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José Sacristán: a solas con Antonio Machado

De regreso en Buenos Aires, y tras rodar una road movie, habla de su homenaje al gran poeta sevillano.

-¿Cuál es esa verdura de aquí que te gusta tanto?

-La radicheta. Es al ser humano lo que Jean Renoir al cine.

-¿En España no hay otra parecida?

-La rúcula, pero no es lo mismo: la radicheta es la radicheta.

Así La Nacion retomó el diálogo terminado con este mismo intercambio de gustos vegetales hace tres años, cuando estuvo aquí presentando en la calle Corrientes, Dos menos, con Héctor Alterio.
Casi sin mediar palabra alguna ni prensa que revelara dónde, José Sacristán acaba de filmar también aquí una película, El muerto y ser feliz, coproducción entre España, Francia, Uruguay y la Argentina, una road movie que lo llevó desde Buenos Aires hasta La Quiaca a las órdenes de Javier Rebollo (Lo que sé de Lola y La mujer sin piano), escrita por el cineasta con su compatriota Lola Mayo y el argentino Salvador Roselli. Pero ese no es el motivo del encuentro con el actor que supo emocionarnos y convencernos de su talento con Solos en la madrugada y más tarde con La colmena, antes de incursionar en el cine argentino con obras memorables como Convivencia, de Carlos Galettini, Un lugar en el mundo y Roma, las dos últimas de Adolfo Aristarain.

De aquí a una semana, en La Trastienda, Sacristán presentará Caminando con Antonio Machado: de los días azules al sol de la infancia, una puesta en escena de poesía y música que tendrá diez únicas funciones, en las que repasará textos del poeta sevillano, acompañado por el compositor y pianista Facundo Ramírez, con una selección de partituras de Albéniz, Debussy, Villalobos, Brahms, Schumann, Liszt, Chopin, Mozart y Mompou, pero también de Ariel Ramírez y María Elena Walsh. Sin ir más lejos, mañana lo llevará al teatro Solis de Montevideo.

-Es un espectáculo que presentaste en febrero en España.

-Sólo en Bilbao por ahora, aunque lo vengo preparando hace rato, allí con la pianista guipúzcoana Judith Jáuregui. Al incorporarse Facundo, algunas cosas han cambiado, ya que también hará algún tema de su padre y de María Elena Walsh, e improvisaciones suyas sobre temas de Brahms que funcionan muy bien, y seguramente cuando vuelva a España para hacerlo en Palma de Mallorca y en otras ciudades, Judith le cambiará algunas más.

-¿Cómo llegaste a Machado?

-Yo ya había hecho un trabajo con un compositor español acerca del paso de Machado por Soria. Aprovechando lo último que escribió Machado que es aquello de Estos días azules y el sol de la infancia la propuesta es hablar acerca de una vuelta que Machado nunca hizo porque se murió, pasando por su vida íntima, su compromiso político, de ser testigo de un tiempo y de un paisaje a través de la música.

-¿Qué aportás al personaje?

-He escrito algunas palabras. En el espectáculo, aunque en realidad no lo soy, me visto como Machado para hacer una lectura dramatizada. He escrito unas cuatro chorradas e intercambio algunas palabras con el pianista, además de proverbios y cantares del poeta, una especie de diálogo entre el piano y el atril, algo muy sencillo.

-¿Cómo es la relación entre la voz y el relato?

-Sobre la base de que no soy un recitador o declamador, no me sale para nada mal. Y Machado no es, me parece, alguien al que se lo pueda decir desde ciertas ampulosidades. En el caso de los poetas del 98 y el 27 hay un valor doloroso añadido: lo que representan lo siguen representando como referentes morales, no solamente dejaron una obra impresionante sino un testimonio, un ejemplo de vida a seguir, algo que trasciende. Para mí, todos ellos, pero particularmente Machado, tienen fisonomía de maestro. En Soria, siempre que voy, voy al instituto donde él daba clases, me siento como los creyentes que van a Lourdes o a Fátima. No es que ahora todos vayan recitando a Machado por las calles, porque hay temas más jodidos de los que hablar, pero sigue ocupando un lugar privilegiado. La penetración que en su tiempo le dio [Joan Manuel] Serrat fue muy importante. Era un letrista maravilloso.

