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Jugar con fuego

Es intolerable que sigan usándose bengalas en espectáculos masivos a pesar de los trágicos antecedentes que conocemos

No pareció bastar la reciente muerte de Miguel Ramírez, el muchacho de 32 años, padre de dos chicos, cuya esposa está embarazada de siete meses, que recibió el impacto de una bengala durante un recital de La Renga en el autódromo Roberto Mouras, de La Plata. Ni la tragedia del boliche República Cromagnon, en el barrio porteño de Once, con sus 194 víctimas mortales. Ni el recuerdo acaso más borroso de Roberto Alejandro Basile, empleado bancario que, en la fría noche del 3 de agosto de 1983, fue a ver a su equipo, Racing, contra Boca, en la Bombonera, y falleció por la misma causa, con el cuello perforado por uno de los muchos proyectiles lanzados desde la tribuna de enfrente.

No pareció bastar nada para que la hinchada de Vélez Sarsfield insistiera en proseguir con ese juego macabro. Sucedió anteanoche, en el partido contra Banfield que se jugó en Liniers. Como consecuencia de ello, el estadio José Amalfitani ha sido clausurado. Y está bien, más allá de los perjuicios que pueda ocasionarles a los dirigentes de ese club.

No se trata de cargar tintas contra una institución en particular, sino de tomar conciencia del peligro que entraña la pirotecnia en espectáculos públicos y sancionar con el mayor rigor posible a quienes permiten o alientan su uso.

El fiscal de la causa, Martín López Zavaleta, presume que las bengalas, dada la gran cantidad que había en el estadio, estaban adentro antes de que ingresaran los simpatizantes. Esto habla a las claras de una absurda complicidad para permitir algo parecido a una celebración con materiales riesgosos no sólo para aquellos que están en otras tribunas, sino también para quienes las empuñan y quienes están cerca de ellos. ¿Qué necesidad hay de festejar de ese modo? Ninguna. No concuerda siquiera con nuestro acervo cultural.

Por esa razón, Vélez tendrá que buscar un escenario alternativo para recibir el jueves a Libertad, de Paraguay, por los cuartos de final de la Copa Libertadores de América. No es problema. El problema real es la falta de conciencia sobre el peligro teniendo tantos ejemplos macabros sobre las consecuencias que puede tener. Si un club, no importa cuál, no está en condiciones de brindar seguridad a los espectadores y a los propios protagonistas de los encuentros, debe replantearse hasta qué punto puede abrir sus puertas. A su vez, las autoridades no pueden dejar todo librado al azar. Es hora de que refuercen los controles tanto dentro como fuera de los estadios.

Lo mismo ocurre en cualquier otro ámbito o escenario donde se congregue mucha gente, desde un recital hasta un partido de cualquier otro deporte.

Desde la gobernación bonaerense se dice ahora que están "muy avanzadas" las investigaciones para identificar al responsable de haber lanzado la bengala que mató a Ramírez. Es tarde. Ramírez ha muerto. Debió haberse evitado.

El autor del crimen debe ser encontrado, desde luego, pero ni su proceso ni su condena servirán a la sociedad si ella misma no admite de una buena vez que ese tipo de demostraciones pirotécnicas, sea de fuerza o de júbilo, es capaz de desnaturalizar el espíritu de la convocatoria.

Por la sonada causa de Cromagnon hubo varios condenados y hasta el entonces jefe de gobierno, Aníbal Ibarra, hasta hace muy poco en carrera a pesar de aquello, aún carga con el peso de la responsabilidad política por la ineficacia de los controles. En ese momento, recordemos, los Kirchner no se movieron de Santa Cruz, donde se encontraban descansando. La sensibilidad por un suceso que afectaba a la Capital, donde se encuentra la Casa de Gobierno, nunca ha sido su fuerte.

En este momento de efervescencia política por ser vísperas de las elecciones generales, sería bueno que, en lugar de tanta especulación sobre candidaturas, los funcionarios responsables de la seguridad convencieran a sus superiores de la necesidad de prevenir situaciones que, por repetidas, resultan intolerables.

Es el Estado nacional el primero que debe actuar y, sin las chicanas políticas habituales, debe convocar de inmediato a las gobernaciones y las intendencias para aunar esfuerzos en una campaña de erradicación total de la pirotecnia de los espectáculos públicos y, de ser posible, de la vida de los argentinos.

De persistir en la superficialidad, al límite de lo trivial, muchas muertes en vano habrán sido aún más en vano porque, evidentemente, no hemos aprendido nada de nuestros propios errores y, después de quemarnos varias veces, seguimos jugando con fuego.