Khadafi sigue contando con socios fuertes en Occidente
*Por Marcelo Cantelmi. Ante la indefinición de la guerra civil en Libia, EE.UU. y los países europeos se debaten entre una intervención de efectos imprevisibles y la pasividad frente al dictador.
El desafío que enfrenta el norte mundial respecto de la crisis de Libia, es cómo salir de este martirizado país aún antes de haber entrado.
La pregunta no tiene una repuesta sencilla y mide con exactitud el tiempo histórico global que vivimos. La pesadilla Libia, con un ejército leal al régimen decidido a aplastar sin prejuicios humanitarios esta revolución republicana , amenaza con agravarse si, además, la dictadura se beneficia con un apagón informativo por la tragedia que acaba de producirse en Japón o si la crisis se prolonga.
Una intervención militar directa con bombardeos, como sugirió y luego no confirmó el gobierno francés de Nicolás Sarkozy, explica los niveles de irresponsabilidad con que se tramita este episodio . Por lo demás, una operación de la OTAN aunque sea por medio de un bloqueo aéreo, cuya eficacia es también motivo de dudas, podría tener efectos imprevisibles estimulando el nacionalismo en todo el mundo árabe. Aun así, ese procedimiento es la apuesta más a mano que tienen en la baraja Europa y EE.UU. para mostrar una actitud políticamente correcta ante las abominaciones del régimen, pero subterráneamente útil debido a que debilitaría estos alzamientos populares y permitiría cierto nivel de incidencia en el futuro de este rico país petrolero.
El tema es hasta qué punto vale la pena el riesgo. El propio ministro de Defensa de Barack Obama, Robert Gates lo descarta de plano. Y también lo hace el correligionario republicano del jefe del Pentágono, el senador Richard Lugar. Eso es debido a que EE.UU. esta empantanado en Irak pero mucho más en Afganistán donde libra la guerra más extensa de su historia, y si entra en Libia lo será a otro lodazal y no por un fin de semana. Es claro que Obama elude caer en la misma trampa que George Bush cuando derrocó a Saddam Hussein, otro histórico aliado de Washington. El objetivo de ampliar el brazo imperial al Golfo no se logró; Irak es u n socio petrolero del norte mundial mucho más complicado y limitado ahora de lo que lo era con la dictadura y EE.UU. no tiene el poder económico y hegemónico que tenía cuando se inventó esa guerra.
Por lo demás, desde que esta ola revolucionaria estalló en Túnez, las autocracias regionales y sus socios en el norte mundial han especulado formas para detener una transformación que esmerila la impunidad en el control de las masas en esta región de enorme valor estratégico. Sólo alcanza con observar cómo la calle egipcia mantiene aún el pulso tras derrocar a Hosni Mubarak imponiendo sus decisiones a la junta militar, para comprender el alcance de esa preocupación.
Libia aparece ahora como esa respuesta, porque la alianza del establishment mundial con este país ha sido tan nítida como con aquellas otras naciones o las que están en medio de estos conflictos aperturistas en el resto de la constelación árabe. Pero en Libia, la pérdida de Muammar Kadafi para las capitales del norte mundial es mucho más grave que en esas otras naciones, porque no hay un relevo nítido . En esa percepción debe buscarse parte de la explicación a las vacilaciones de la OTAN y la ONU para intervenir de algún modo en este país al margen de la bravata de Sarkozy.
No sería un ejercicio pueril calcular quiénes se beneficiarían si Kadafi fulmina su capítulo de la revolución árabe.
Y, además, interrogarse en esa misma línea sobre qué sucedió para que de un momento al otro el régimen recuperara la iniciativa e incluso el dominio de su aviación cuyos pilotos se, sostenía, habían pasado masivamente al mando rebelde. Una buena pregunta sería quiénes, por izquierda y por derecha, están ya efectivamente interviniendo en este conflicto para asegurar la victoria de la dictadura que una parte interesada, el Director Nacional de Inteligencia de EE.UU. James Clapper, acaba de pronosticar sin mayores vueltas diplomáticas en el Senado de ese país.
La realidad parece confirmar ese camino. En las últimas horas la milicia rebelde ha sido detenida con artillería, fuerza naval y aérea a casi mitad de camino en su ruta a Trípoli, y está siendo empujada hacia su retaguardia.
Es muy difícil ahora que este ejército desprolijo y mal armado pueda revertir la situación. Aquí no hay ni Al Qaeda ni la CIA operando, conviene repetir, para esfumar las tonterías que tanto la dictadura como sus aliados en el mundo esgrimen para justificar la permanencia del régimen y la masacre de este pueblo.
El carácter de esta rebelión es claramente popular en la estela de los movimientos que experimenta el resto de la región. La demanda es por democracia y libertades individuales y la distribución de la renta que ha sido apropiada de modo brutal por el dictador y sus secuaces.
Pero los problemas de la revolución se desbordan sobre la cuestión institucional y es muy complicado estructurar un movimiento nacional que detenga por la fuerza de las bases a Kadafi.
Aquí no existen sindicatos, ni partidos políticos, organizaciones populares o de la sociedad civil que podrían operar, como si sucedió en Egipto , para bloquear organizativamente la autonomía del régimen. Un intento de poner un freno a esta dictadura, a mitad de la década de los 90, acabó con la masacre de todos sus dirigentes, la gente relacionada por cualquier motivo con ellos o los sospechados de poder relacionarse.
Un total de 1.200 personas fueron ejecutadas en una sola tarde de junio de 1996 .
En el inicio de la segunda mitad de los años 70, un brote de rebelión estudiantil fue aplastado con el asesinato de miles de universitarios, parte de los cuales aparecieron colgados en las plazas.
Ese terror, por el prolongado lapso en que ha venido siendo aplicado y las formas brutales en que lo ha sido, traumó a esta sociedad. De modo que esta revolución, se distingue de las otras en el mundo árabe, por el enorme costo que este pueblo ha decidido asumir pero también, necesariamente, por su debilidad y soledad.