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La aberrante historia de supervivencia: fingió estar muerta mientras su tío asesinaba a sus padres y hermanos a sangre fría
El asesino habría asegurado que “voces en su cabeza” le indicaron ejecutar a la familia Stay.
Hay que tener coraje para volver a mirar a los ojos a un asesino, ese coraje lo tuvo Cassidy Stay, quien luego de cinco años desde el macabro asesinato, volvió a encontrarse con el asesino sin embargo, esta vez, él estaba de traje y sentado en la sala del Tribunal esperando su condena.
Su ex tío político acababa de ser condenado a la pena de muerte, por inyección letal, por haber asesinado a sangre fría a sus padres y a sus cuatro hermanos en 2014. Cassidy (la única sobreviviente, hoy con 20 años) enfundada en un saco violeta -el color elegido para recordar la lucha contra la violencia doméstica-, se sentó frente a los presentes en el juicio, acomodó el micrófono y, con voz temblorosa por el dolor, le habló al monstruo que masacró a su familia. Lo tenía a menos de tres metros de distancia.
“En los últimos cinco años yo sólo quería saber qué sentías por mí persona y qué clase de arrepentimiento tenías. Mis familiares me repetían que solo sentís pena por vos mismo. Yo no quería creerlo porque, estaba segura de que tenías que sentirte muy mal por haber asesinado a mi familia. Pero cuando escuché que no tenías ningún arrepentimiento algo cambió dentro de mí, y no sabía qué hacer con esos sentimientos porque me causaban un montón de rabia y dolor. ¡Mi esperanza era que estuvieras mal por lo que habías hecho! (...) No hay nada en la tierra que pueda calmar mis heridas y preocupaciones. (...) Estoy dejando salir mis emociones y se las estoy dando a Dios, porque Él me cuidará y me llevará a través de todo esto. El jurado decidió que vas a morir con una inyección letal y yo respeto esa decisión.
¿Si creo que el castigo corresponde al crimen? No. Deseo que cuando mueras, tengas el castigo que merecés por parte de Dios. ¿Te arrepentirás algún día? No lo sé. Pero quiero decirte que ya no me importa. Yo voy a seguir con alegría mi vida, saldré adelante y me voy a olvidar de esto, me voy a olvidar de vos. Tuviste el control durante demasiado tiempo. Se acabó tu juego. Ya no tenés el control. Lo perdiste. Dios estará ahí cuando lo necesites, y ese momento te llegará rápido. Lo quieras o no”.
El miércoles 9 de julio de 2014 la pareja salió a hacer un trámite bancario. Los chicos quedaron, por un rato, a cargo de Cassidy. A las cinco y media de la tarde, el ex marido de Melanie Lyon (la hermana de Katie), Ronald Haskell, tocó la puerta del número 711 de la calle Leaflet Lane. Cassidy abrió. Tenía enfrente un señor de unos 34 años, alto, pelirrojo y fortachón, con abundante barba y con el uniforme de la empresa de correos FedEx.
El hombre le preguntó por sus padres. No lo reconoció. Le dijo que no estaban. Fue a buscar una lapicera y un papel para anotar su nombre y teléfono. Él, entonces, le dijo cómo se llamaba: Ronald Haskell. Ahora, Cassidy, sí recordó… era su ex tío, el que tanto problemas le había traído a la hermana de su madre. Pero ya era tarde. En el mismo momento que lo reconoció él empujó la puerta, entró por la fuerza y sacó una pistola 9 mm. Llevaba, además, un silenciador fabricado en forma casera con una funda de almohada y cinta adhesiva.
Se mostraba muy calmo. Le anunció que estaba buscando a su ex mujer Melanie. Cassidy le dijo no saber dónde estaba ella. Haskell le ordenó juntar a sus hermanos en el living. La tele estaba encendida. Cassidy pensó que eso era bueno para distraer a los más pequeños. Haskell los obligó a tirarse en el piso en hilera y amenazó con atarlos si no obedecían. Le hicieron caso. Cassidy pensó que estaban “como patitos en fila”.
Intentó manejar la situación, trató de convencerlo para que no lastimara a sus hermanos. “Nunca pensé que alguien podría querer matar chicos pequeños, ¡menos si sabe sus nombres y edades! Le rogué que, por favor, no nos hiciera daño...”, recordaría luego. Mientras procuraba tener algún control y esperaba la llegada de sus padres, rezó.
