Juventud y viudez, sus escudos y sus lanzas
*Por Beatriz Sarlo. ¿Cómo no recordarlo? En noviembre de 1951, Perón ganó un segundo período presidencial con más del 62 por ciento de los votos, el doble de los que obtuvo la Unión Cívica Radical.
Fue la primera elección nacional en la que votaron las mujeres. La casualidad o el destino le dieron a David Viñas, fiscal radical, el papel de llevar la urna al Policlínico de Avellaneda, donde Eva estaba internada. Muchos años después, Viñas recordaba el momento: un friso de suplicantes en las puertas del hospital, rezando, "como en una película de Eisenstein". Una fotografía muestra a Eva, extenuada, en el momento en que una mujer le acerca la urna. La cabeza sostenida apenas por las almohadas, el rostro demacrado y el gran rodete rubio. Viñas espera afuera. Cuando le devuelven la urna, escucha la voz de Perón, que le pregunta a Eva: "¿Apago la luz, negrita?" Eva y todas las mujeres argentinas votaban por primera vez. También Victoria Ocampo, gran opositora, votó por primera vez, y fue éste el único reconocimiento que le hizo al peronismo. Como ahora con los derechos humanos, siempre hay algo que reconocer.
Eva Perón murió en 1952. Hubo paredes en Buenos Aires donde se escribió la frase repulsiva: "Viva el cáncer". La fatalidad se entreteje con la historia del peronismo. En 1974, la muerte de Perón, mientras ejercía la presidencia, abrió el camino de la violencia dentro y fuera de su movimiento. En 2010, la muerte de Néstor Kirchner, por el contrario, le da a la línea que él armó dentro del justicialismo una dimensión que su viuda ha sabido aprovechar. En 2009, Kirchner venía de perder una elección. Parecía que su poder se debilitaba, pero su muerte esfumó los efectos de la derrota, la manipulación de las candidaturas testimoniales, el estado deliberativo del Partido Justicialista.
Cristina Kirchner se rodeó de un escudo protector juvenil (los "pibes" que el domingo cantaban por "la liberación"); se apoyó en una burocracia de Estado que administra dinero y militancia, y cerró Olivos a casi todo el mundo excepto a la mesa más pequeña, a la que se sientan hombres de su extrema confianza personal.
La muerte de Kirchner contribuyó a esta victoria de una manera paradójica. Pero, antes, dejó su obra. Son suyas las bases económicas sobre las que Cristina Kirchner acaba de lograr su gran triunfo. Aunque se le fueron unos cuantos, por el momento contuvo las tendencias centrípetas. Sobre esto último es claro testimonio el discurso con el que Scioli celebró el domingo a la noche su victoria: agradeció primero a Néstor Kirchner, luego a Alberto Balestrini; saludó a sus competidores internos (como Ishii); reafirmó que su mano está tendida para sumar. Y sólo al final dijo: "Tenemos que encontrarnos con Cristina Kirchner y darle un abrazo y decirle que se merece este respaldo".
Ese lugar de Scioli fue un inteligente recurso de Néstor que Cristina Kirchner tuvo la precaución de conservar, como muchas otras medidas de su marido. Cuando la militancia entusiasmada cantaba en la noche del domingo: "Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo", reconocía esto. La Presidenta, en el momento más evocativo de su discurso, dijo: "El está mirando desde algún lado. Está acá, ¿no es cierto? Díganme que sí". Abrazada a su hija, no sólo se permitía un tributo fúnebre de tono animista. Estaba haciendo un reconocimiento al edificio político que le dejó el muerto.
La paradoja es que si Kirchner hubiera seguido en este mundo estaría en peores condiciones que su mujer para beneficiarse con su propia obra. Vivo, su espíritu belicoso y el recuerdo de las jornadas que rodearon la resolución 125 lo perjudicaban. Muerto, la viuda supo cambiar el tono.
