parte de la elite privilegiada ya viven al borde del abismo; de desaparecer Chávez, no tardarían en caer en él.
* PERIODISTA y analista político, ex director de "The Buenos Aires Herald".