Un rato después, llegaron los dueños de casa. Apenas entró y lo vio, Katie -que sabía muy bien lo peligroso que podía resultar su ex cuñado- se aterró. Haskell les dijo que venía a recuperar a sus hijos y que buscaba a su ex.
Cuando les pidió que ellos también se tiraran en el piso, Katie se percató de lo que pretendía y, entonces, pegó un salto con las manos en alto para luchar contra él y gritó ¡¡Noooo!! Boom, Boom. Él le disparó en el medio de la cara. Fue la primera víctima. “Solo la vi caer”, diría Cassidy. Siguió Stephen. Boom, boom y cayó sobre el sofá.
Cassidy, acostada en el piso escuchó que se acercaba a ella. Espantada, se tapó la cabeza con las manos y apretó su cara contra el suelo mientras gritaba enloquecida. Boom. Esta vez fue un solo tiro y le pegó en la cabeza. Pero la bala rozó su dedo, se desvió y fracturó su cráneo sin penetrar en su cerebro. Cassidy se quedó inmóvil esperando el otro boom. Seguía orando en silencio y ensangrentada. No estaba muerta, pero lo parecía. Haskell consideró terminada su tarea con ella y siguió con los más chicos.
Boom, boom a Bryan; boom, boom a Emily; boom, boom a Rebecca. Cassidy petrificada, como muerta, no podía creer lo que ocurría. Uno por uno, sus hermanos morían en cuestión de segundos. Entonces Haskell, que estaba llevando a cabo con precisión su siniestro plan de venganza contra su ex mujer, le disparó a Zach, el menor, pero él se movió y el balazo le dió en el hombro. Desesperado el bebé se escurrió dentro del caos reinante y se trepó al sillón donde estaba su padre desplomado. Se escondió debajo del hombro de Stephen, como un cachorro buscando protección. Su padre ya estaba muerto, pero Zach no lo comprendía. Haskell inmutable fue hasta Zach apuntó a su nuca y apretó el gatillo una vez más, boom.
Había disparado 13 balazos. Después se sabría que 6 balas habían sido fatales. Iba a lamentar mucho haberse salteado el segundo disparo con Cassidy.
Creyendo que había acabado con la familia entera, cargó el arma nuevamente, se subió al Honda de los Stay y se dirigió a la casa de los padres de su ex Melanie Lyon.
Doce patrulleros salieron inmediatamente a cazar al asesino. Fue detenido minutos antes de concretar la nueva matanza. Eran las siete de la noche cuando paró a comprarse una bebida. Haskell, humano al fin, tenía sed. Todavía le restaba mucho por hacer: en su lista había 22 personas más para borrar del mapa de los vivos. Para ello había comprado 200 municiones.
El matrimonio fue para Melanie una verdadera pesadilla. Tuvieron cuatro hijos, pero los abusos sexuales y la violencia física eran una constante. Una vez Ronald la sacó de la cama de los pelos y la arrastró por toda la casa golpeándola delante de sus hijos. Corría el año 2008 y Melanie decidió denunciarlo por violencia doméstica. Pero luego se retractó y levantó los cargos.
En julio de 2013, ante otros deplorables episodios, logró una restricción perimetral para que su marido no se les acercara. Un mes después pidió el divorcio. Pero en octubre de ese mismo año, la medida protectora perdió vigencia cuando ella y Ronald Haskell se pusieron de acuerdo sobre la tenencia de sus hijos. La custodia era para Melanie.
Finalmente pudo divorciarse de él y, con la ayuda de su hermana Katie Stay, se fue de la casa el 14 de febrero de 2014 rumbo a Houston. Él partió hacia California a vivir con su madre, Karla Jeanne Haskell. Allí fue que compró las armas y la enorme cantidad de balas para dar rienda suelta a su odio. Consideró que serían suficientes para matar a todos los familiares de Melanie.