-El tuyo es un acento de.
-Castilla. No quiero ser acadé

mico pero sí respetuoso con cada una de las letras que componen el abecedario. Amarillo no es amariyo y cosas por el estilo. Me gusta cuidar la palabra. Me encanta mi idioma. Hombre, creo que para ser actor el idioma ideal es el inglés, porque no hay que hacer gestos, como con el español y el italiano que imponen un montón de gestos. Será que yo admiro mucho a los actores ingleses y norteamericanos.

-¿Y tu relación con el cine cómo va?

-El verano pasado terminé Madrid 1987, con David Trueba, que hice con María Valverde y hace una semana El muerto y ser feliz, con Javier Rebollo.
-La historia de un asesino que no asesina.

-Es el huir hacia delante de un tipo al que le queda poca cuerda. Lo bueno de mi relación con el cine es que de unos años a esta parte puedo elegir. Me hubiera gustado hacer muchas cosas que en el teatro se manejan con mucha más libertad, eres más dueño de ti y de tus proyectos, y sobre todo no tienes que madrugar En cine, ¡para qué coño te tienes que levantar a las 6 de la madrugada!

-¿Cómo fue el rodaje con Rebollo?
-Es una road movie, desde Buenos Aires, hasta La Quiaca. El cabrón de Rebollo sabe de cine como si fuera un viejo, maneja todos los códigos.
-Te gusta trabajar con directores cinéfilos, como Aristarain.
-Bueno, más cinéfilo que José Luis Garci no hay.
-¿Qué pasó con Aristarain?

-Después de Roma, hace tres años, tenía un proyecto. Hablábamos de vez en cuando de una novela de Guillermo Martínez, La muerte lenta de Luciana B, pero finalmente no se hizo. Una pena, porque Un lugar en el mundo es una obra maestra. Es una de las pocas películas mías que cada vez que vuelvo a ver me gusta más.

-¿Te gustaría trabajar nuevamente a sus órdenes?

-¡Qué joder, pues claro que sí! Y en España pasa lo mismo con directores de la misma generación que Adolfo, que no pueden volver a filmar. Está jodida la cosa del cine. Si el cine llama a la puerta. el único problema es que hay que madrugar, que pasas frío, que pasas calor. En teatro es mucho mejor.

-¿Por qué creés que no se ve tanta gente de la cultura entre los "indignados" españoles?
-A mí me ha pillado aquí. Es algo que se organiza a través de Internet. Había actores, lo que ocurre es que ante el no a la guerra de Irak o la defensa de [Baltasar] Garzón que son, digamos, acontecimientos puntuales que movilizan y nos movilizan, esto no es muy concreto. Si hubiera estado en España, seguramente hubiese estado allí, y soy el primero en reconocer que está bien. Ahora, tengo mis dudas de que ese sea el camino para corregir, rectificar o enmendar errores. Como toque de atención no sería suficiente, porque organizar esta movida en plena campaña electoral, teniendo en cuenta cuál ha sido el resultado de estas elecciones, este giro total a la derecha y lo que eso significa. Soy el primero que aplaude esto, porque estamos hartos, no vamos a ningún lado. Igualmente, lo nuestro no tiene nada que ver con lo que pasa en el resto de los países europeos. El que se vayan todos es imposible: la clase política sale de esta sociedad: nos deberíamos ir todos. Igualmente, el resultado de las últimas elecciones es una ratificación a los corruptos. Más allá de que apoye las movilizaciones, pienso que todo lo que genere un cambio debe hacerse dentro del estado de derecho.

En busca de la vida perdida

En El muerto y ser feliz, que dirigió Javier Rebollo, Santos (José Sacristán) es un veterano asesino a sueldo gravemente enfermo que se va del hospital de Buenos Aires donde lo atienden con el dinero de un "trabajo" pendiente. En la ruta se cruza con una mujer -que interpreta la excelente actriz uruguaya Roxana Blanco (Alma mater, Matar a todos)-, que maneja un automóvil destartalado, y juntos siguen viaje. Un misterioso "hombre grande de lentes gruesos" (interpretado por el crítico de cine uruguayo Jorge Jellinek), que había contratado a Santos, lo persigue en forma amenazante.
Rebollo declaró: "Santos es el muerto y sabe que cualquier carretera conduce al mundo; que no importa el destino; sólo el movimiento y la sensación de no detenerse nunca, de dejar atrás la vida que hasta entonces había llevado, marcada por la presencia constante y próxima de la muerte. Por eso, como buen profesional, avanza con tranquilidad hacia ella, mientras huye por carreteras secundarias en un largo vagar que tiene mucho de las novelas de caballería".