En realidad, encarnó una imagen de gran poder simbólico: la mujer fuerte, destrozada por el dolor, que se solloza y se recupera al mismo tiempo; que apela al muerto pero demuestra que puede reemplazarlo con ventaja; tocada por la desgracia pero indomable. El luto es emblema de una soledad espiritualmente fortalecida y no de desfallecimiento. La viudez de Cristina ha sido su escudo y su lanza. Hay que reconocer que supo usarlos y que su victoria no puede ser solamente atribuida a que la oposición no hizo bien sus tareas.
LAS ALIANZAS HIPOTÉTICAS
Esto último salta a la vista en cuanto se suman los votos de las diversas listas opositoras. Si se hubieran unido todos, igualmente Cristina habría vencido. Esta hipótesis de oposición unificada fue imposible y, por muchas razones, no deseable. En cambio, otras convergencias más verosímiles no tuvieron lugar: sólo el personalismo impidió que Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá presentaran una lista conjunta. ¿Qué obstáculo insalvable pudo separarlos después de compartir tantos años el mismo Partido Justicialista y enunciar discursos que no se contraponen? En ese caso, el peronismo habría concurrido con dos boletas. Es sensato pensar que Cristina Kirchner habría ganado, puntos más o puntos menos. Simplemente, el electorado no peronista habría podido comprobar que el peronismo todo junto sigue siendo una mayoría impresionante, cosa que puede comprobar ahora mismo si suma los millones de votos kirchneristas y los de Duhalde y Rodríguez Saá.
Los kirchneristas duros dirán que cualquier unión de estos votos es contra la naturaleza ideológica que separa (¿para siempre?) las dos líneas del movimiento nacional. Los duhaldistas dirán que, retirada Cristina de la política, cumplida esa condición, ambas líneas podrán sentarse a la misma mesa, como lo vienen haciendo desde hace más de medio siglo (a veces se han peleado a tiros, a veces han competido en elecciones).
La otra alianza que se reclamaba era la de Alfonsín y Binner. Fue impracticable en el momento mismo en que Alfonsín optó por Francisco de Narváez. De cualquier cosa se podía retroceder, pero no de esa opción. Es significativo que un porcentaje considerable de votantes haya recompuesto la que habría sido la lista "natural": cortaron boleta y pusieron en el sobre la de Duhalde para presidente y la de De Narváez para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Alfonsín tomará nota de esto, que quedó exhibido en la escena mediática cuando la periodista María Laura Santillán cometió el lapsus más apropiado: "Está llegando De Narváez a la sede de Duhalde. ¡Qué acto fallido!". Nadie puede reprochárselo. Los votantes que cortaron boleta hicieron de ese acto fallido una demostración de que cualquier alianza no es posible.
Por otra parte, Binner y el Frente Amplio Progresista, sumados a la campaña hace pocas semanas, tienen como objetivo una construcción a mediano plazo, con disposición para alianzas programáticas pero no para poner en la calle barredoras de hipotéticos votos antikirchneristas de cualquier color. Obtuvieron sólo dos puntos por debajo de Alfonsín y de Duhalde. Una buena elección, hecha sin plata y sin asesores de imagen. Si hubieran decidido aceptar a De Narváez en la provincia de Buenos Aires, no habrían ganado nada para el futuro. Tendrán que aprender, en cambio, que esa provincia es dura para quienes no son peronistas. Allí los colores del estandarte siguen siendo justicialistas, de los tonos que prevalezcan en cada momento.
Se ha repetido que los oficialismos ganaron en las elecciones provinciales previas. En estas primarias lo que ganó es el oficialismo nacional, votado por aquellos a los cuales les va muy bien o pasablemente bien y que, por lo tanto, no ven razones para un cambio sobre el que no tengan la seguridad de que les conviene. Y también votaron al oficialismo los pobres, que no están convidados al consumo sino apenas a la supervivencia; que dependen del sistema de subsidios y creen que mover un gobierno podría afectarlos. Cuando se es pobre, se teme con motivos fundados, ya que la vida es precaria y perder un poco es perder todo. Si ese temor se une a una identidad difusa de origen cultural peronista, allí están los votos.
Y como la victoria dulcifica, ayer a mediodía Cristina Kirchner dio una conferencia de prensa y no les indicó a los periodistas cómo debían portarse.