El 2 de julio de 2014, una semana antes de los brutales asesinatos de sus familiares políticos, la madre de Ronald pidió también una perimetral. Karla denunció que su propio hijo, después de una feroz pelea, la empujó hasta el garage de la vivienda y la ató con cinta adhesiva a una silla durante cuatro horas mientras la amenazaba con matar a toda la familia, ella incluida. ¿El motivo? Que Karla mantenía contacto con su nuera y sus nietos. También reportó que él agredía a su marido discapacitado, padre de Ronald, que estaba en silla de ruedas.
La policía salió a buscarlo sin demasiado apuro… cuando lo encontraron ya estaba detenido. Había cumplido su promesa: acababa de ejecutar a seis de los Stay Lyon.
Los ataúdes blancos con arreglos florales en tonos rosas y lilas, donde yacían los cuerpos de Stephen, Katie, Bryan, Emily, Rebecca y Zach, estaban dispuestos en hilera. Delante de cada cajón estaba la foto de su ocupante.
Asistieron 1.500 personas y se soltaron cien globos de colores por cada una de las víctimas. Cassidy fue cobijada por la multitud y hasta pudo sonreir en medio del espanto. Era considerada una héroe porque había salvado al resto de la familia con esa llamada al 911 mientras estaba herida y abandonada en medio de un baño de sangre.
Luego, Cassidy habló ante la concurrencia y se desmoronó. Su vida no volvería jamás a ser igual. El mundo en el que había vivido durante 15 años ya no existía. Dijo entre lágrimas: “Yo sé que mamá, papá, Bryan, Rebecca, Emily y Zach están en un mejor lugar ahora. Algún día me reuniré con ellos”.
Sus tíos dijeron en la ceremonia que Cassidy quería que todos los que estaban ese día allí supieran algo pequeño, pero cotidiano, de cada uno de ellos. Así fue que contaron que Stephen adoraba los tambores; que Bryan amaba su tablet; que al pequeño Zach le gustaba el mar; que Emily era fanática de Hello Kitty y que Rebecca estaba muy preocupada porque su hermano menor la había pasado en altura. Los detalles familiares le otorgaban vida real a esa estremecedora imagen llena de ataúdes. Dónde antes había personas, travesuras y amor en una familia numerosa, ahora había un vacío desolador.
El obispo Scott McBride cerró diciéndole a la sobreviviente: “Tenés una familia entera de ángeles guardianes cuidándote”. Nadie pudo evitar recurrir a los pañuelos.
Una de las fiscales, Kaylynn Williford, describió la aterradora escena que presenció la víctima mientras el acusado iba asesinando a sus padres y hermanos. Hasta los miembros del jurado lloraron.
Lauren Bard, miembro de la fiscalía, describió a Haskell como un hombre “egoísta, manipulador, narcisista, un verdadero monstruo” que buscaba venganza sobre todos los que habían ayudado a su ex esposa, “No fue desorganizado, tenía un plan que llevó a cabo”. “Personalmente nunca en 40 años de profesión vi una tragedia familiar tan horrorosa como esta”, agregó el alguacil Ron Hickmawen.
La defensa arguyó que el acusado tenía problemas psicológicos y que fue diagnosticado con esquizofrenia en prisión.
Sentado en la sala, enfundado en un traje azul, Ronald Lee Haskell de 39 años, escuchó impasible la sentencia del jurado: se lo condenó a muerte por inyección letal. No dijo nada ni demostró emociones.
Los Stay se ven hasta el día de hoy con los padres de Haskell, que estaban destrozados por los crímenes de su hijo. Joyce y Tom les dijeron: “No fueron ustedes quienes hicieron esto, fue él”. Y se consolaron mutuamente.
Apenas ocurridos los crímenes se lanzó una colecta para juntar dinero para la educación de Cassidy. En pocos días se reunieron más de 400 mil dólares para pagar sus estudios universitarios.
El caso despertó tal ola de solidaridad que la afamada escritora británica de Harry Potter, J.K. Rowling, le escribió una carta de puño y letra con tinta roja para alentar a Cassidy a reconstruirse luego de saber que ella había leído en el entierro de sus padres un extracto de uno de sus libros. Lo que había elegido leer Cassidy decía: “La felicidad puede ser encontrada aun en los tiempos más oscuros si uno recuerda prender la luz”.
