Jugando con la muerte
* Por Nelson Castro. El Gobierno y la oposición sólo atinan a echarse culpas, mientras la violencia aumenta. El rol de Guillermo Moreno, el "señor de la imprevisibilidad".
La historia vuelve a repetirse. Es un hado que en la Argentina ocurre con singular frecuencia. En muchos casos, es una consecuencia de la falta de conocimiento o de aprendizaje de ese pasado que se recicla. En otros, simplemente el producto de una asignatura pendiente a la que nadie quiere abordar en su verdadera dimensión. Este es el caso, en estas horas, del tema de la inseguridad. Se da, por estos días, una discusión con reminiscencias de aquellas que movilizaron a la sociedad en las jornadas en que el asesinato de Axel Blumberg conmovió al país.
Quienquiera que acudiera a un archivo de aquellos días febriles de abril de 2004 se encontraría con muchas cosas parecidas a las que dan motivos por los que se polemiza hoy en día. La semana estuvo sacudida por el asalto de la camioneta de la familia de Santa Cruz, en el que fue asesinado un chico de 13 años y por el caso del menor de 15 años que mató a una persona en Tolosa, en las cercanías de La Plata. Ante el impacto social generado por estos dos hechos, la política no podía manifestarse indiferente. Sin embargo, de casi todo lo dicho tanto por oficialistas como por opositores, hay una conclusión clara: la utilización del tema como instrumento de la disputa partidaria con sesgo electoralista impide e impedirá cualquier posibilidad de elaboración de una política de Estado, sin la que será imposible atacar el problema en toda su vastedad y complejidad. Hoy, como ayer, lo que se ve es un gobierno que tira la pelota afuera y les echa la culpa a los jueces y a la oposición que, a su vez, responde atribuyéndole todas las responsabilidades al Gobierno y declamando tener las soluciones cuasi mágicas del problema.
Conclusión: la inseguridad sigue y crece, ante lo cual, una sociedad atónita y atemorizada aún recuerda las infelices expresiones del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, cuando dijo que la inseguridad era una "sensación".
El Gobierno ha cometido una gruesa equivocación al negar la trascendencia del tema y al adjudicar el concepto de orden y seguridad al pensamiento antidemocrático. Esto es demostración de una falta de reconocimiento de la esencia de la democracia y una peligrosa confusión, al plantear una incompatibilidad entre la dinámica que genera la imprescindible discusión de las ideas, que son la base de un sistema democrático, y el orden, que surge no de una imposición dictatorial, sino del cumplimiento de la ley por parte de todos. Pero así como el gobierno de los Kirchner ha errado el enfoque del asunto, hay sectores de la oposición que tampoco aciertan con sus sobresimplificadoras propuestas. Un menor que ha cometido un asesinato no debe ni puede estar en libertad y en disposición de su albedrío con la consecuencia potencial de reincidir en sus conductas. El problema radica en qué hacer con él, lo que equivale a decir cómo lograr transformarlo en una persona de bien, apta para una reinserción plena en la sociedad. Hoy, como desde hace muchos años, varias de las instituciones que albergan a estos menores siguen pareciéndose a esos tristemente célebres reformatorios que, en verdad, terminan siendo verdaderos deformatorios en los que abundan el maltrato y la violencia en medio de un ambiente opresivo que no puede generar otra cosa que la exacerbación de lo peor de la condición humana.
Por lo tanto, la dimensión de este problema exige tal cantidad de recursos que exceden la mera sanción de nuevas y más duras leyes, lo cual no significa no abocarse al estudio de modificaciones necesarias para evitar lo que en el mundo del hampa es una realidad: la utilización de menores para cometer delitos en pos de obtener impunidad. La disputa partidaria alrededor del tema, a la que se asiste en estas horas, augura pocas posibilidades de una aproximación al asunto con criterio de política de Estado. Por ende, es probable que las soluciones de fondo sigan brillando por su ausencia. En este marco, las contradicciones entre el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y los ministros del Interior, Florencio Randazzo, y de Seguridad, Nilda Garré, hablan por sí solas de que todo se hace a los ponchazos.
Todos estos avatares han perturbado el viaje de la Presidenta por Kuwait, Qatar y Turquía, destinos de potencialidad en cuanto a mercados a explorar para la colocación de productos argentinos y de capitales a atraer en pos de nuevas inversiones en nuestro país. "La Argentina es un país previsible", dijo en uno de sus discursos la Dra. Fernández de Kirchner. Sin embargo, uno de los funcionarios emblemáticos de su gobierno se empeña casi a diario en hacerlo imprevisible; su nombre no es ningún secreto: Guillermo Moreno.
Pasan otras cosas en el interior del Gobierno, aun durante estos días en que el periplo presidencial y el verano porteño generan un paisaje de ausencia en la Casa Rosada. Una de esas cosas es el enojo de los representantes del peronismo más conspicuo, que ven con cara de pocos amigos las últimas designaciones de la Presidenta. "No tienen nada que ver con nosotros", rezongan algunas de esas voces que expresan el sentimiento de algunos barones del peronismo bonaerense. Al respecto, y a medida que pasan los días, crece en ellos la inquietud. Una anécdota protagonizada por un grupo de cuatro o cinco de esos intendentes del Conurbano bonaerense a los que Néstor Kirchner llamaba varias veces por día, todos los días, grafica claramente el cuadro de situación antes aludido: "Cuando las designaciones corrían por cuenta de Néstor, de diez que hacía, cinco eran muy buenas, tres regulares y dos malas; de los últimos nombramientos que hizo Cristina, todos nos parecieron malos". Quien conoce el pensamiento de ese grupo, con el que la Presidenta aún no se comunicó para hacerle saber de su candidatura, señala que la mayor inquina la generaron tanto la designación de Julián Alvarez en el cargo de secretario de Justicia, como así también el desplazamiento de Joaquín Da Rocha como procurador del Tesoro. Ahora están esperando el llamado de la Dra. Fernández de Kirchner; saben que sin ellos cualquier intento de permanecer en el poder sería vano.
Mientras tanto, los números de la economía macro siguen para arriba; la inflación, también. Esto le preocupa poco a la primera mandataria, quien, con las arcas del Estado bien provistas, ya piensa de lleno en la próxima campaña presidencial. Su candidatura, al día de hoy, es un hecho. Scioli también quisiera ser candidato, pero nunca contra la voluntad de la Dra. Fernández de Kirchner.
Eso no está en la naturaleza del gobernador de la provincia de Buenos Aires, hombre alguna vez vilipendiado y humillado por la Presidenta a quien los curiosos avatares de la política han transformado en imprescindible pilar de su proyecto reeleccionista.