Ella dijo a la prensa, además, que quería infundir esperanzas a otros que pasan por situaciones similares: “Jamás pensé que podía perder a toda mi familia en cuestión de segundos. Si yo pude atravesar esto, ustedes pueden atravesar cualquier cosa que les pase y van a estar bien”, sostuvo con entereza.
Hoy Cassidy está en pareja y comprometida, y asiste a la Brigham Young University en Provo, Utah.
La matanza de los Stay trajo a la memoria de muchos norteamericanos otra terrible masacre: la de la familia Clutter, en Kansas en 1959. Aquel caso fue inmortalizado por Truman Capote en su célebre novela A sangre Fría. Lamentablemente otra tragedia similar volvía a golpear a la sociedad.
Cassidy tuvo una segunda oportunidad y supo aprovecharla. No se ahogó en sus lágrimas. Mostró la valentía de querer seguir viviendo y pudo decirle a su asesino (quien puede negar que una parte de Cassidy no haya muerto esa tarde de hace cinco años) que él ya no tendrá más el control sobre su existencia. Ahora es ella quien escribirá el resto de su historia. Y se propuso hacerlo con una tinta del color de la felicidad.
Su ex tío político acababa de ser condenado a la pena de muerte, por inyección letal, por haber asesinado a sangre fría a sus padres y a sus cuatro hermanos en 2014. Cassidy (la única sobreviviente, hoy con 20 años) enfundada en un saco violeta -el color elegido para recordar la lucha contra la violencia doméstica-, se sentó frente a los presentes en el juicio, acomodó el micrófono y, con voz temblorosa por el dolor, le habló al monstruo que masacró a su familia. Lo tenía a menos de tres metros de distancia.
“En los últimos cinco años yo sólo quería saber qué sentías por mí persona y qué clase de arrepentimiento tenías. Mis familiares me repetían que solo sentís pena por vos mismo. Yo no quería creerlo porque, estaba segura de que tenías que sentirte muy mal por haber asesinado a mi familia. Pero cuando escuché que no tenías ningún arrepentimiento algo cambió dentro de mí, y no sabía qué hacer con esos sentimientos porque me causaban un montón de rabia y dolor. ¡Mi esperanza era que estuvieras mal por lo que habías hecho! (...) No hay nada en la tierra que pueda calmar mis heridas y preocupaciones. (...) Estoy dejando salir mis emociones y se las estoy dando a Dios, porque Él me cuidará y me llevará a través de todo esto. El jurado decidió que vas a morir con una inyección letal y yo respeto esa decisión.
¿Si creo que el castigo corresponde al crimen? No. Deseo que cuando mueras, tengas el castigo que merecés por parte de Dios. ¿Te arrepentirás algún día? No lo sé. Pero quiero decirte que ya no me importa. Yo voy a seguir con alegría mi vida, saldré adelante y me voy a olvidar de esto, me voy a olvidar de vos. Tuviste el control durante demasiado tiempo. Se acabó tu juego. Ya no tenés el control. Lo perdiste. Dios estará ahí cuando lo necesites, y ese momento te llegará rápido. Lo quieras o no”.
Una matanza a sangre fría
Los Stay eran una familia respetada en Spring, un barrio de las afueras de Houston, Texas, Estados Unidos. Eran mormones y miembros activos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Stephen Stay (39, dueño de una inmobiliaria) y Katie Lyon (33) tenían 5 hijos: Cassidy (15), Bryan (13), Emily (9), Rebecca (7) y Zach (4).El miércoles 9 de julio de 2014 la pareja salió a hacer un trámite bancario. Los chicos quedaron, por un rato, a cargo de Cassidy. A las cinco y media de la tarde, el ex marido de Melanie Lyon (la hermana de Katie), Ronald Haskell, tocó la puerta del número 711 de la calle Leaflet Lane. Cassidy abrió. Tenía enfrente un señor de unos 34 años, alto, pelirrojo y fortachón, con abundante barba y con el uniforme de la empresa de correos FedEx.
El hombre le preguntó por sus padres. No lo reconoció. Le dijo que no estaban. Fue a buscar una lapicera y un papel para anotar su nombre y teléfono. Él, entonces, le dijo cómo se llamaba: Ronald Haskell. Ahora, Cassidy, sí recordó… era su ex tío, el que tanto problemas le había traído a la hermana de su madre. Pero ya era tarde. En el mismo momento que lo reconoció él empujó la puerta, entró por la fuerza y sacó una pistola 9 mm. Llevaba, además, un silenciador fabricado en forma casera con una funda de almohada y cinta adhesiva.
Se mostraba muy calmo. Le anunció que estaba buscando a su ex mujer Melanie. Cassidy le dijo no saber dónde estaba ella. Haskell le ordenó juntar a sus hermanos en el living. La tele estaba encendida. Cassidy pensó que eso era bueno para distraer a los más pequeños. Haskell los obligó a tirarse en el piso en hilera y amenazó con atarlos si no obedecían. Le hicieron caso. Cassidy pensó que estaban “como patitos en fila”.
Intentó manejar la situación, trató de convencerlo para que no lastimara a sus hermanos. “Nunca pensé que alguien podría querer matar chicos pequeños, ¡menos si sabe sus nombres y edades! Le rogué que, por favor, no nos hiciera daño...”, recordaría luego. Mientras procuraba tener algún control y esperaba la llegada de sus padres, rezó.
Un rato después, llegaron los dueños de casa. Apenas entró y lo vio, Katie -que sabía muy bien lo peligroso que podía resultar su ex cuñado- se aterró. Haskell les dijo que venía a recuperar a sus hijos y que buscaba a su ex.
Cuando les pidió que ellos también se tiraran en el piso, Katie se percató de lo que pretendía y, entonces, pegó un salto con las manos en alto para luchar contra él y gritó ¡¡Noooo!! Boom, Boom. Él le disparó en el medio de la cara. Fue la primera víctima. “Solo la vi caer”, diría Cassidy. Siguió Stephen. Boom, boom y cayó sobre el sofá.
Cassidy, acostada en el piso escuchó que se acercaba a ella. Espantada, se tapó la cabeza con las manos y apretó su cara contra el suelo mientras gritaba enloquecida. Boom. Esta vez fue un solo tiro y le pegó en la cabeza. Pero la bala rozó su dedo, se desvió y fracturó su cráneo sin penetrar en su cerebro. Cassidy se quedó inmóvil esperando el otro boom. Seguía orando en silencio y ensangrentada. No estaba muerta, pero lo parecía. Haskell consideró terminada su tarea con ella y siguió con los más chicos.
Boom, boom a Bryan; boom, boom a Emily; boom, boom a Rebecca. Cassidy petrificada, como muerta, no podía creer lo que ocurría. Uno por uno, sus hermanos morían en cuestión de segundos. Entonces Haskell, que estaba llevando a cabo con precisión su siniestro plan de venganza contra su ex mujer, le disparó a Zach, el menor, pero él se movió y el balazo le dió en el hombro. Desesperado el bebé se escurrió dentro del caos reinante y se trepó al sillón donde estaba su padre desplomado. Se escondió debajo del hombro de Stephen, como un cachorro buscando protección. Su padre ya estaba muerto, pero Zach no lo comprendía. Haskell inmutable fue hasta Zach apuntó a su nuca y apretó el gatillo una vez más, boom.
Había disparado 13 balazos. Después se sabría que 6 balas habían sido fatales. Iba a lamentar mucho haberse salteado el segundo disparo con Cassidy.
Creyendo que había acabado con la familia entera, cargó el arma nuevamente, se subió al Honda de los Stay y se dirigió a la casa de los padres de su ex Melanie Lyon.
Cassidy reaccionó con coraje y llamó frenética al 911.
Les dijo que su tío Ronnie había asesinado a toda su familia y que se disponía a seguir matando, que se estaba dirigiendo a la casa de sus abuelos maternos, los Lyon, donde vivía Melanie. Mientras ella hablaba, los telefonistas podían escuchar la respiración forzada de uno de los hermanos heridos. La ambulancia llegó para constatar que Cassidy estaba consciente y que solo uno de sus hermanos respiraba todavía, pero moriría antes de llegar al hospital.Doce patrulleros salieron inmediatamente a cazar al asesino. Fue detenido minutos antes de concretar la nueva matanza. Eran las siete de la noche cuando paró a comprarse una bebida. Haskell, humano al fin, tenía sed. Todavía le restaba mucho por hacer: en su lista había 22 personas más para borrar del mapa de los vivos. Para ello había comprado 200 municiones.
La génesis de la maldad
Ronald Lee Haskell nació el 26 de agosto de 1980. Creció en California, pero se mudó con su familia a Alaska durante su adolescencia. Pasó por múltiples empleos y, el 15 marzo de 2002, se casó con Melanie Lyon. Juntos se mudaron al estado de Utah.El matrimonio fue para Melanie una verdadera pesadilla. Tuvieron cuatro hijos, pero los abusos sexuales y la violencia física eran una constante. Una vez Ronald la sacó de la cama de los pelos y la arrastró por toda la casa golpeándola delante de sus hijos. Corría el año 2008 y Melanie decidió denunciarlo por violencia doméstica. Pero luego se retractó y levantó los cargos.
En julio de 2013, ante otros deplorables episodios, logró una restricción perimetral para que su marido no se les acercara. Un mes después pidió el divorcio. Pero en octubre de ese mismo año, la medida protectora perdió vigencia cuando ella y Ronald Haskell se pusieron de acuerdo sobre la tenencia de sus hijos. La custodia era para Melanie.
Finalmente pudo divorciarse de él y, con la ayuda de su hermana Katie Stay, se fue de la casa el 14 de febrero de 2014 rumbo a Houston. Él partió hacia California a vivir con su madre, Karla Jeanne Haskell. Allí fue que compró las armas y la enorme cantidad de balas para dar rienda suelta a su odio. Consideró que serían suficientes para matar a todos los familiares de Melanie.
El 2 de julio de 2014, una semana antes de los brutales asesinatos de sus familiares políticos, la madre de Ronald pidió también una perimetral. Karla denunció que su propio hijo, después de una feroz pelea, la empujó hasta el garage de la vivienda y la ató con cinta adhesiva a una silla durante cuatro horas mientras la amenazaba con matar a toda la familia, ella incluida. ¿El motivo? Que Karla mantenía contacto con su nuera y sus nietos. También reportó que él agredía a su marido discapacitado, padre de Ronald, que estaba en silla de ruedas.
La policía salió a buscarlo sin demasiado apuro… cuando lo encontraron ya estaba detenido. Había cumplido su promesa: acababa de ejecutar a seis de los Stay Lyon.
El velorio
El funeral de los padres y hermanos de Cassidy se realizó el miércoles 16 de julio de 2014, en la Iglesia de Jesucristo y los Santos de los Últimos Días.Los ataúdes blancos con arreglos florales en tonos rosas y lilas, donde yacían los cuerpos de Stephen, Katie, Bryan, Emily, Rebecca y Zach, estaban dispuestos en hilera. Delante de cada cajón estaba la foto de su ocupante.
Asistieron 1.500 personas y se soltaron cien globos de colores por cada una de las víctimas. Cassidy fue cobijada por la multitud y hasta pudo sonreir en medio del espanto. Era considerada una héroe porque había salvado al resto de la familia con esa llamada al 911 mientras estaba herida y abandonada en medio de un baño de sangre.
Luego, Cassidy habló ante la concurrencia y se desmoronó. Su vida no volvería jamás a ser igual. El mundo en el que había vivido durante 15 años ya no existía. Dijo entre lágrimas: “Yo sé que mamá, papá, Bryan, Rebecca, Emily y Zach están en un mejor lugar ahora. Algún día me reuniré con ellos”.
Sus tíos dijeron en la ceremonia que Cassidy quería que todos los que estaban ese día allí supieran algo pequeño, pero cotidiano, de cada uno de ellos. Así fue que contaron que Stephen adoraba los tambores; que Bryan amaba su tablet; que al pequeño Zach le gustaba el mar; que Emily era fanática de Hello Kitty y que Rebecca estaba muy preocupada porque su hermano menor la había pasado en altura. Los detalles familiares le otorgaban vida real a esa estremecedora imagen llena de ataúdes. Dónde antes había personas, travesuras y amor en una familia numerosa, ahora había un vacío desolador.
El obispo Scott McBride cerró diciéndole a la sobreviviente: “Tenés una familia entera de ángeles guardianes cuidándote”. Nadie pudo evitar recurrir a los pañuelos.
El brazo de la justicia
“La habitación olía a sangre. El sabor era agrio. Se sentía pesado y caluroso. No había espíritus en ese living”, así de descriptivo y vívido fue el relato de Cassidy durante el juicio.Una de las fiscales, Kaylynn Williford, describió la aterradora escena que presenció la víctima mientras el acusado iba asesinando a sus padres y hermanos. Hasta los miembros del jurado lloraron.
Lauren Bard, miembro de la fiscalía, describió a Haskell como un hombre “egoísta, manipulador, narcisista, un verdadero monstruo” que buscaba venganza sobre todos los que habían ayudado a su ex esposa, “No fue desorganizado, tenía un plan que llevó a cabo”. “Personalmente nunca en 40 años de profesión vi una tragedia familiar tan horrorosa como esta”, agregó el alguacil Ron Hickmawen.
La defensa arguyó que el acusado tenía problemas psicológicos y que fue diagnosticado con esquizofrenia en prisión.
El asesino habría asegurado que “voces en su cabeza” le indicaron ejecutar a la familia Stay.
La fiscalía dijo que nada de esto era cierto, que el acusado había sido un marido abusivo desde siempre y que el crimen había sido ejecutado con absoluta sangre fría. “Es un manipulador y no va a cambiar, y francamente no quiere cambiar”, dijo la abogada Samantha Knecht.
El jurado deliberó más de cuatro horas. Tenían que elegir entre cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional o pena de muerte. Eligieron la segunda. Se negaron a creer la versión de la defensa que pretendía declararlo insano. La sentencia contempló “el peligro que representa Haskell para la sociedad”.
Sentado en la sala, enfundado en un traje azul, Ronald Lee Haskell de 39 años, escuchó impasible la sentencia del jurado: se lo condenó a muerte por inyección letal. No dijo nada ni demostró emociones.
Volver a vivir
Tom y Joyce Stay los abuelos paternos de Cassidy, también habían sido amigos de los Haskell. Conocían a Ronald desde pequeño porque habían pertenecido a la misma comunidad mormona del sur de California. El golpe había sido demoledor para las familias involucradas. Cassidy contó con el apoyo de todos ellos y recurrieron, siguiendo los consejos de los especialistas, a la terapia con perros. Había que intentar sanar tantas heridas con mucho amor.Los Stay se ven hasta el día de hoy con los padres de Haskell, que estaban destrozados por los crímenes de su hijo. Joyce y Tom les dijeron: “No fueron ustedes quienes hicieron esto, fue él”. Y se consolaron mutuamente.
Apenas ocurridos los crímenes se lanzó una colecta para juntar dinero para la educación de Cassidy. En pocos días se reunieron más de 400 mil dólares para pagar sus estudios universitarios.
El caso despertó tal ola de solidaridad que la afamada escritora británica de Harry Potter, J.K. Rowling, le escribió una carta de puño y letra con tinta roja para alentar a Cassidy a reconstruirse luego de saber que ella había leído en el entierro de sus padres un extracto de uno de sus libros. Lo que había elegido leer Cassidy decía: “La felicidad puede ser encontrada aun en los tiempos más oscuros si uno recuerda prender la luz”.
Ella dijo a la prensa, además, que quería infundir esperanzas a otros que pasan por situaciones similares: “Jamás pensé que podía perder a toda mi familia en cuestión de segundos. Si yo pude atravesar esto, ustedes pueden atravesar cualquier cosa que les pase y van a estar bien”, sostuvo con entereza.
Hoy Cassidy está en pareja y comprometida, y asiste a la Brigham Young University en Provo, Utah.
La matanza de los Stay trajo a la memoria de muchos norteamericanos otra terrible masacre: la de la familia Clutter, en Kansas en 1959. Aquel caso fue inmortalizado por Truman Capote en su célebre novela A sangre Fría. Lamentablemente otra tragedia similar volvía a golpear a la sociedad.
Cassidy tuvo una segunda oportunidad y supo aprovecharla. No se ahogó en sus lágrimas. Mostró la valentía de querer seguir viviendo y pudo decirle a su asesino (quien puede negar que una parte de Cassidy no haya muerto esa tarde de hace cinco años) que él ya no tendrá más el control sobre su existencia. Ahora es ella quien escribirá el resto de su historia. Y se propuso hacerlo con una tinta del color de la felicidad.
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